sábado, 22 de octubre de 2011

Cuauhtémoc Cárdenas-- Enrique Calderón Alzati

Para la inmensa mayoría de los mexicanos menores a los 35 años, el único México que les ha tocado conocer ha sido el de un país de pobreza creciente, de vendedores ambulantes y de desempleados, de contrastes brutales; un país dominado por la corrupción que no ofrece mayores esperanzas para nadie, excepto para aquellos que opten por el camino de la delincuencia; un país del cual preferirían huir si tuviesen la oportunidad. Para quienes tenemos más de 45 años, la imagen es similar, pero en mayor o menor grado podemos recordar tiempos mejores en los que teníamos un país de oportunidad y esperanza, un país incluso mencionado como ejemplo de desarrollo y respetado en el contexto internacional, aun con nuestros problemas de subdesarrollo.

El acceso al poder de los grupos neoliberales que ofrecían un futuro maravilloso de crecimiento económico, resultó a mediados de los años 80 del siglo pasado una experiencia traumatizante, a partir de la cual, los estándares de vida comenzaron a deteriorarse rápidamente, llevándonos a las condiciones de tragedia nacional que hoy tenemos.

Es en aquellos tiempos del otoño de 1987, cuando surge la figura de Cuauhtémoc Cárdenas en el primer plano de la política nacional, desafiando décadas de autoritarismo y centralización del poder, planteando la necesidad de un cambio, de una alternativa seria al neoliberalismo, el cual había mostrado ya su verdadera esencia de protección de privilegios y entrega del patrimonio y la soberanía nacional. Sus planteamientos claros, en torno a un proyecto de nación distinto, fueron motivo de entusiasmo para amplios sectores de la sociedad; el resultado fue un fraude electoral gigantesco, seguido de una campaña violenta que cobró varios centenares de víctimas y un descrédito sistemático de Cárdenas, originado en el terror que les inspiraba un hombre sencillo recorriendo el país en una camioneta para llevar un mensaje de esperanza, que desenmascaraba el programa de simulación y demagogia que, bajo el lema de solidaridad, había llevado al país a la catástrofe. No me equivoco al decir que nunca en la historia de México, un gobierno supuestamente nacional, había lanzado una campaña de desprestigio y distorsión contra una persona, como el utilizado para impedir el acceso al poder a Cuauhtémoc en las elecciones de 1994.

Unos cuantos meses después, aquel gobierno perdió el control, dejando a la vista el tamaño del engaño y de los agravios que habían sido cometidos contra la nación, la verdad surgió por su propio peso, la figura de Cuauhtémoc Cárdenas no sólo recuperó su estatura original ante la nación, sino que demostró el alcance de su visión y la solidez de sus argumentos; como resultado, su candidatura para el gobierno del DF resultó arrasadora contra los vanos intentos por impedir su triunfo en 1997, convirtiéndolo en la figura idónea para dirigir el país en las elecciones de 2000. Para los intereses neoliberales que controlaban el país, la situación era de emergencia, pues resultaba claro que la imagen del PRI había quedado destrozada; era necesario crear una figura totalmente nueva, un gato pardo que, fingiendo compromiso y pasión por sacar al PRI de Los Pinos, ofreciera la fantasía de cambio que el país requería, permitiéndoles continuar las estrategias de saqueo y entrega del patrimonio nacional a los grandes intereses extranjeros.

La estrategia mediática tuvo un éxito impresionante, el pueblo engañado se fue en pos del voto útil, pensando que Cárdenas había quedado aniquilado por la campaña lanzada por las cadenas de televisión, de manera que la única opción real era votar por el ranchero folclórico de la Coca Cola. Así, en las elecciones de 2000, los intereses más siniestros lograron que el pueblo de México, con el más puro sentido democrático, se metiera un autogol. Los resultados fueron atroces para la nación, Cuauhtémoc Cárdenas no perdió la cabeza ni el ánimo, era necesario reponerse y continuar adelante, si bien con pocos recursos y apoyos para preparar una nueva estrategia para rescatar la soberanía nacional, recuperar la capacidad de producción y restituir los derechos sociales establecidos en la Constitución, era más necesario que nunca.

Los dueños del poder, fortalecidos, supieron desde el principio que su engaño a la sociedad duraría poco y que más pronto que tarde la capacidad, la visión y el prestigio de Cárdenas volverían a convertirlo en un riesgo para ellos, por lo que les era vital asestarle un golpe definitivo. La única posibilidad real era lograr una fractura en sus propias filas, pues aun su eliminación física actuaría en contra de ellos.

La estrategia tuvo éxito parcial, en cuanto que lograron cerrarle el paso a una nueva presencia en las elecciones de 2006, en las cuales terminaron recurriendo a un nuevo fraude para mantener el poder, con un costo para el país de violencia y tragedia fuera de toda proporción, a partir de la imposición de un nuevo gobierno antipopular y con claras tendencias hacia la violencia. Su objetivo de dividir a la izquierda y facilitar el regreso del PRI, para continuar las mismas prácticas de saqueo y enajenación, son de nuevo el riesgo para el futuro.

Desafortunadamente, los mismos factores que imposibilitaron el acceso al poder en 2006 se mantienen presentes. ¿Puede Cuauhtémoc Cárdenas constituir nuevamente la opción real que el país necesita en estos tiempos? El reconocimiento de su figura emblemática en la medalla Belisario Domínguez habla del reconocimiento de los diversos sectores económicos y sociales que avalan su liderazgo y capacidad para lograr la unificación del país en torno a un proyecto incluyente. Su mayor, sino es que el único obstáculo, está paradójicamente en el propio partido que él formó, convertido en un conjunto de facciones que parecieran irreconciliables, que no tienen otra opción real que elevar sus visiones a la altura de las necesidades actuales para sacar al país del pantano en el que se encuentra.

No hay comentarios: