Estamos prestos a presenciar la simulación de un tribunal electoral forzado por la creciente inconformidad social, a asentir con la evidencia de que los modos habidos de coacción del voto ciudadano no son aceptables ni la antidemocracia mediática tampoco y que en efecto estas “irregularidades” acontecidas antes de las campañas para obtener sufragios a canje de dádivas deben legislarse para evitarlas en el futuro, pero a pesar de dichas afectaciones inequitativas e inmorales, el candidato en turno que colocó este sistema corrupto, será validado.
Lo será, porque las riendas de la nación las trae el narco poder. Porque el flujo de recursos ilícitos para llevar a cabo las “irregularidades” pre electorales, no se les entregó nomás así. El pacto es de sangre entre unos y otros.
Pero la confusión en el país es de tal magnitud que nadie sabe a ciencia cierta quiénes son los unos y quienes los otros.
Así sucedió en Colombia.
Luego de seis años de las inconcebibles y rutinarias ejecuciones grotescas que han sacudido al mundo, lo único que se tiene claro es que el engorde de la delincuencia organizada proviene de elementos pertenecientes a la misma policía federal y al ejército. Arriba se hacen los pactos y estas dos instituciones junto con los agentes gringos que pululan libres por la nación, los ejecutan.
La falta de transparencia, la clandestinidad de acciones, el ocultamiento, la inconstitucionalidad y un Estado mafioso que se manifiesta a diario, es la imagen de la nación.
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