Como siempre, la realidad no concedió tiempo ni gracia al inquilino de Los Pinos para que, en la práctica, intentara reivindicar sus fantásticos dichos en torno a la supuesta fortaleza del peso mexicano, de tal suerte que apenas dos semanas después de su mágico relato intitulado Quinto informe de gobierno, el tipo de cambio peso-dólar comenzó a desgajarse, tal cual sucedió tres años atrás, cuando Felipe Calderón defendía, micrófono en mano y junto con Agustín Carstens, la patética tesis del catarrito, e insistía en la fábula de la solidez económica y el blindaje de las reservas internacionales.
En ese mágico relato, el inquilino de Los Pinos presumía, entre tantas otras cosas, que la apreciación del peso frente al dólar estadunidense era muestra fehaciente de las favorables perspectivas de la economía mexicana y de la lectura correcta de la fortaleza de su política económica. Pues bien, si la tesis por él defendida era correcta a principios de septiembre, entonces ahora tiene que dar la cara y decirle a los mexicanos, en horario triple A, que la devaluación de nuestra moneda también es muestra fehaciente pero de las desfavorables perspectivas de la economía mexicana y de su errática política económica. Incontables son los platos de lengua engullidos por el inquilino de Los Pinos a lo largo de su estancia en la residencia oficial, pero la terca realidad, puntual e inmisericorde, le ha pasado la factura.
Pero no sólo el inquilino de Los Pinos se va de boca. En Washington, uno de los chicos maravilla (¡recáspita!, Jelipe, un catarrito) del sexenio calderonista, el mismísimo Agustín Carstens, vuelve a las andanzas y augura que el peso se recuperará cuando se asiente el polvo, lo que sucedería en un futuro no muy lejano. Palabras más, palabras menos, lo mismo dijeron en su momento los 10 secretarios (1976-2006, de Mario Ramón Beteta a Francisco Gil Díaz) que precedieron al propio Carstens y a Ernesto Cordero en la oficina principal de Hacienda. Los mismo aplica para el caso de los inquilinos de Los Pinos (de Luis Echeverría a Vicente Fox; presidente que devalúa se devalúa, como diría JLP).
Y el resultado es conocido y padecido por todos los mexicanos: en los 35 años transcurridos desde aquella tarde de finales de agosto de 1976 en la que Luis Echeverría devaluó la moneda mexicana, el tipo de cambio del peso frente al dólar se ha incrementado (en favor del billete verde, desde luego) 112 mil por ciento, siempre en espera de que el polvo se asiente en un futuro no muy lejano. Pero en realidad no se trata del futuro, sino de un pasado cada día más lejano, no sólo en tiempo sino en circunstancia.
Como se ha comentado en este espacio, el de la falta de estabilidad monetaria es uno de los traumas históricos clavado en el epitelio nacional desde hace 136 años, para no ir más atrás: en 1875, con Sebastián Lerdo de Tejada en la Presidencia de la República, el tipo de cambio era parejo, un dólar igual a un peso, y viceversa. Un siglo, tres décadas y un sexenio después, cada billete verde cuesta cerca de 14 mil de los de este lado (recuérdese que la dupla Salinas-Aspe como por arte de magia borró tres ceros a la paridad), pero el discurso oficial insiste en aquello de “… no muy lejano”.
A finales de septiembre de 2008, la sacudida cambiaria (calificada por los voceros oficiales y oficiosos como volatilidad y/o nerviosismo de los mercados) fue la contundente señal de arranque de la siempre negada crisis (porque es externa, aseguraba el inquilino de Los Pinos). En sólo 10 días –los primeros de octubre– los especuladores se comieron alrededor de 13 mil millones de dólares de las tan cacareadas reservas internacionales (las que blindaban al país de cualquier ataque y daban cuenta de la solidez del navío de gran calado, según la versión oficial), y el tipo de cambio se hundió. Tres años después, con una similitud cronométrica, el espeluznante numerito se repite, al igual que el discurso de la fortaleza, del blindaje y del aquí no pasa nada, porque el problema es de afuera.
Tan lo es, que –copia fiel de lo sucedido en 2008– los genios del calderonato (léase de la Secretaría de Hacienda) deberán replantear el paquete económico presentado al Congreso el pasado 8 de septiembre, pues el tipo de cambio considerado para su elaboración fue de 12.2 pesos por dólar, y antes de siquiera entrar en la discusión seria del paquete la paridad ronda los 14 por uno. Lo mismo se registró tres años atrás: en los Criterios Generales de Política Económica para 2009 se fijó un tipo de cambio 10.6 pesos por billete verde; en diciembre de 2008 la paridad había llegado a 13.83 por uno.
Ya encarrerada la especulación, sólo hay que esperar la siempre generosa cuan voluminosa aportación de divisas que el gobierno federal y el Banco de México acostumbra para frenar a la insaciable horda especuladora que pone a parir al país cada que se le pega la gana, y se le pega a cada rato. La única esperanza que queda, aunque no muy firme, es que después de tantas sacudidas los mexicanos de a pie hayan aprendido a no meterse en estas lides especulativas, que no cometan el error de comprar dólares carísimos para –urgidos por su propia circunstancia económica– después venderlos baratísimos, y con ello contribuir indirecta e inconscientemente a alimentar a dicha horda y, de paso, clavarse un puñal en la espalda.
Es de esperar, también, la consabida escalada de precios, comenzando por los alimentos, en el entendido de que cuando menos la mitad de lo que se come en este país proviene de afuera, es decir, de donde todo se cotiza en dólares, los mismos billetes que ahora cuestan mucho más en una nación que no hace mucho producía de todo, pero que por la gracia de un abominable grupo de genios hoy sólo ofrece servicios, y cada día más baratos.
Las rebanadas del pastel
Sigue la quermés de bienes nacionales, con el agravante de que ahora la compra-venta se negocia directamente entre empresas privadas foráneas, mientras la Secretaría de Economía repite y repite lo bien que se hacen las cosas en el calderonato. Desde Montreal se informa que la trasnacional canadiense Goldcorp compró 30 por ciento restante de la mina de oro Caballo Blanco, en Veracruz, de la que ya poseía 70 por ciento. Pagará 13 millones de dólares en efectivo y acciones a la empresa Almaden, también del país de la hoja de maple, quien detentaba esa proporción accionaria. De igual forma, Goldcorp cede al consorcio Almaden 40 por ciento de su participación en la mina El Cobre, todo en el entendido de que esos bienes pertenecen a la nación (se supone que a la nuestra, pero sólo es supositorio).
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