Felipe Calderón Hinojosa, generador y promotor de la guerra que se despliega en México, la cual arroja una cifra aproximada de cincuenta mil muertes de criminales, militares, marinos, policías, familias, hombres, mujeres y niños, ha estado de gira artística en Nueva York. Un promedio de diez mil muertos por año le acompaña en su tour. Va sobre sus espaldas encorvadas al Museo Guggenheim, al Waldorf Astoria y a la Organización de las Naciones Unidas. Recibe un premio intrascendente y promueve, no como funcionario público sino como actor, los encantos turísticos de un país anegado en sangre (antes, ha prometido ya tequila shots para turistas). El día de la presentación del video promocional a invitados y periodistas, en consonancia con las cámaras, flashes y un pretendido glamour de altos vuelos, un mensaje directo al interfecto fue arrojado en una avenida principal de un bastión turístico básicamente panista, Boca del Rio, Veracruz: 35 cadáveres (con añadidos los días subsecuentes).
Gómez Leyva, entre las “plumas” invitadas, se mostró muy zalamero en su columna (emulando a un colega suyo, Héctor Aguilar Camín, en relación a Carlos Salinas en 1993-94), y escribió que los gringos respetan y quieren al encargado del ejecutivo mexicano. Más allá de la lambisconería exhibida en el señalamiento, pudiera ser verídico dentro de cierto grupo: el de los festejantes norteamericanos de la guerra, incluyendo a Obama. ¿Y cómo no? Si el dividendo es redondo para los felices vendedores de armas y drogas y los pacíficos consumidores de la misma. Seguramente, a pesar de odiar a Obama, los del Tea Party han de celebrar también que se mate a los mexicanos en su propio país, para que ya no osen contaminar la pureza “americana” en su búsqueda del trabajo que no tienen en casa. Igualmente festejan otros grupos racistas y anti-inmigrantes que, junto con Calderón, coinciden en este interés anti-mexicano.
De Calderón tienen una peor opinión que la del bocudo Vicente Fox. Así que al menos mis conocidos: artistas, periodistas, comerciantes, médicos, etc., no están enamorados de Hinojosa Calderón. Es claro. Eso es algo que sólo vio Ciro Gómez, obnubilado ante el relumbrón del Waldorf Astoria.
Caminando por los rumbos del lado Este de la ciudad, los que ha visitado Ciro, de la Quinta a la Primera Avenida pasando por Park Avenue, me pregunto, ya en la barra de un pub irlandés, luego de un tarro de Guinnes en recuerdo de Joyce y ya de vuelta a una clara y refrescante Bass, rodeado de gringos que no están enamorados de Calderón, cuántos de ellos, sin inmutarse, han consumido al menos mariguana o cocaína esta noche. Ellos no están interesados en visitar un país de casinos quemados y tiros y cadáveres a la orilla del mar. Liban y bailan en paz con el ruidoso cuarteto de roqueros al centro del bar. Mientras tanto, en México, la guerra continúa y siguen cayendo los muertos a cuenta de su anhelante promotor y de su partido, Acción Nacional, y de quienes no han hecho nada por parar la errática política de violencia.
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