Fue un traje festivo a la medida. Discurso de autosatisfacción entre datos y retórica complacientes. Logros y más logros en la numeralia oficial aunque tales éxitos presuntos no resistan el contraste con la realidad, liderazgo en lo interno y lo externo aunque pocos se enteren de ello más allá de quienes forman el círculo adherido a la nómina, patriotismo a prueba de balas aunque la invocada patria esté deshecha y a los gringos se les haya permitido gustosamente meterse no sólo a la cocina, sino hasta la sala, el comedor y la recámara. Felipe emocionado, al que se le quiebra la voz cuando se refiere a su familia, esposa e hijos allí presentes, a quienes el auditorio conmovido, puesto de pie, rinde largo aplauso. Felipe victorioso y justiciero que cierra su alocución de tonos encendidos con un viva a México al que precedió el anuncio de perseverancia enigmática cuando dijo que seguirá sirviendo al país.
La descripción exultante de calderolandia, hecha ayer en Palacio Nacional, debería activar mecanismos urgentes de protección del suelo patrio, porque ante tanto portento es de preverse que oleadas de extranjeros pretendan horadar las fronteras o llegar en viajes desesperados para incorporarse al mexican dream sustentado en los discursos de Felipe el optimista. Hartos de la violencia, la inseguridad, la corrupción, la ineficacia, la frivolidad y la falta de democracia, pobladores de todo el mundo podrían volcarse febrilmente en busca de acomodo en el México de Calderón, en el que tantas cosas buenas se han logrado –según su oratoria y según la cascada apabullante de propaganda en medios electrónicos–, que hoy –quién se atreviera a haberlo pensado seis años atrás– las cosas son mejores que cuando el prócer de origen michoacano se hizo del poder federal en condiciones precarias.
Pero, más allá de estas fábulas dolorosas de fin de sexenio, Calderón hizo un campo en su autoelogio de ocasión para pedir a los mexicanos que colaboren en lo esencial con el licenciado Peña Nieto –cuyo nombre y apellidos pudorosamente no fueron pronunciados–, más allá de diferencias. Junto a él, en las formalidades protocolarias, Jesús Murillo Karam, el sombrío ejecutor de mano dura del equipo central del priísta que también se ha hecho de la Presidencia de la República. Alianzas de hoy que provienen de las cesiones del ayer apenas pasado: Felipe que hizo todo para frenar al PAN, debilitar a la de por sí frágil Josefina luego tan delatoramente vacacionista y garantizar el paso libre del ex gobernador del estado de México que en reciprocidad habrá de garantizar impunidades –como el hoy saliente, FC, lo hizo con su antecesor intocado, Vicente Fox– y valorar la posibilidad de que en 2018 las tretas concertadas de la alternancia de partidos abran camino a la esposa Margarita como candidata presidencial posdatada.
Además, claro, del mensaje concreto de que Lipe Derón (así comenzó a ser llamado este personaje en 2006, con doble ausencia silábica indicativa) seguirá luchando por México, entendido esto como advertencia de que tratará de mantener el control del PAN, que desarrollará negociaciones con Peña Nieto para impulsar reformas favorables a las élites contentas con el bipartidismo funcional, y que buscará influir en las candidaturas intermedias y las de 2018, con el interés conyugal (y familiar) antes mencionado.
Andrés Manuel López Obrador también ha hecho saber que seguirá en activo. No se irá a reposar a su finca chiapaneca de retumbante denominación ni se hará a un lado a causa de que nuevamente le ha sido obstruido el camino rumbo a la Presidencia de la República. Se mantendrá en activo, según hizo saber mediante un atento aviso tuiteado. Pasará a retiro, advirtió, cuando la patria sea de todos, no de 30 potentados. Largo plazo y objetivo de muy difícil consecución, pero no tanto como la otra condicional impuesta por el tabasqueño: y cuando hagamos realidad el bello ideal de la justicia.
El mensaje de perdurabilidad pejiana busca frenar el oleaje de opiniones muy interesadas en que AMLO se jubile políticamente, atribuyéndole responsabilidad personal en el fracaso reciente de la izquierda electoral. No es, en realidad, que a esas voces tan analíticamente generosas les preocupe el destino de la citada izquierda, ni que esta formación ideológica cumpla un papel de equilibrio en el diseño político futuro o que se haga valer la fuerza obtenida con el segundo lugar asignado en el reciente proceso de compraventa presidencial. Lo que le urge a ese conjunto de intereses es que AMLO se haga a un lado en el contexto de la resistencia civil contra la imposición pero no solamente contra ella (cuya frontera temporal llega al primer día de diciembre próxima) sino, específicamente, contra las reformas impulsadas por el bipartidismo amafiado y las siglas colaterales (Verde, Panal, chuchismo perredista).
En el reacomodo y en el reparto de cartas para el juego del nuevo sexenio solamente López Obrador desentona. Con todos sus errores, responsable directo de cesiones, zigzagueos y malos cálculos, López Obrador logró levantar su campaña presidencial, consiguió el apoyo de segmentos universitarios y de clase media que habían estado lejanos a él y provocó, ante tal crecimiento, que el priísmo y el calderonismo, con apoyo de los fétidos sótanos de ambas corrientes, construyeran un costoso escenario de forzado triunfo del candidato de tres colores que ahora tendrá en su agenda inmediata el pago de todos esos favores recibidos. Frente a esa reinstalación del peor priísmo (con los añadidos del calderonismo, el foxismo, los verdes, la maestra y las televisoras que también tienen ya sus bancadas) será necesaria una resistencia civil que sólo puede ser nucleada hoy por López Obrador. De allí la urgencia de promover su retiro inmediato. Por ello, también, el mensaje en Twitter que muestra a AMLO deseoso de prolongar su vida política hasta alcanzar metas tan sabidamente lejanas, por no decir que inalcanzables. ¡Hasta mañana, con Ebrard internacional!
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