Por primera vez en su ya larga historia como el sector más influyente de la sociedad mexicana, los empresarios introducen una corriente de aire fresco no sólo en la política del país sino en su propio ámbito social. Y que así sea en torno a un líder de la izquierda mexicana, en este caso Andrés Manuel López Obrador, no deja de causar sorpresa. Sobre todo porque esta nueva actitud la asume un grupo importante de los empresarios regiomontanos.
La mirada analítica detenida en otras cuestiones menores o hasta banales, y la insuficiente difusión que se le dio a la reunión sostenida hace unos días por ese grupo con AMLO explican el calado del acto y su proyección en el proceso electoral que culminará en julio de 2012. Pero puede apreciarse, entre otros hechos, en el apremio multipartidario por aprobar un pedazo de parlamentarismo –el gobierno de coalición– en respuesta a la independencia y la fuerza que muestra el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
El otro aspecto insólito de la reunión empresarial en Monterrey, de donde usualmente han provenido las respuestas más adversas a las aspiraciones de la mayoría, fue el discurso de dos de sus líderes: Alfonso Romo, presidente de Pulsar y Casa de Bolsa Vector, entre otras empresas, y Fernando Turner, presidente de varias empresas y de la organización no gubernamental Despierta México.
Ambos expresaron lo que muchos sabíamos, pero que es negado aún por los empresarios más conservadores, por periodistas, intelectuales, académicos, líderes sociales, líderes religiosos y la muchedumbre desinformada o mal informada (embaucable, quejumbrosa y timorata), que no ve o no quiere ver lo que Romo y Turner manifestaron con precisión: la inutilidad de la alternancia, el despeñadero económico, social y moral por el que cae el país, y la esperanza que significa la posibilidad de que sea conducido hacia horizontes más tolerables por un gobierno que encabece López Obrador.
Romo fue muy claro: si antes pensó que López Obrador encarnaba al ogro que podía llegar al poder (fueron sus propios pares quienes se empeñaron en inventar la especie), ahora reconoce algo elemental: ya demostró y gobernó así como nos dijo. No estamos improvisando, ya gobernó y gobernó muy bien. Romo no exagera en términos de lo que es el ejercicio del poder en un país doblegado por el lucro salvaje, la corrupción y la impunidad.
Turner, a su vez, puso el acento moral en el capitalismo imperante en México. Con toda la riqueza que poseemos –dijo–, casi todos los países del planeta nos han superado. Y enfatizó: Es intolerable, ¡intolerable! Es un pecado social, es un pecado moral, es un pecado contra nuestra religión tener a la mitad de la gente en la pobreza en este país. Que así sea lo atribuyó a la pésima administración que hemos tenido –individuos con nombre y apellido–, a la corrupción con incompetencia, con escaso amor a México y con mucho egoísmo.
Este pensamiento, en boca de un empresario destacado, no se había escuchado en México, y menos en Monterrey.
Lo que Romo dijo sobre la experiencia de gobierno de López Obrador es lo que sus adversarios lograron borrar de las referencias electorales en 2006, y es lo que no mencionan rumbo al 2012. Omiten deliberadamente que el candidato al que entonces despojaron de la Presidencia de la República no sólo es el hombre, entre los que ahora se perfilan para la contienda presidencial de 2012, que conoce como ningún otro al país in situ, sino el que mejor ha logrado interpretar las necesidades y demandas de la mayoría, de sus tradiciones históricas y de su valor como nación. Entre otras, por una razón muy sencilla: no ha descansado, ni antes de la campaña de 2006, ni después, de bregar pueblo por pueblo y ciudad por ciudad del territorio nacional.
Hay algo más que pretenden ocultar: que el trabajo de López Obrador ha contado con el apoyo de un grupo de hombres y mujeres cuya labor –honesta, comprometida y entregada a lo largo de casi un sexenio– desborda con mucho al del gabinete formal de Calderón. Y también con el apoyo de numerosos intelectuales, artistas, periodistas, políticos, profesionales, trabajadores de base y empresarios a los que ahora se suma el grupo de Romo, Turner y otros.
El nuevo pensamiento empresarial surgido en Monterrey, incipiente aún pues no integra sino unas pocas nociones, debe ser alentado y a la vez mantener frente a él una actitud crítica. Se requiere que el mismo sea congruente con la práctica y que sus ideólogos y promotores ofrezcan a los mexicanos una agenda en torno a los grandes problemas nacionales.
Lo mismo cabe hacer con la praxis de López Obrador. En la reunión con los empresarios en Monterrey repitió lo que al principio de su actuación como representante no formalizado de más de la mitad de quienes sufragaron por él en julio de 2006 había dicho sobre las instituciones mexicanas: “creo que si no hay un cambio de régimen, no vamos a salir de la decadencia; esto ya se pudrió, este régimen de corrupción y privilegios, de injusticias, no sirve, ya se agotó, ya tronó, está podrido y por eso hace falta una renovación de la vida pública…”
Entre aquello que ya se agotó está el presidencialismo mexicano. A López Obrador es elemental pedirle que nos diga con qué y cómo piensa sustituirlo. Los viejos odres no se van a renovar sólo con vino nuevo. Se requieren nuevos odres para este vino. En qué nueva institucionalidad está pensando el líder de Morena. Ya es tiempo de que lo vaya puntualizando, empezando por el papel que juega el Presidente de la República en el cambio de régimen al que se refiere.
Para Miguel Ángel Granados Chapa
En memoria
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