En el año 2000 y como presidente electo, Vicente Fox fue festejado por miles de panistas y convencidos del “voto útil” que creyeron en él como candidato. No imaginaban el gran chasco, el fraude monumental que acaban de elegir para los siguientes seis años.
Hoy en cambio, nadie festeja en las calles, ni siquiera los priistas (salvo seguramente en privado quienes ocuparán cargos de cualquier nivel), por la validación de la elección presidencial; nadie celebró tampoco a Calderón en 2006 (mucho menos ahora).
En diciembre de 2006, Felipe Calderón entró significativamente por la puerta trasera del Congreso, acompañado por Fox y protegido por el Estado Mayor Presidencial, para tomar posesión de una presidencia formalmente ganada con el 0.54% de diferencia, en realidad, producto de un fraude. Al grado de que el tribunal electoral de entonces certificó irregularidades que “pusieron en riesgo” la elección, pero contradictoriamente decidió avalarla. Desde entonces y hasta hoy, Calderón ha entrado una y otra vez por la puerta de atrás a infinidad de eventos públicos donde pudiera haber “amenaza” de ser confrontado por la sociedad; ha vivido rodeado de rigurosa y fuerte seguridad, con escenarios preparados, entre vallas metálicas. Pese a ello, no ha podido evitar del todo ser cuestionado y descalificado en múltiples ocasiones -aun en eventos públicos organizados por los suyos-, de lo cual existe registro en videos. Lo peor para Calderón es que hoy, seis años después, y por mucho que gaste en imagen y publicidad, se va de la presidencia no legitima también por la puerta de atrás, dejando un país peor del que encontró, con cifras espeluznantes producto de su guerra y sin empleo.
El 31 de agosto pasado, luego de que el obsequioso Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no encontrara pruebas suficientes, o viera sólo “pruebas improbadas” (pues según ellos no cobran cifras estratosféricas del erario para investigar posibles pruebas, sólo por opinar), en la impugnación hecha por el Movimiento Progresista, y declarara válida la elección presidencial de 2012, el primer acto de Enrique Peña Nieto fue llegar a recoger su reconocimiento como presidente electo, en helicóptero. Y después, de acuerdo al alarde del Milenio, utilizando un montaje del Estado Mayor Presidencial para burlar a quienes protestaban en las afueras del tribunal, pasó a tomar café a la oficina de un magistrado. No hay sorpresa en ello, desde siempre, y marcadamente en la campaña electoral, Peña utilizó los más costosos aviones y helicópteros privados para viajar; rara vez la tierra. No sólo por insolente comodidad y prepotencia de funcionario público, también por evitar la realidad cotidiana del país.
¿Qué significado tiene que dos ejecutivos formalmente electos eviten el contacto con la calle, con la sociedad y tengan que entrar por la puerta de atrás, en helicóptero, entre barreras metálicas y cercados por la policía y el ejército? Habría que preguntarle justamente al TEPJF, quien, de acuerdo a información obtenida por Contralínea y en una exhibición de temor ante una posible reacción social, gastó “1 millón 540 mil 108 pesos en cuatro estudios de opinión cuantitativos. El objetivo: conocer la percepción de los ciudadanos respecto de su actuación en las pasadas elecciones de julio”. Hay que preguntar a los encuestadores de Los Pinos, siempre preocupados por saber la opinión de la gente sobre Calderón. Habría que cuestionarle a Peña, directamente, por qué siempre viaja en avión privado o helicóptero.
Lo más obvio, es el temor que ambos personajes tienen de encarar al público debido a la manera en que han actuado en el pasado y/o al modo en que han sido electos. Recuérdese a los estudiantes y al rostro de Peña en el baño de la Ibero tras la discusión sobre el caso Atenco.
Algo muy serio está sucediendo cuando un gobernante no da la cara a sus conciudadanos. La más grave consecuencia de este fenómeno es la desconexión, la escasa comunicación, la poca empatía entre gobernantes y gobernados; algo poco favorable para cualquier país, sobre todo, para el grueso de la población.
Si Fox fue festinado (aunque hoy sea objeto de una colosal burla nacional ganada a pulso), Calderón habría de ser abucheado, cuestionado, confrontado. ¿Y Peña?..
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