Felipe Calderón no es el presidente de México. No es legítimo, ni ilegítimo, ni impuesto, ni producto de un fraude, ni tampoco es el presidente de facto. Felipe no es nada, y lo digo con conocimiento de causa, con pruebas contundentes y con la razón como escudo. A lo sumo, es un mal subgerente.
No, no estoy exagerando ni haciendo una nota pegajosa. Por si nadie lo ha notado, la nación más poderosa del mundo, a la par socio comercial más importante de México, ha hecho un desconocimiento de facto del “gobierno” de Calderón. Primero, lo pone en la lista de Estados fallidos; días después, se recomienda a los gringos no viajar a México debido a la inseguridad (la debilidad del Estado, pues) posteriormente un representante del gobierno estadounidense declara que existen territorios del país en donde el Estado no tiene control alguno; luego, el gobierno de Obama plantea establecer nuevamente la certificación antidrogas, y por si fuera poco, ubican al narco protegido del panismo entre los hombres más ricos del mundo. La cerecita en el pastel es bastante interesante, ya que el simple hecho de hacer público que el líder del cártel de Sinaloa sea uno de los hombres más “verdes” del mundo, puso en serio cuestionamiento la lucha contra el narco y los controles financieros en México. “Ay wey!!!”
Desconocido por la mitad de la población que cree gobernar (ni en el extranjero se la creen), cuestionado por los mismos que lo pusieron en la silla (ésos que se cansaron de sus torpezas y le recordaron que de no ser por ellos, él no estaría sentado ahí), y rechazado por su principal socio comercial, Calderón está a punto de cometer una estupidez que ni siquiera Fox hubiera realizado: crear un conflicto diplomático con Estados Unidos.
El conflicto en sí no es tan delicado como la causa que lo está originando: El berrinche de un inexperto. Felipillo demuestra que su baja estatura no es sólo física, sino también intelectual, operativa y emocional, ya que comportándose peor que un infante (borracho) de kindergarten (pulquería), hace pataletas en el suelo, avienta sus cosas, agarra sus canicas (no, no es lo que piensan… ¿o sí?) y se va.
Sin capacidad diplomática, sin oficio para gobernar, lo más que se les ocurrió a Felipillo del Sagrado Corazón fue impulsar un pedorro aumento de aranceles a 90 productos provenientes de Estados Unidos. Ya que el secretario más gris del gabinete calderonista, Gerardo Ruiz Mateos de Economía, informó que México tomará medidas comerciales de represalia contra Estados Unidos por el incumplimiento en materia de transporte bajo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Después de años, apenas se dan cuenta.
La medida, como tal, es totalmente ridícula y adversa, ya que muchas de las empresas que están despidiendo gente son precisamente las importadoras (por el alza del dólar, subieron sus gastos operativos, pero no pueden subir tanto sus precios por cuestiones de mercado), y sólo enrarecen aún más las relaciones diplomáticas con nuestros vecinos “güeritos”. Si estuvieran hablando en serio, Calderón ya hubiera hecho que Alberto Cárdenas dejara de rascarse los wilburs en Agricultura e impulsaría un rescate del campo mexicano, para, ahora sí, competir de igual a igual con Estados Unidos.
Vea usted el grado de inexperiencia: si usted va al centro comercial, se va a encontrar con que las verduras y las frutas son casi en su totalidad, importadas de Estados Unidos. Si se suben los aranceles, los precios de estos productos suben, sube también la inflación y todos sabemos quién terminará pagando los platos rotos cada que vaya al centro comercial: usted, yo y todos los mexicanos.
De seguir así, Felipe no solamente quedará como un cero a la izquierda ante Obama, sino que llevará las relaciones comerciales y diplomáticas México-Estados Unidos a su nivel más bajo jamás reportado en más de un siglo.
Pero no se me pongan sentimentales, ya que uno de los logros del Calderas es que por fin la democracia llegó a México. La democracia de la crisis (que no es lo mismo que la crisis de la democracia, que quede claro).
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