La coerción es el arma política preferida en Washington. Frente a la necesidad legal de incrementar el techo del endeudamiento del gobierno federal, el partido republicano y todas las fuerzas de la derecha conservadora han amenazado al titular del ejecutivo: o se encara realmente el problema del déficit con fuertes recortes en el gasto público, o se negará la autorización para elevar el techo de endeudamiento.
La derecha en Estados Unidos ha logrado ya entronizar como verdad absoluta la idea falaz de que la mayoría de la población quiere meter en cintura los gastos excesivos de un gobierno dispendioso. Obama se ha prestado a este triunfo y ha entregado su presidencia a los conservadores en bandeja de plata.
En realidad, la Casa Blanca capituló hace tiempo. Sabía que el estímulo fiscal aprobado al principio de la administración era insuficiente y su duración demasiado corta. Al renunciar a lanzar un nuevo paquete fiscal, Obama se echó la soga al cuello. Cuando el efecto del primer estímulo se agotó, Obama fue blanco de las críticas por el fracaso de su plan. De pronto, por arte de magia, la crisis fue percibida como estando más relacionada con los malos manejos de la economía bajo Obama que con 20 años de desregulación y abusos en el sector financiero. Y la discusión pasó de la necesidad de meter en cintura al sector financiero a la urgencia de recortar el déficit.
La realidad es que es absurdo tratar de resolver el problema del déficit fiscal en medio de una recesión. Hay en la actualidad un altísimo nivel de desempleo en Estados Unidos (alrededor de 20 millones de personas con desempleo total o parcial) y los salarios se encuentran deprimidos. Lo que en su momento permitió a los consumidores mantener su demanda fue el valor de sus casas, pero ahora el precio de esos activos sigue cayendo. La demanda agregada se ha desplomado y las empresas no están contratando más trabajadores, lo que conduce a un círculo vicioso que sólo se puede cerrar con un estímulo fiscal. Eso permitiría incrementar la recaudación fiscal y reducir el déficit. El congreso y Obama han escogido otro camino: de lo único que se habla en Washington es de reducir el gasto para abatir el déficit.
En realidad, un gobierno puede reducir el déficit de dos maneras: puede aumentar sus ingresos fiscales o puede reducir el gasto público. Las encuestas revelan que la mayoría de los estadunidenses están en favor de aumentar los impuestos a los estratos más ricos, los que se han beneficiado del modelo neoliberal durante décadas. Pero la clase política en Washington (es decir, ambos partidos) ya ha aceptado que incrementar la recaudación no es el camino para reducir el déficit. Aquí ha demostrado quién detenta el poder real en la democracia estadounidense. En cambio, los políticos en Washington prefieren reducir el gasto público, lo que necesariamente traerá consigo una mayor contracción de la economía de ese país. A los conservadores no parece importarles mucho porque el desgaste político será para Barack Obama.
En lugar de presentar opciones con liderazgo, Obama prefirió acomodarse a las prioridades de los conservadores. En vez de enfrentar con otras opciones el problema de las finanzas públicas, escogió doblegarse. La verdad es que no es necesario incrementar el endeudamiento porque existen muchas alternativas. Además de aumentar la recaudación, un recorte en el gasto militar es una opción evidente, pero el presupuesto del Pentágono se ha incrementado todos los años bajo la administración Obama.
Lo más importante hubiera sido una verdadera reforma en el sistema de salud. Hoy en día ese sistema está integrado por la seguridad social y los programas Medicare y Medicaid. El gasto en estos componentes es el factor más importante en el crecimiento del déficit. Pero el costo del sistema de salud se debe al control de los monopolios en la industria farmacéutica y en la de las aseguradoras. Los datos de la OECD revelan que el gasto en el sistema social de salud en Estados Unidos es superior al de países como Alemania o Suiza. Pero en términos de calidad, el servicio en los establecimientos estadounidenses está muy por debajo de esos países. La realidad es que el complejo farmacéutico-asegurador es tanto o más poderoso que el complejo militar-industrial cuando consideramos su impacto en la cuenta pública. La propuesta en Washington para reducir el gasto en el sistema de salud pública no pasa por controlar a los oligopolios. La reducción se llevará a cabo recortando el número de personas elegibles para estos servicios y empeorando la calidad de los mismos.
El chantaje ha funcionado. Se dice que si no se acepta el plan de los conservadores (en ambos partidos), sobrevendría una hecatombe. Eso habría que analizarlo con cuidado. Por el momento la clase política en Washington se encuentra bien con esta argumentación porque lo que le interesa es desmantelar los últimos vestigios del estado de bienestar en Estados Unidos.
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