Cuando se descubrió el escándalo de Watergate –el edificio donde el Partido Demócrata de Estados Unidos tenía sus oficinas en Washington y donde el gobierno de Richard Nixon colocó micrófonos para grabar las conversaciones de sus adversarios rumbo a la elección presidencial de 1972-- a nadie pareció importarle demasiado.
Nixon estaba en el poder desde 1968, gozaba de gran popularidad y se reeligió al imponerse en forma aplastante frente al candidato demócrata, George McGovern, a quien venció en todos los estados de la unión, excepto en Massachusetts y en la propia capital del imperio.
Durante su segundo mandato, visitó China, se reunió con Mao e inició la retirada de medio millón de soldados de Vietnam, al calor de las negociaciones de paz que su jefe del departamento de Estado, Henry Kissinger, sostenía en París con los emisarios del Vietcong que, de hecho, le había ganado ya la guerra el ejército más poderoso del siglo XX.
Combinando la represión interna contra los jóvenes opositores a la guerra, probando nuevas y más letales armas contra los rebeldes vietnamitas y compartiendo los éxitos de Kissinger en política exterior –pláticas para el desarme con la Unión Soviética, mejoría de los nexos con Egipto, apoyo absoluto a Israel, mano durísima en América Latina--, Nixon comenzó a debilitarse cuando dos reporteros del Washington Post dieron a conocer las primeras evidencias de la operación de espionaje cometida en el Watergate.
Desafiando amenazas de muerte y presiones de todo tipo, los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein publicaron toda la información comprobable que les entregaba a cuentas gotas su célebre y anónimo “garganta profunda” y cuando quedó clara y bien definida la responsabilidad de Nixon en lo que tenía todo el aspecto de un fraude electoral, el también llamado Dicki Triqui (Riqui el Tranza) no tuvo más remedio que renunciar.
Anoche, durante el programa que conduce todos los martes en Radio UNAM –está en AM y lleva el título de Discrepancias--, el periodista Miguel Angel Velázquez recordó el caso Nixon-Watergate, para compararlo, obviamente, con el de Peña Nieto y las tarjetas prepagadas de Soriana y El Palacio de Hierro que el PRI adquirió, con fondos de procedencia sospechosa, a través de Monex.
¿Ocurrirá en México algo similar a lo que en 1974 acabó con la carrera de Nixon? ¿El Tribunal Electoral continuará investigando las denuncias presentadas por Andrés Manuel López Obrador y sus abogados, acerca de esta aparatosa operación de lavado de dinero?
¿Peña Nieto asumirá la Presidencia en el baño de la Suprema Corte dentro de unos meses y la sentencia de la dizque “máxima autoridad electoral” lo obligará a dimitir en 2014?
Todos sabemos que no, que nada de eso es posible en nuestro país, porque la justicia es una más de las prostitutas que participan en la orgía permanente de Los Pinos. Y mucho menos cuando, como Velázquez lo reveló ayer, hay gente muy cercana a Felipe Calderón relacionada con Monex y panistas de Michoacán, ligados a Cocoa Calderón, involucrados con la empresa que le maquiló miles y miles de tarjetas telefónicas a Peña Nieto.
En otras palabras, Velázquez adelantó que la gran familia Calderón Hinojosa está hasta las manitas en el fraude que pretende incrustar en los pináculos al copetón de Atlacomulco y facilitar el regreso al gabinete a Joseph Marie Córdoba Montoya y Pedro Aspe.
Ante tamañas complicidades del primer y acaso último pelele panista, ¿qué tanto da si una de las más leales colaboradoras de Fox es hermana de una mujer ligada, como Florence Cassez o Rosario Robles, a un peligroso delincuente? Sigan a Miguel Angel Velázquez en Twitter por la cuenta @Discrepancias1 y al autor de estas líneas por @Desfiladero132, quien desde aquí manda saludos a Jalisco, donde anoche la irrupción de Los Caballeros Templarios obligó a las autoridades de La Barca a decretar el toque de queda: cerraron todos los negocios y a la gente se le prohibió salir de su casa.
Jaime Avilés
fuentesfidedignas.com.mx
Cuando se descubrió el escándalo de Watergate –el edificio donde el Partido Demócrata de Estados Unidos tenía sus oficinas en Washington y donde el gobierno de Richard Nixon colocó micrófonos para grabar las convers
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