sábado, 24 de septiembre de 2011

Con tus propias palabras, Andrés Manuel-- FEDERICO ARREOLA

El jueves de esta semana saludé en un restaurante de La Condesa a Jesús Ortega, exdirigente nacional del PRD y líder de Nueva Izquierda (“los chuchos”), la corriente que controla las estructuras burocráticas de ese partido.



Se trató de un saludo frío y hasta cortante. Alguna vez Ortega fue más o menos mi amigo o, al menos, durante años me llevé muy bien con él. Ya no. Rompimos después del plantón con el que, en 2006, Andrés Manuel López Obrador decidió luchar contra el fraude electoral. Sí, el plantón que dejó sin tráfico vehicular, durante muchos días, a la totalidad del Paseo de la Reforma, la avenida Madero y el Zócalo de la Ciudad de México.



Jesús Ortega, que había coordinado la campaña de López Obrador, en ningún momento estuvo de acuerdo con el plantón, pero lo apoyó bastante. Al principio, yo coincidía con Ortega: el plantón dañaba a los ciudadanos, no al gobierno y al partido que se habían robado las elecciones, y por lo tanto era una mala acción de protesta que iba a terminar por perjudicar a nuestro movimiento.



Cambié de opinión más o menos cuando cumplí una semana de dormir en una tienda de campaña en el Zócalo. Es que, sin duda, lo que ahí se vivió fue maravilloso. Resultó, por lo tanto, una verdadera pena que los grandes medios de comunicación mexicanos no lo cubrieran, o bien que solo lo hayan hecho para destacar sus aspectos negativos, sin fijarse en todo lo extraordinariamente positivo que hubo en el plantón.



A diario, a lo largo de muchos kilómetros de calles del centro de la capital mexicana, en forma pacífica, con alegría, con optimismo y con ganas de cambiar a México, miles de personas expresaron su descontento recurriendo sobre todo a manifestaciones artísticas. Fue un acto de resistencia y aun de desobediencia que, evidentemente, pasará a la historia de México porque nunca en nuestro país había habido algo semejante.



Todos los días, algunas personas cercanas a López Orador nos reuníamos con el dirigente para analizar lo que estaba pasando. Lo hacíamos en grupos numerosos en los que Andrés Manuel coordinaba las discusiones, o bien cada uno a solas con él en su tienda de campaña.



Ortega no solo era partidario de abandonar rápidamente el plantón, sino inclusive de negociar con Felipe Calderón, con el PAN, con el PRI, con los grandes empresarios y con los principales medios, de tal modo de aceptar, con crudo realismo, que si bien la Presidencia de la República nos la habían robado, ellos iban a gobernar y nosotros íbamos a permanecer en la oposición luchando por nuestros ideales y proyectos, lo que, a juicio de Jesús Ortega (y otras personas), era mejor hacer en acuerdo con los poderes formales y fácticos que peleando abiertamente en contra de los mismos.



Hace días, en su columna en SDPnoticias.com, Yolanda Valenzuela (@yovaro) citó a Margarita de Valois: “En el amor como en la guerra plaza que parlamenta está medio conquistada”. No sé si Andrés Manuel conocía esa frase, pero algo muy parecido expresaba en cada oportunidad en la que Ortega y otros proponían negociar: “Si negociamos, perdemos”.



Como se trataba de un asunto de principios, con los que no se comercia, siempre estuve de acuerdo con Andrés Manuel: no solo no negociar, sino ni siquiera reconocer a los que se habían robado la elección presidencial.



Todos los que estuvimos cerca de Andrés Manuel López Obrador en 2006 pudimos haber negociado algo. A muchos se nos invitó a beneficiarnos de mil maneras a cambio de realizar una acción tan sencilla como la de admitir que sí, había habido fraude, pero que era una necedad llevar la protesta tan lejos. Eso nos habría bastado para lograr acuerdos ventajosos con el gobierno, con los grandes empresarios, con los principales medios.



Muchos no lo hicimos convencidos de que “en el amor como en la guerra plaza que parlamenta está medio conquistada”. Porque estábamos en guerra. Contra la inmoralidad electoral, contra el pequeño grupo de potentados que todo lo domina en México. En una guerra pacífica, en efecto, pero en la que operan las reglas de cualquier otra guerra.



Desde 2006 con convicción llamo “traidores” a los que negociaron. De ahí lo frío de mi saludo a Chucho Ortega. Es un traidor y no puedo ser amable con él. Y, desde luego, él no puede ser afectuoso conmigo porque le molesta la verdad que hay en la palabra con la que, en los últimos años, invariablemente me he dirigido a él: “traidor”.



Esa palabra, “traidor”, no ha dejado de mencionarla Andrés Manuel López Obrador, y ha hecho bien. La ha aplicado a cada persona de su movimiento que, por la razón que sea, se ha acercado a los que se robaron las elecciones de 2006.



No lo dijo así Martí Batres, pero fue el sentido de sus expresiones cuando cuestionó la reunión en la que Marcelo Ebrard Casaubón no solo saludó, en un acto no oficial, a Felipe Calderón, sino que hasta lo reconoció como presidente.



Ebrard, jefe de gobierno de la Ciudad de México, ensoberbecido, autoritario y con evidentes ganas de distanciarse del movimiento de López Obrador, despidió a Batres por eso. Lo echó, de mal modo, de la Secretaría de Desarrollo Social del Distrito Federal.



Confieso que, después del despido de Batres, juzgué mal a López Obrador. Pensé que Andrés, fiel a su discurso y a su línea de conducta de tantos años, iba cuestionar a Ebrard. Pero no lo hizo. Todo lo contrario, lo apoyó. Y, en el colmo de la incongruencia, dijo que no era relevante que Marcelo hubiera reconocido a Calderón como presidente.



Me decepcionó Andrés Manuel, y mucho. En primer lugar, por la falla personal: no fue solidario con Batres, uno de los políticos que le han sido más leales desde hace años. En segundo lugar, y sobre todo, por la incoherencia política: el pragmatismo le ganó y no consideró que valía la pena romper por Ebrard.



Después de tanto tiempo de haber permanecido leal al principio, más que a la persona, que dio origen al gobierno legítimo de México, tengo el derecho de decir que Andrés Manuel está en falta, en una falta grave.



Andrés nos debe a muchos una explicación, racional y ética, de su incongruencia en el caso Ebrard-Calderón-Batres, explicación que debe ser pública, no privada, y que debe ser clara, es decir, no vale argumentar con la entelequia de que lo hizo “por estrategia” ni, tampoco, con razones autoritarias del tipo “yo sé lo que hago aunque no lo explique”.



Si Andrés Manuel no da una explicación satisfactoria a los que, durante años, hemos apoyado su movimiento de resistencia, me temo que en unos pocos meses se verá todo lo inútil que resultó el esfuerzo invertido en el desarrollo de Morena.

No hay comentarios: