Sin mediar decoro, un grupo de articulistas, todos con intensas ligas con los medios electrónicos, coinciden en alertar a sus audiencias sobre las intenciones de Andrés Manuel López Obrador con vistas a 2012. Trátese de investigadores del CIDE, ya de sobra identificados con la derecha neoliberal (Ezra Shabot y Chabat), pero que aún sostienen una endeble y más que dudosa independencia. De otro que pasa por enterado de múltiples sectores de crítica (Schettino), pero concentrado en temas económicos y que ha saltado de consejero de C. Cárdenas, a rijoso anti-Obrador. Uno más, (C. Loret de Mola) conductor en Televisa y columnista centrado en infidencias. Todos, por estos días de cruciales significados, se adelantan, desde sus contribuciones en el diario El Universal, para destacar errores, mentiras y estrategias electorales erradas de AMLO, uno de sus personajes favoritos, la causa provocadora de sus juicios terminales.
Las razones de sus alertas son varias, pero vuelven, con insistencia creciente, a los campos ya bien trillados y vueltos a sembrar por la coalición de intereses cupulares. Argumentos que a veces inciden de manera lateral sobre las consuetudinarias posturas del observado en múltiples plazas públicas del país. También se topan con ideas que dan pie a sus muchas peticiones de principio que, al final, condenan al fracaso las aventuras de su antihéroe. No se olvidan de pasajes leídos por aquí o por allá, sin pruritos de caer en lugares comunes. Citas citables usadas para regodearse sobre los hallazgos de otros. El autoritarismo personalista de AMLO es redundante y a renglón seguido. Las mentiras sobre encuestas pasadas son desenterradas pero, para ellos, tan actuales y ciertas como las verdades trucadas que difunden los medios que los cobijan. Las oposiciones del tabasqueño a las alianzas del PAN con el PRD se relativizan y hasta apuntan, según sus particulares criterios, contradicciones notables. Ninguno confía sus sentires íntimos de manera directa, clara, sobre los sagrados terrenos de sus creencias fundamentales, casi siempre apegadas o dictadas por el oficialismo en turno. La presumida independencia de investigadores consagrados los fuerza a razones cifradas que apuntan, por necesidad inevitable, hacia el manoseo oportunista del que no dejan de calificar de mesías tropical. Triste y racista figura de Krauze. Un rosario de enfoques coincidentes en la sustancia básica que los mueve: el visceral rechazo a las posiciones de izquierda y, en especial, las versiones enarboladas por AMLO.
En días previos a las andanadas mediáticas varios incidentes soltaron los resortes preventivos de la derecha. La alianza de la burocracia perredista dominante con el domesticado PAN, diseñada desde Los Pinos para competir en el estado de México, había fracasado. Los panistas quedaron solos con sus miserias a cuestas. Los participantes en la consulta, garantizada en sus conteos y procedimiento por un grupo de notables, no se habían tomado en cuenta a la hora definitiva. La decepción y hasta el rencor por tales hechos brotó por muchos lados. El previo ofrecimiento de la candidatura a Alejandro Encinas (AER) fue negado con insistencia. De aceptarlo, la consulta aparecía, tal y como fue, una mascarada en la que recalaron muchos inocentes. La misma aclaración de AER señalando a los dirigentes del PRD y a M. Camacho, como autores y conducto de la propuesta a trasmano, pasó desapercibida y fue ignorada sin pudor. La alianza de los partidos de la izquierda (PRD, PT, Convergencia) fue registrada y AER se perfila como el seguro candidato. El dedazo de Peña Nieto fue, ante la vista de la crítica dominante, calificado como acto de sabiduría política. El PAN tocó a retirada y sacó a su adalid de emergencia (Bravo Mena), aunque aún les colea cierta esperanza aliancista. Marcelo Ebrard cedió sus pretensiones de apoyar a las alianzas por el empuje conjunto de Morena, partidos aliados y a la seriedad y posibilidades de AER como candidato. Demasiados hechos que apuntaban hacia el fortalecimiento de la izquierda.
La puntilla la resintió el oficialismo ya encarrerado en el sueño neoliberal a ultranza: la frustrada reforma laboral, así, con letra muy pequeña, tramposa y dañina para con los trabajadores, sus organizaciones y luchas. Los priístas no quisieron ceder la calle a la agitación de izquierda (AMLO incluido). Son momentos donde precisan de toda suerte de ayudas y subterfugios para la continuidad de su entramado de poder en el estado de México. Las recientes encuestas, apenas publicadas sobre preferencias electorales nacionales (Reforma) posicionaron a López Obrador. Lo siguen situando en un segundo lugar de privilegio. Respaldado por un número mayor de mexicanos al que se reconoció como sus votantes en 2006, es un contendiente de peso indiscutible. Ante ello hay urgencia de redoblar prevenciones y almacenar antídotos. La consigna es vacunar al electorado sobre el peligro de que la izquierda llegue al poder presidencial.
Cualquier alternativa será válida para los que apoyan la continuidad del modelo concentrador de la riqueza. Aunque no lo digan los analistas y difusores de la derecha, porque pretenden aparecer como críticos, comentaristas o académicos independientes. En el fondo de tales visiones subyace la clara, evidente postración ante la plutocracia gobernante. Por eso son, estos y otros personajes similares, favorecidos por los medios electrónicos. Por eso enfilan baterías contra la real opción de cambio del modelo. Aunque también hay necesidad de reconocerles que, en este sensible punto, también juegan rol sustantivo las pulsiones íntimas para con un político que hace, para cólera y fingido desprecio de los correctos, una clase de política que no entienden, no estudian ni se molestan en escudriñar. Para ellos, lo que no sucede y se registra en los medios o las encuestas a modo y los cenáculos, simplemente no existe.
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