En la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal se hallan en curso dos averiguaciones por lesiones debido al enfrentamiento entre priístas que se dio el fin de semana pasado. Una la presentó Rosario Guerra contra Cristian Vargas; otra, el segundo contra la primera.
Aunque en ninguno de los casos las lesiones son de tal gravedad que pudieran significar cárcel, el asunto es que la supuesta fuerza de Enrique Peña Nieto, que mantiene quieto a ese partido, no llega a la ciudad de México, entre otras cosas porque los militantes del DF se sienten muy alejados no nada más del PRI, sino también, y principalmente, del que todos suponen será el candidato priísta a la Presidencia de la República.
Y aunque las entrevistas con Guerra y Vargas han ido y venido para que se escuche la exageración con que una y otro han relatado el hecho –debemos recordar que en los dos casos las supuestas lesiones son, según la PGJDF, de las que sanan en menos de 15 días–, donde se dijo que hasta armas blancas fueron utilizadas, el fondo es que ese PRI está roto.
Bien se ha cuidado Beatriz Paredes de guardar silencio ¿de los inocentes? para salvar lo que se pueda sin mancharse de más, con el fin de llegar con la menor carga de culpas a la candidatura por la jefatura de Gobierno, que en todos lados se da como un hecho.
Lo malo es que, según las encuestas, siempre que se pregunta sobre Paredes se tiene buena opinión, y siempre que se la liga al PRI desciende y se coloca en posición de perdedora, es decir, deja el lugar de lucha por el primer lugar, y con su partido de respaldo se hunde en las listas.
No hay milagros en el DF. Beatriz Paredes abandonó a los habitantes del DF durante muchos años, tal vez porque aquí se le impuso una derrota electoral, en los comicios pasados, que significó un golpe definitivo para ella, desde luego, y para la militancia del PRI, definitivamente, porque desde entonces, y desde la cúpula partidista a la que pertenece, se despreció la fuerza de la militancia, a la que ahora se pide que vote en su favor.
Así que, por más que entre encuestas y comentarios se trate de impulsar a la posible candidata priísta a la jefatura de Gobierno, parece que su derrota ya se dio, y no precisamente en la elección, sino dentro de su propio partido, que parece no estar dispuesto a la reconciliación.
La farsa que montaron tanto el diputado Vargas como la señora Guerra, que posaron para las cámaras vendados y con collarines, sin que sus lesiones fueran de consideración, es un tanto de la farsa que trata de representar la cúpula partidista cuando habla de unidad, y de las no fracturas que en la ciudad sí existen y son, a fin de cuentas, el fardo con el que deberán correr para tratar de ganar el DF.
Por lo pronto, lo primero que deberán entender, no sólo en el PRI, sino en todos los partidos políticos que pugnan por el poder en el DF, es que aquí no se dan los milagros.
De pasadita
Desde hace 15 años, en Argentina, la Doctrina de la Real Malicia se usa como forma de dejar impune la calumnia, en bien de la libertad de expresión.
En la controversia, quienes estaban a favor expresaban, por ejemplo: la Doctrina de la Real Malicia es una ponderación de los intereses del honor y la libertad de prensa, que consiste en establecer que las reglas del derecho civil de daños no se aplican, aunque haya existido un daño efectivo al honor, si esa aplicación puede perjudicar el margen del ejercicio futuro de la libertad de prensa. La cita pertenece a quien fue el procurador general en aquel país en 2008.
La Doctrina de la Real Malicia predica que: quien emitió la expresión o imputación conocía la falsedad de la noticia y obró con notoria despreocupación por su veracidad. Alguna nota de aquel tango se escuchó ayer por la mañana en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Tal vez no se sepan la letra, pero la tonada sí que la conocen.
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