lunes, 17 de agosto de 2009

GANDHI, Mahatma. Mis experimentos con la verdad. Autobiografía ULTIMA PARTE



Ultima parte.
XII- LA MANCHA DE ÍNDIGO
Champaran es la tierra del rey Janaka. Así como abunda en plantaciones de mangos, también solía estar llena de plantaciones de índigo hasta el año 1917. El campesino de Champaran estaba obligado por la ley a plantar para su dueño tres de cada veinte partes de su tierra con índigo. El sistema era conocido como tinkathia, porque tres kathas de cada veinte (que hacían un acre) debían ser plantados con índigo.
Debo confesar que no conocía el nombre entonces, y mucho menos la situación geográfica de Champaran, y muy difícilmente tenía alguna noción de las plantaciones de índigo. Había visto fardos de índigo, pero ni siquiera soñado que crecía y era elaborado en Champaran con enormes dificultades para miles de agricultores.
Rajkumar Shukia era uno de los agricultores que habían estado viviendo bajo este sistema, y estaba consumido por la pasión de lavar esa mancha de índigo, bajo la cual miles de compatriotas estaban sufriendo como había sufrido él.
Este hombre se acercó a mí en Lucknow, a donde yo había ido para el Congreso de 1916.
—Vakil Babu le dirá algo sobre nuestra desgracia —me dijo, urgiéndome a partir para Champaran. Vakil Babu no era otro que Baba Brajkishore Prasad, que se convirtió en mi íntimo colaborador en Champaran, y que es el alma del trabajo público en Bihar. Rajkumar Shukia le trajo a mi tienda. Estaba vestido con un achkan de negra alpaca y pantalones. Brajkishore Babu no me impresionó. Supuse que era algún vakil que explotaba a los simples campesinos. Habiendo oído de sus labios algo sobre Champaran, repliqué directamente:
—No puedo opinar sin ver la situación con mis propios ojos. Por favor, presente su resolución ante el Congreso, pero déjeme en libertad por ahora.
Rajkumar Shukla quería, por supuesto, alguna ayuda del Congreso. Babu Brajkishore Prasad presentó la resolución, expresando su simpatía por el pueblo de Champaran, y la misma fue aprobada en forma unánime.
Rajkumar Shukia estaba contento, pero no satisfecho. Quería que yo personalmente visitara Champaran y fuese testigo de las miserias de la gente. Le dije que incluiría a Champaran en la gira que pensaba hacer, y le concedería un día o dos.
—Un día será suficiente —me dijo— y verá usted las cosas con sus propios ojos.
De Lucknow fui a Oawnpore. Rajkumar Shukia me encontró allí.
—Champaran está muy cerca. Por favor, concédanos un día —insistió.
—Le ruego me excusen esta vez. Pero prometo que vendré —dije yo, comprometiéndome para más adelante.
Regresé al ashram. El inexorable Rajkuniar llegó hasta allí también.
—Por favor, fije el día ahora —dijo.
—Bueno —le contesté—, debo estar en Calcuta en tal y tal fecha; venga a encontrarme y lléveme desde allí. No sabía adónde iba a ir, qué hacer, qué cosas iba a ver.
Antes de llegar al lugar de Bhupen Babu, en Calcuta, Rajkumar Shukia ya se había establecido allí. Me llevó consigo, y viajamos juntos, llegando a Patna en la mañana.
Ésta fue mi primera visita a Patna. No tenía allí amigo ni conocido donde pudiera establecerme. Pero supuse que Rajkumar Shukia, campesino como fue, debía tener alguna influencia en Patna. Le llegué a conocer algo más en el viaje, y al llegar a Patna, no tenía secretos para mí. Era perfectamente inocente de todo. Los vakils que consideraba sus amigos, no eran nada de eso. El pobre Rajkumar era más o menos un criado para ellos. Entre tales clientes agricultores y sus vakils, hay un abismo tan profundo como el Ganges.
Rajkumar me llevó a ver a Rajendra Babu, en Patna. Rajendra Babu se habla ido a Puri o a otro lugar, ya no recuerdo. Había uno o dos sirvientes en el bungaiow, pero no nos prestaron atención. Yo tenía algo para comer conmigo. Quería dátiles, y mi compañero me los trajo del almacén.
En Bihar gobernaba el principio de la intocabilidad. Yo no podía tomar agua en la fuente mientras la usaban los sirvientes, porque algunas gotas del agua que yo usaba podía contaminarlos, ya que los sirvientes no sabían a qué casta yo pertenecía. Rajkumar me llevó al baño interior, pero los sirvientes inmediatamente me llevaron al de afuera. Todo esto me sorprendía e irritaba, porque ya no estaba acostumbrado a esas cosas. Los sirvientes cumplían con su deber, hacían lo que creían que Rajendra Babu hubiera querido que hicieran.
Estas experiencias me hicieron apreciar más a Rajkumar Shukla, e incluso conocerlo mejor. Vi entonces que Rejkumar Shukia no podía orientarme, y que debía tomar las riendas en mis propias manos.

XIV- FRENTE A FRENTE CON AHIMSA
Mi objetivo era investigar las condiciones de vida de los campesinos de Champaran y comprender sus demandas contra el trato que les prodigaban los plantadores de índigo. Para ello era necesario que conversara con miles de ellos. Pero consideré esencial, antes de iniciar esta investigación, conocer el punto de vista de los plantadores y entrevistarme con el comisionado de la región. Comprometí sendas reuniones con ellos.
El secretario de la Asociación de Plantadores, me dijo lisa y llanamente que yo era un extraño y que nada tenía que hacer entre los plantadores y los campesinos, pero si tenía algo que decir, podía someterlo por escrito. Le contesté amablemente que no me consideraba un extraño, y que tenía todo el derecho de investigar la situación de los campesinos si es que ellos querían que lo hiciese.
El comisionado, a quien visité, me insultó con algunas bravuconadas, y me aconsejó que partiera cuando antes de Tirhut.
Comuniqué todo esto a mis colaboradores, y les dije que era intención del gobierno impedirme seguir adelante, y que era posible que fuera a la cárcel antes de lo que había supuesto, y que si yo era arrestado, sería mejor que el arresto se produjera en Motihari, o si fuese posible en Bettiah. Por lo tanto, resultaba aconsejable que partiera hacia esos lugares cuanto antes.
Champaran es un distrito de la región Tirhut y su capital es Motihari. Rajkumar Shukia tenía su casa en las cercanías de Bettiah, y los campesinos que pertenecían a los kothis de ese lugar eran los más pobres del distrito. Rajkurnar Shukia quería que los visitase, y él mismo estaba ansioso por hacerlo.
Por lo tanto, partí con mis colaboradores hacia Motihari ese mismo día. Babu Gorakh Prasad nos alojó en su casa, que se convirtió en un verdadero campamento. Apenas si podía contenemos a todos. A nuestra llegada nos enterarnos que a unas cinco millas de Motihari, un campesino fue seriamente maltratado. Se decidió que, en compañía de Babu Dharanidhar Prasad, iría a visitarlo la mañana siguiente, y acordamos hacer el viaje en elefante. Apenas habíamos hecho la mitad del camino, cuando un mensajero del jefe de policía nos alcanzó con una orden de éste para que no siguiéramos nuestro camino. Yo debía volver, y lo hice en el coche que trajo al mensajero. Éste me entregó entonces una comunicación para que dejara Champaran, y me llevo hasta mi residencia. Como me solicitaba que por escrito le confirmara haber recibido esa comunicación, lo hice manifestando que no me proponía dejar Champaran hasta que mi investigación hubiese terminado. Por lo tanto, recibí una orden judicial emplazándome a concurrir ante el juez al día siguiente por haber desobedecido una orden de dejar Champaran.
Me mantuve despierto toda la noche escribiendo cartas y dando todas las instrucciones necesarias a Babubrajkishore Prasad.
Las noticias de la orden y del juicio se extendieron como el fuego; luego supe que Motihari fue testigo de escenas sin precedentes en su historia. La casa de Gorakhababu y el edificio del tribunal se hallaban rodeados por una enorme multitud. Afortunadamente, había terminado durante la noche con todo mi trabajo, y por lo tanto estaba en condiciones de dedicarme a la muchedumbre. Mis colaboradores se esforzaban por mantener la disciplina en el seno de la multitud, ya que ésta me seguía donde yo fuera.
Una especie de simpatía surgió entre los funcionarios —el magistrado, el jefe de policía— y yo. Podía haberme resistido legalmente a las órdenes que se me habían impartido. Sin embargo las acepté todas, y mi conducta ante los funcionarios era correcta. Veían entonces que yo no quería ofrecer resistencia civil a las órdenes que de ellos emanaban. En este sentido se vieron ante una situación especial, y en vez de hostigarme, se mostraron satisfechos de comprobar la colaboración que prestábamos yo y mis compañeros para no permitir que la multitud se extralimitara. Pero se trataba de una demostración palpable de que la autoridad se tambaleaba. La gente en ese momento había perdido todo temor al castigo, y manifestaban su obediencia al poder del amor que su nuevo amigo ejercía.
Es necesario recordar que nadie me conocía en Champaran. Los campesinos lo ignoraban todo. Champaran, muy lejos al norte del Ganges, y justo al pie del Himalaya, en las cercanías de Nepal, se hallaba separada del resto de la India. El Congreso era prácticamente desconocido en esas regiones. Incluso los que habían oído el nombre del Congreso, se abstenían de unirse a él o siquiera de mencionarlo. Y ahora el Congreso y sus miembros habían llegado hasta ellos, aunque no en nombre del Congreso, sino en un sentido mucho más concreto.
En consulta con mis colaboradores, habíamos decidido que nada sería hecho en nombre del Congreso. Lo que queríamos era trabajo y no nombre, materia y no fantasía. El nombre del Congreso era una bestia negra para el gobierno y los plantadores. Para ellos, el Congreso era una asociación de abogados rebeldes, la evasión de la ley mediante artimañas legales, una asociación para el crimen anárquico y para la diplomacia y la hipocresía. Por lo tanto, decidimos no mencionar el nombre del Congreso y no poner en conocimiento de los campesinos la organización llamada Congreso. Era suficiente, considerábamos, que comprendieran y fueran tras el espíritu del Congreso en vez de perseguir su letra.
De modo que el Congreso no había enviado emisarios, secretos o no, para que prepararan nuestra llegada. Rajkumar Shukia no podía haberse entrevistado con todos los miles de campesinos. Ningún trabajo político había sido hecho aún entre ellos. El mundo que estaba más allá de las fronteras de Champaran, les era desconocido. Y sin embargo, me recibieron como si hubiésemos sido amigos de largo tiempo atrás. No es exageración, sino la misma verdad, el decir que en este mitin con los campesinos estuve frente a frente con Dios, Ahimsa y la Verdad.
Cuando pensé en mis títulos para esta obra, sólo encontré mi amor por el pueblo Y esto no es otra cosa que una expresión de mi indestructible fe en Ahimsa.
Ese día en Champaran constituyó un acontecimiento inolvidable en mi vida y una señal inextinguible para los campesinos y para mí.
De acuerdo con la ley, yo debía asistir a mi juicio, pero, hablando con propiedad, se trataba más bien del juicio al gobierno. El jefe de policía sólo logró atrapar al gobierno en la trampa que había dispuesto para mí.

XV- ACUSACIÓN RETIRADA

El juicio comenzó. El fiscal del gobierno, el magistrado y los otros funcionarios se encontraban entre la espada y la pared. No atinaban a saber qué hacer. El fiscal insistía ante el magistrado para que se pospusiera el juicio. Pero yo solicité al juez que no se pospusiera, ya que quería declararme culpable de haber desobedecido la orden de salir de Champaran, y leí la breve presentación que sigue:
“Con el permiso de la Corte, quisiera hacer esta presentación, explicando por qué asumí la responsabilidad de, aparentemente, desobedecer la orden pasada bajo la Sec. 144 de Cr. P. C. En mi humilde opinión, se trata de una diferencia de concepto entre la administración local y mi persona. Llegué al lugar con el objeto de cumplir un servicio nacional y humanitario. Lo hice en respuesta a una insistente invitación que se me hacía para que ayudara a los campesinos, quienes consideran que no son tratados con justicia por los plantadores de índigo. No puedo brindar mi ayuda sin estudiar antes el problema. Por lo tanto, llegué hasta aquí para estudiarlo con la colaboración, si es posible, de la administración local y de los plantadores. No tengo otro motivo, y no es posible creer que mi llegada aquí puede en forma alguna provocar disturbios, alterar la tranquilidad pública y determinar la pérdida de vidas. Creo que tengo suficiente experiencia en estos asuntos. La administración, sin embargo, pensó de manera diferente. Comprendo perfectamente sus dificultades, y admito también que sólo pueden proceder de acuerdo con las informaciones que reciben. Como un ciudadano respetuoso de las leyes, mi primer actitud debe ser, como lo fue realmente, obedecer la orden que se me daba. Pero no podría obedecerla sin violentar mi sentido del deber hacia quienes me han llamado y por quienes he venido. Siento que sólo puedo servirlos permaneciendo junto a ellos. Por lo tanto, no puedo retirarme voluntariamente. Y en este conflicto de deberes, sólo puedo echar la responsabilidad de apartarme de ellos sobre la administración. Soy plenamente consciente de que una persona que ocupa una posición en la vida pública de la India como la que yo ocupo, debe ser sumamente cuidadosa en sentar un ejemplo con sus actitudes. Es mi firme convicción que bajo la compleja constitución que estamos viviendo, la única actitud sana y honesta para un hombre que se respeta es, en las circunstancias en que yo me encuentro, hacer lo que he decidido hacer, es decir, someterme sin protesta a la acusación de desobediencia.
“Hago esta presentación no para obtener una reducción de la pena que puede ser pronunciada contra mí, sino para señalar que he desobedecido la orden que se me hizo llegar no por querer faltar al respeto a la autoridad legal, sino en obediencia a la ley más importante de nuestra vida, la voz de la conciencia”.
Ya no había ocasión ahora de posponer el juicio, pero como tanto el juez como el fiscal fueron tomados de sorpresa, el juez pospuso la causa. Mientras tanto, envió amplios
detalles del caso al virrey, a los amigos de Patna, al Pandit Madan Mohan Malavya y a otras personalidades.
Antes que pudiera presentarme ante la Corte para recibir la sentencia, el juez envió un mensaje escrito diciendo que el teniente-gobernador había ordenado que fuera retirada la acusación contra mí, y por su lado el jefe de policía me escribió para comunicarme que estaba en libertad de proseguir con la investigación que me había propuesto realizar, y que podía contar con los funcionarios del gobierno para cualquier ayuda que necesitase. Nadie de nosotros estaba preparado para un final tan rápido y feliz.
Así fue como el país tuvo su primera lección práctica en materia de desobediencia civil. El asunto fue libremente discutido tanto en los círculos locales como en toda la prensa, y mi investigación recibió una inesperada publicidad.
Para esa investigación era necesario que el gobierno permaneciera neutral. La investigación en sí, no necesitaba apoyo de los periodistas ni siquiera artículos editoriales en los diarios. La situación en Champaran era tan delicada y difícil, que una crítica demasiado apasionada o reportajes sensacionales sólo podían ocasionar perjuicios a la causa que estábamos buscando llevar a feliz término. Por lo tanto, escribí a los directores de los principales diarios solicitándoles no se molestasen en enviar cronistas, ya que yo mismo les haría llegar todo lo que pudiera ser interesante para ser publicado y así mismo los mantendría informados.
Sabía que la actitud del gobierno aceptando mi presencia había desagradado a los plantadores de Champaran, e incluso sabía que los funcionarios, aunque nada podían decir abiertamente, difícilmente se avendrían a mi presencia. De modo que si aparecían en los diarios notas incorrectas o parciales, los encolerizaría más aún, y su ira, en vez de caer sobre mí, seguramente caería sobre los pobres campesinos, oponiendo al mismo tiempo serias trabas a mi búsqueda de la verdad en este caso.
A pesar de estas precauciones, los plantadores lanzaron contra mí una agitación envenenada. Toda clase de falsedades aparecieron en la prensa sobre mí y mis colaboradores. Pero mi extremada serenidad e insistencia en la verdad, incluso en el detalle más mínimo, hizo girar hacia ellos el filo de la espada.
Los plantadores no dejaron piedra sin dar vuelta en cuanto a lanzar invectivas y falacias sobre Brajkishorebabu, pero cuando más inventaban sobre él, más crecía su figura en la estima del pueblo.
En una situación tan delicada como ésta, pensé que no resultaba apropiado invitar a líderes de las otras provincias. Pandit Malaviyaji me hizo saber que en cualquier momento que lo necesitase, sólo tenía que enviarle una palabra, pero no lo molesté. Trataba de evitar que la lucha asumiera un aspecto político. Sin embargo, envié a los líderes y a los principales diarios largos informes, no para ser publicados, sino para su propia información. Había comprobado que, aunque el objetivo fuera político, no siendo política la causa, era posible perjudicarla otorgándole un aspecto político, y ayudarla, por el contrario, manteniéndola en los límites de la no-política. La lucha en Champaran demostró que la ayuda desinteresada al pueblo en cualquier esfera, termina por ayudar políticamente al país.

XVI- MÉTODOS DE TRABAJO

Para comprender totalmente la investigación hecha en Champaran, sería necesario relatar la historia del campesinado de Champaran, cosa que queda fuera de cuestión en estos capítulos. La investigación en Champaran constituyó un experimento con la verdad y con ahimsa, y estoy narrando, semana a semana, solamente lo que me ocurrió a mí y lo que resulta valioso desde este punto de vista. Para mayores detalles, el lector debe recurrir a la historia en hindí del satyagraha en Champaran, escrita por Sjt. Rajendra Prasad, de la cual se me dijo que una edición inglesa está por aparecer.
Pero volviendo al tema de este capítulo, diré que la investigación no podía ser dirigida desde la casa de Gorakhbabu sin solicitar al pobre Gorakhbabu que la dejara libre. Y la gente de Motihari aún no había superado su miedo para alquilarnos una casa. Sin embargo, Brajkishorebabu logró obtener una casa con considerable espacio, y nos mudamos allí.
No era posible, además, llevar adelante el trabajo sin dinero. Tampoco hubiese sido práctico recurrir a la población en busca de apoyo financiero en una campaña de este tipo. Brajkishoreba y sus amigos eran en su mayoría vakils que contribuían con lo que tenían, u obtenían fondos de sus amigos cuando se les presentaba alguna ocasión. ¿Cómo podían pedir al pueblo que pagara cuando ellos y sus iguales estaban en perfectas condiciones de hacerlo?
Éste parecía ser el mejor argumento. Decidí no aceptar cosa alguna de los campesinos del Champaran. Podía ser mal interpretado. Asimismo estaba determinado a no recurrir al país en busca de fondos para conducir la investigación. Esto hubiera sido otorgarle en toda la India una jerarquía política. Los amigos de Bombay ofrecieron quince mil rupias, pero decliné este ofrecimiento dándoles las gracias. Decidí obtener lo más posible, con ayuda de Brajkishorebabu, de los biharis que vivían fuera de Champaran y, si esto no alcanzaba, recurrir a mi amigo el doctor P. J. Mehta, de Rangoon. El doctor inmediatamente estuvo de acuerdo en enviarme todo lo que llegase a necesitar. Por lo tanto, desde este punto de vista no debíamos preocuparnos. Además, no necesitábamos recurrir a grandes sumas, ya que reducíamos nuestra economía en consonancia con la pobreza que reinaba en Champaran. Y por otro lado, descubrimos que no necesitábamos grandes sumas de dinero. Tengo la impresión que en total no gastamos más de tres mil rupias, y, si mal no recuerdo, ahorramos unos cientos de rupias de lo que habíamos reunido.
Las curiosas formas de vida de mis compañeros en esos primeros días, constituían temas de constante sátira. Cada uno de los vakils tenía un sirviente y un cocinero, además de una cocina separada, y a menudo realizaban su última comida hacia medianoche. Aunque lo hacían a sus propias expensas, sus irregularidades me preocupaban; pero como nos habíamos convertido en íntimos amigos, no había posibilidad de un malentendido entre nosotros, y recibieron mis chanzas de buena manera. Por último, se decidió dejar de lado los sirvientes, acomodarse todos en una sola cocina, y observar un horario. Como no todos eran vegetarianos, y como dos cocinas hubiesen resultado costosas, se resolvió contar con una cocina vegetariana para todos. Asimismo, se insistió en la necesidad de recurrir a comidas simples.
Estas medidas redujeron considerablemente los gastos, y nos ahorraron mucho tiempo y energías, y de ambas cosas estábamos muy necesitados. Multitudes de campesinos venían a plantear sus opiniones, y eran seguidos por un ejército de compañeros que mantenían la organización y disciplina de la gente. Los esfuerzos de mis compañeros para salvarme de los buscadores de darshan no resultaban suficientes muchas veces, y debía ser exhibido ante ellos a ciertas horas. Por último, se solicitó a cinco o siete voluntarios que recibieran las declaraciones, e incluso así mucha gente quedaba sin poder declarar. No eran esenciales todas las declaraciones, muchas resultaban simples repeticiones, pero la gente no quedaba satisfecha de otra manera, y yo comprendía perfectamente sus sentimientos en este sentido.
Los que recibían las declaraciones debían observar ciertas reglas. Cada campesino era detenidamente examinado, y cualquiera que no satisfacía la prueba, rechazado. Esto insumía mucho tiempo, pero gracias a ello, la mayoría de las declaraciones resultaron incontrovertibles.
Un funcionario de la policía estaba siempre presente cuando las declaraciones eran recibidas. Podíamos haber rechazado esta presencia, pero desde un comienzo decidimos no sólo hacer caso omiso de los funcionarios de la policía, sino también tratarlos con cortesía y ofrecerles toda la información que era posible. Esto no podía perjudicarnos en absoluto. Por el contrario, el hecho de que las declaraciones fueran tomadas en presencia de los funcionarios de la policía, permitía a los campesinos desembarazarse de sus temores. Si por un lado el excesivo temor de los campesinos a la policía era eliminado de sus espíritus en cierta forma, por el otro lado su presencia impedía una natural tendencia a la exageración. Los amigos de la policía se dedicaban a preparar trampas a la gente; por lo tanto, los campesinos debían, necesariamente, ser cautos.
Como no quería irritar a los plantadores, sino conquistarlos mediante la cordialidad, decidí escribir a aquellos contra quienes se hacían las más serias acusaciones, y hasta entrevistarme con ellos. También me entrevisté con la Asociación de Plantadores, les presenté las demandas de los campesinos, y entablé conocimiento con sus puntos de vista. Algunos de los plantadores me odiaban, otros se mostraban indiferentes, y muy pocos me trataron con cortesía.

XVII- LOS COMPAÑEROS

Brajkishorebabu y Rajendrababu constituían una pareja que no se separaba de mí. Su devoción hacía imposible que diera un sólo paso sin ayuda de ellos. Sus discípulos, o sus compañeros —Shambhubabu, Anugrahababu, Dharanibabu, Ramnavmibabu y otros vakils— estaban siempre con nosotros. Vindhyahabu y Janakdharibabu también vinieron a ayudarnos. Todos ellos eran biharis. Su tarea principal consistía en recibir las declaraciones de los campesinos.
El profesor Kripalani no podía dejar de lanzarse a la lucha junto con nosotros. Aunque sindhi, era más bihari que un bihari nativo. Conocí a muy pocos capaces de asimilarse totalmente la provincia de adopción. Kripalani es uno de esos pocos. Nadie podía decir que pertenecía a otra provincia. Se constituyó en mi portero en jefe. Su objetivo llegó a ser el salvarme de los buscadores de darshan. Conquistaba a la gente, la alentaba a la colaboración, con un imperturbable buen humor y suma cordialidad. Y por la noche retomaba su actividad de maestro, y ofrecía a sus compañeros todo lo que llevaba realizado en materia de investigaciones históricas.
Maulana Mazharul Haq registró su nombre en la lista de colaboradores con quienes podía contar en cualquier momento que fuese necesario, acostumbrándose a visitarnos para ver qué sucedía una o dos veces por mes. La pompa y el esplendor con los cuales vivía en esa época constituyen un agudo contraste con la vida simple que lleva hoy. La forma en que se asoció a nosotros, nos hacía sentir que era uno de los nuestros, aunque su sola forma de vestir hubiera impresionado en forma distinta a un extraño.
A medida que adquiría mayores experiencias sobre Bihar, me convencía que un trabajo que debía ser permanente resultaba imposible sin una adecuada educación de la población. La ignorancia de los campesinos era algo patético. Permitían a sus hijos ya sea dedicarse a la vagancia, ya a pasar jornadas de sol a sol en las plantaciones de índigo por unas monedas diarias. En esos días el salario de un hombre no pasaba de las diez pice, una mujer no ganaba más de seis, y un niño de tres. El que lograba ganar cuatro annas por día, podía considerarse afortunado.
De acuerdo con mis compañeros, decidimos instalar escuelas primarias libres en seis aldeas. Una de las condiciones que imponíamos a los habitantes de esos lugares es que ellos debían proveer lugar para la escuela y para el alojamiento del maestro, mientras que nosotros cuidaríamos de los otros gastos. La gente de las aldeas difícilmente contaba alguna vez con dinero efectivo en sus manos, pero podían abastecer al maestro de frutas e incluso de cereales.
Pero donde obtener los maestros constituía un problema de difícil solución. Imposible encontrar en ese lugar maestros que estuvieran dispuestos a trabajar por muy poco sueldo o casi sin remuneración alguna. Aunque en mi opinión no era necesario colocar a los niños bajo la férula de los maestros comunes. Su preparación literaria no importaba tanto como su preparación moral.
De modo que hice un llamado público para obtener maestros voluntarios. Y el llamado recibió rápida respuesta. Sjt. Gangadharrao Deshpande envió a Babasaheb Soman y Pun dalik. Shrimati Avantikabai Gokhaie vino de Bombay y Mrs. Anandibai Vaishampayan, de Poona. La ashrani de Chhotalal envió a Surendranath y a mi hijo Devdas. Hacia esa época Mahadev Desai y Narahari Parikh, con sus esposas, se unieron a mí. Kasturbai también participaba en las tareas. Todos juntos constituían un contingente verdaderamente poderoso. Shrimati Avantikabai y Shrirnati Anandibai contaban con suficiente preparación, pero Shrimati Durga Desai y Shrimati Mambehn Parikh no reunían otra cosa que un reducido conocimiento del gujaratí y Kasturbai ni siquiera eso. ¿Cómo harían estas mujeres para instruir a los niños en hindí?
Les expliqué que no se esperaba de ellas que enseñaran a los niños gramática o las tres R, sino más bien el sentido de la higiene y de los buenos modales. Les expliqué luego que no había mucha diferencia entre los alfabetos gujaratí, hindí y marathi a pesar de lo que solía creerse, y que en las clases inferiores, en todo caso, la enseñanza de los rudimentos del alfabeto y de los números no era cosa difícil. El resultado fue que las clases que daban estas mujeres constituyeron un éxito. Y esta experiencia les dio más confianza e interés en su trabajo. La escuela de Avantikabai se transformó en un verdadero modelo. Con toda su alma y corazón se dedicó al trabajo. Y a través de estas maestras, pudimos en cierta forma hacer llegar nuestra influencia hasta las mujeres de las aldeas.
Pero yo no quería reducirme a proveer a las aldeas con una enseñanza primaria. Esas aldeas eran lugares insalubres, la calles estaban llenas de inmundicias, los pozos apestaban. Además, no sólo educación en este sentido era lo que necesitaban los mayores, pues sufrían también de varias enfermedades provocadas justamente por esta situación. Por lo tanto, se decidió realizar todo el trabajo sanitario que fuera posible y penetrar en cada aspecto de sus vidas.
Necesitábamos médicos para esta tarea. Solicité a la Sociedad de Sirvientes de la India que nos facilitara los servicios del difunto doctor Dev. Habíamos sido grandes amigos, e inmediatamente ofreció su colaboración por un período de seis meses. Los maestros —hombres y mujeres— debían actuar todos a sus órdenes. Todos tenían instrucciones precisas de no inmiscuirse en lo que se refería a la lucha contra los plantadores o en cuestiones políticas. La gente que tuviera alguna queja que hacer, debía dirigirse a mi. Nadie podía ir más allá de su cometido específico. Los amigos cumplieron estas instrucciones con magnífica fidelidad. No recuerdo un sólo caso de indisciplina.

XVIII- INVADIENDO LAS ALDEAS

En la medida que resultaba posible, a cargo de cada escuela poníamos a un hombre y una mujer. Estos voluntarios debían atender asimismo, los problemas médicos y sanitarios. Las mujeres del lugar debían ser conquistadas por medio, también, de mujeres.
En lo que respecta a la parte médica, se trataba de un asunto sencillo. Aceite castor, quinina y preparados de azufre eran las únicas drogas con que eran abastecidos los voluntarios. Si el paciente mostraba una lengua sucia o se quejaba de un constipado, se le administraba aceite castor; en caso de fiebre, después del aceite castor se administraba una dosis de quinina, y los preparados de azufre eran aplicados sobre las llagas después de un adecuado lavaje. No se permitía a los pacientes llevar los remedios a sus casas. Cuando surgía alguna complicación, era consultado el doctor Dev. Asimismo, éste acostumbraba visitar cada lugar un día determinado de la semana.
La. cuestión sanitaria era algo más complicada. La gente no estaba preparada en este sentido. Incluso los agricultores no eran materia dispuesta. Pero el doctor Dev no era hombre a quien fuera posible desalentar fácilmente. Él y los voluntarios concentraban sus energías en limpiar totalmente una aldea, y dejarla en condiciones ideales, y con toda cordialidad persuadían a los pobladores a encontrar voluntarios entre sus propias filas. En algunas aldeas avergonzaban a la gente realizando todo el trabajo; en otras la gente se entusiasmaba tanto, que incluso preparaban caminos para que mi coche pudiera viajar de un lugar a otro. Estas agradables experiencias, junto con amargas demostraciones de apatía, no dejaban de presentarse en mucha gente. Recuerdo a algunos aldeanos que francamente expresaban su descontento con este trabajo.
No estaría fuera de lugar relatar aquí una experiencia que ya he narrado en oportunidades anteriores en varios mítines. Bhitiharva era una pequeña aldea en la que actuaba una de nuestras escuelas. Tuve que visitar una aldea aún más pequeña en sus alrededores, y encontré a algunas mujeres vistiendo ropas muy sucias. Le pedí a mi mujer que les preguntara por qué no lavaban sus ropas. Ella les habló. Una de estas mujeres la llevó a su choza, y le dijo:
—Mira aquí, no hay caja ni armario que contenga otra ropa. El sari que estoy usando es el único que tengo. ¿Cómo puedo lavarlo? Dile a Mahatmaji que me consiga otro sari, y le prometo entonces que me bañaré y pondré ropa limpia todos los días.
Esta casa no constituía una excepción, sino algo que se encontraba en numerosas aldeas de la India. En muchos lugares la gente vive sin muebles y sin poder cambiarse de ropa, simplemente con unos harapos que apenas alcanzan a cubrir sus desnudeces.
Aún quiero señalar otra experiencia. En Champaran no falta la paja ni el bambú La cabaña que construyeron para la escuela de Bihtiharva estaba hecha de estos materiales. Alguien —probablemente uno de los plantadores vecinos— le prendió fuego una noche. Por lo tanto, no era recomendable construir otra escuela con bambú y paja. Esta escuela estaba a cargo de Sjt. Soman y Kasturbai. Sjt. Soman decidió construir una casa pukka, y gracias a su trabajo de persuasión, muchos cooperaron con él, y muy pronto la casa estuvo lista. Ya no había peligro de que pudiera ser incendiada.
Así, gracias a los voluntarios de las escuelas, al trabajo que realizaban en materia sanitaria y a los cuidados médicos que prodigaban, ganamos la confianza y el respeto de la gente de las aldeas, y pudimos influir sobre ella en más de un aspecto positivo.
Pero debo confesar con pena que mi esperanza de poder colocar estas tareas constructivas sobre una base permanente, no se cumplieron. Los voluntarios vinieron por períodos
determinados de tiempo, no pude conseguir muchos más de afuera, y era imposible contar con colaboradores permanentes de Bihar a sueldo.
Tan pronto como mi trabajo en Champaran terminó, el trabajo de afuera, que se estaba preparando mientras tanto, me requirió. Los pocos meses de trabajo en Champaran, sin embargo, calaron tan hondo en la realidad, que su influencia, en una forma u otra, puede observarse hasta hoy en día.

XIX- CUANDO UN GOBERNADOR ES BUENO

Mientras por un lado se intentaba poco a poco llevar a cabo una tarea de servicio social, tal como la he descrito en los capítulos anteriores, por otra parte el trabajo de recibir las declaraciones sobre las demandas de los campesinos progresaba rápidamente. Miles de estas declaraciones fueron registradas, y, lógicamente, debían llegar a ejercer influencia. El creciente número de campesinos que venía a prestar declaración atemorizó a los plantadores, y movieron cielo y tierra para contraatacar mi investigación.
Un día recibí una carta del gobierno de Bihar con el siguiente contenido: “Su investigación se ha prolongado suficientemente; ¿ no debiera concluirla ya y partir de Bihar ?“ La carta estaba redactada con suma amabilidad, pero su sentido resultaba obvio.
Les contesté por carta que la investigación debía aún prolongarse, y que hasta que su resultado no significara una ayuda para el pueblo, no tenía intención de dejar Bihar. Puntualicé que estaba en manos del gobierno poner término a mi investigación aceptando como legítimas las demandas de los campesinos, y satisfaciéndolas, o reconociendo que los campesinos han demostrado prima facie la necesidad de una investigación oficial que debía ser llevada a cabo inmediatamente.
Sir Edward Gait, teniente-gobernador, me pidió lo visitase, expresándome su deseo de realizar una investigación e invitándome a formar parte del Comité. Estudié los nombres de los otros miembros, y después de discutirlo con mis colaboradores acepté participar en el Comité con la condición de que estaría en libertad de discutir con mis colaboradores la marcha de la investigación, de que el gobierno reconociera que aún siendo miembro del Comité no dejaba de ser el abogado de los campesinos, y que en caso de que fracasase la investigación, como satisfacción se me concediera amplia libertad para orientar y aconsejar a los campesinos sobre cuál debía ser su futura línea de conducta.
Sir Edward Gait aceptó estas condiciones como justas y lógicas, y anunció la iniciación de las tareas investigadoras. El difunto sir Frank Sly fue nombrado presidente del Comité. El Comité se pronunció a favor de los campesinos, recomendó que los plantadores debían restituir una serie de exacciones cometidas por ellos que el Comité consideraba ilegales, y que el sistema de tinkathia fuera abolido por ley.
A sir Edwrad Gait se debe en gran parte que el Comité haya presentado un informe aprobado en forma unánime, y que la ley agraria fuera promulgada de acuerdo con las recomendaciones del Comité. Si él no hubiese adoptado una actitud firme, y si no hubiese actuado con la mayor inteligencia y tacto en este asunto, el informe no hubiera sido unánime, y el Acta Agraria no hubiese sido sancionada. Los plantadores demostraron contar con mucho poder. Ofrecieron tenaz resistencia a la ley a pesar del informe, pero sir Edward Gait permaneció firme hasta el último momento y llevó hasta su última instancia la aplicación de las recomendaciones del Comité.
Por lo tanto, quedó abolido el sistema tinkathia después de cien años de existencia, y con ello llegó a su término el raj de los plantadores. Los campesinos, que todo este largo tiempo vivían como aletargados, gracias a esto se recobraron en cierta forma, y la superstición de que la mancha de índigo, nunca podría ser lavada se derrumbó estrepitosamente.
Mi deseo era continuar con este trabajo constructivo por algunos años, establecer más escuelas y llegar a las aldeas en forma más efectiva. El terreno estaba preparado para ello, pero no fue del agrado de Dios, como muchas veces sucedió antes, el permitir que mis planes se completaran. El destino decidió otra cosa, llevándome hacia el cumplimiento de tareas en otros lugares.



XX- EN CONTACTO CON LOS OBREROS

Me hallaba trabajando aún en el seno del Comité, cuando recibí una carta de Sjts. Mohanlal Pandya y Shankarlal Parikh en la que me comunicaban el fracaso de las cosechas en el distrito de Kheda, solicitando que aconsejara a los campesinos ya que les era imposible pagar sus arrendamientos. Yo no me sentía inclinado, ni tenía la habilidad o la audacia suficientes para opinar sin un estudio sobre el lugar de los hechos.
Al mismo tiempo llegó una carta de Shrimati Anasuyabai sobre las condiciones de trabajo en Ahmedabad. Los salarios eran bajos, y los trabajadores exigían desde hacía largo tiempo un aumento, y mi deseo era colaborar con ellos en la medida de mis posibilidades. Pero no tenía confianza en poder hacer algo, desde tan lejos, en un asunto tan limitado como éste. Por lo tanto, aproveché la primera oportunidad que se me presentó para dirigirme a Ahmedabad. Tenía la esperanza de poder terminar pronto con ambos asuntos y regresar a Champaran para supervisar el trabajo constructivo que había sido iniciado allí.
Pero las cosas no marcharon con tanta facilidad como yo hubiese deseado, y no pude regresar a Champaran, con el resultado de que las escuelas se fueron cerrando una a una. Tanto mis colaboradores como yo habíamos construido muchos castillos en el aire, pero por el momento todos se habían desvanecido.
Uno de estos castillos, era la cuestión de la protección a las vacas en Champaran, trabajo que debía realizarse junto con las tareas sanitarias y educativas. Había visto, en el curso de mis viajes, que la protección a las vacas y la propaganda hindí se habían constituído en tarea exclusiva de los marwadis . Un amigo marwadi me llevó a su dhrmashala cuando estuve en Bettiah. Otro marwadi del lugar me interesó en su goshala (tambo). Mis ideas sobre cuál debía ser la protección debida a las vacas se completaron en ese entonces, y mi concepto sobre este trabajo es hoy el mismo que en aquella ocasión. La protección a las vacas, en mi opinión, incluye la crianza de ganado, mejoramiento de la raza y aumento del rebaño, organización de tambos modelos, etc. Los amigos marwadis prometieron total colaboración en estos trabajos, pero como yo no pude establecerme en Champaran, el plan no pudo ser llevado a cabo.
El goshata de Bettiah aún se encuentra allí, pero no se convirtió en un tambo modelo, el buey de Cha aún es obligado a trabajar más allá de sus fuerzas, y el así llamado hindú aún explota al pobre animal y traiciona los dictados de su religión.
El hecho de que este trabajo hubiera quedado sin realizar, constituyó siempre para mí un motivo de pena, y cada vez que voy a Champaran y escucho los amables reproches de los amigos marwadis y biharis, recuerdo con gran tristeza todos esos planes que tuve que abandonar en forma tan repentina.
El trabajo educacional, en una forma u otra, sigue realizándose en muchos lugares. Pero el trabajo de protección a las vacas no se asentó, y por lo tanto no progresó por el camino que le habíamos fijado.
Mientras aún se discutía la cuestión de los campesinos de Kheda, ya había encarado el problema de los obreros textiles en Ahmedabad.
Me encontraba en una situación por demás delicada. El problema era difícil. Shrimati Anasayiibai debía luchar contra su propio hermano, Sjt. Ambalal Saraghai, que estaba del lado de los propietarios. Mis relaciones con éste eran amistosas, y eso hacía que resultase más difícil aún luchar contra él. Realicé consultas con los propietarios, y les solicité que eleváramos la disputa a un arbitraje, pero se negaron a reconocer el principio del arbitraje.
Por lo tanto, tuve que aconsejar a los obreros que recurrieran a la huelga. Antes de hacerlo, mantuve íntimos contactos con ellos y sus líderes, y les expliqué en qué condiciones podía tener éxito la huelga:
1) Nunca recurrir a la violencia;
2) No molestar a los obreros que desearan trabajar;
3) Nunca depender de limosnas; y
4) Mantenerse firmes, no importa cuanto tiempo durase la huelga, y ganar lo necesario para subsistir, durante la misma, mediante cualquier trabajo honesto.
Los líderes de la huelga comprendieron estos principios y los aceptaron, y los obreros proclamaron en una asamblea el principio de no reasumir el trabajo hasta que sus exigencias fuesen aceptadas o los propietarios aceptaran recurrir al arbitraje.
Durante esta huelga llegué a conocer íntimamente a Sjts. Vaflabhbhai Patel y Shankarlal Banker. A Shrimati Anasuyabai lo conocía bien de tiempo atrás.
Manteníamos reuniones diarias con los huelguistas, bajo la sombra de un árbol, a la orilla del Sabarmati. Por miles concurrían a estos mítines, y yo les recordaba en mis palabras su resolución y su deber de mantener la tranquilidad y el respeto mutuos. Diariamente recorrían en manifestación las calles de la ciudad, llevando en alto su bandera, que ostentaba la siguiente inscripción: Et Tek (mantened la resolución).
La huelga duró veintiún días. Durante este período consulté varias veces a los propietarios instándolos a hacer justicia a los obreros.
—Nosotros también tenemos nuestra resolución —me contestaron—. Nuestras relaciones con los obreros son las de padres hacia sus hijos. ¿Cómo podemos aceptar la ingerencia de un tercero? ¿Cómo puede haber lugar para el arbitraje?

XXIII- SATYAGRAHA EN KHEDA

No hubo descanso para mí, sin embargo. Apenas terminada la huelga de los obreros de Ahmedabad, cuando ya debí intervenir en la lucha satyagraha en Kheda.
Una situación que bordeaba con el hambre estalló en el distrito de Kheda debido al fracaso de las cosechas, y los Patidars de Kheda estaban considerando la posibilidad de no pagar impuestos ese año.
Sjt. Amritlal Thakkar ya había investigado la situación, informando de ella y discutiéndola personalmente con el comisionado, antes que yo diera una opinión definitiva a los cultivadores. Sjts. Mohanlal Paudya y Shankarlal Parikh también se lanzaron a la lucha, y comenzaron la agitación en el Consejo Legislativo de Bombay por intermedio de Sjt. Vithalbhai Patel y el desaparecido sir Gokuldas Kahandas Parekh. Más de una delegación se dirigió al gobernador en conexión con esto.
En ese entonces yo era presidente del Sabha de Gujarat. El Sabha envió petitorios y telegramas al gobernador, y pacientemente restó importancia a los insultos y agresiones del comisionado. La conducta de los funcionarios en esta ocasión fue tan ridícula e indigna, que hasta hoy en día resultaría increíble.
Las demandas de los agricultores eran tan claras como la luz del día, y tan moderadas que incluso aceptarlas significaba ganar una causa. De acuerdo con la ley de impuestos aplicables a la tierra, si la cosecha era de cuatro annas o inferior a esta cifra, los agricultores podían exigir la suspensión del pago de impuestos por ese año. De acuerdo con las estimaciones oficiales, la cosecha superaba las cuatro annas. Según las declaraciones de los agricultores, era inferior a las cuatro annas. Pero el Gobierno no quería siquiera escuchar, y consideraba la demanda popular de un arbitraje como lese majeste. Después que todas las peticiones demostraron no dar resultado, y después de discutir el asunto con mis colaboradores, aconsejé a los Patidars recurrir al satyagraha.
Además de los voluntarios de Kheda, mis principales compañeros en esta lucha fueron Sjts. Vallabhbhai Patel, Shan karlal Banker, Shrimati Anasuyabehn, Sjts. Indulal Yajnik, Mahaclev Desai y otros. Al unirse a la lucha, Sjt. Vaflabhbhaj debió interrumpir una actuación destacada en la abogacía, que por muchas circunstancias nunca más pudo volver a desarrollar.
Establecimos nuestros comandos en el Nadiad Anathashram, ya que ningún otro lugar hubiese sido suficientemente amplio para contenermos a todos.
El compromiso siguiente fue suscripto por todos los satyagrahis:
“Teniendo conocimiento que las cosechas de nuestras aldeas son inferiores a cuatro annas, solicitamos al Gobierno que interrumpa el cobro de impuestos hasta el próximo año, pero el gobierno no accedió a nuestro pedido. Por lo tanto nosotros, los abajo firmantes, declaramos solemnemente que, por propio acuerdo, no pagaremos al gobierno el impuesto en su totalidad, o el remanente, del presente año. Dejaremos que el Gobierno tome todas las medidas legales que considere necesario, y con placer sufriremos las consecuencias de no pagar el impuesto. Preferimos que se pierdan nuestras tierras, antes que por propia voluntad permitir que nuestra causa sea considerada falsa o comprometer el respeto por nosotros mismos. Pero si el Gobierno se muestra dispuesto a suspender el cobro de impuestos en todo el distrito, aquellos de nosotros que están en condiciones de pagar lo harán por todo el importe o por lo que les corresponda de acuerdo con el balance. La razón por la cual los que están en condiciones de pagar no lo hacen, es que, si pagan, los campesinos más pobres caerán presa del pánico y malvenderán sus propiedades o incurrirán en deudas para pagar sus impuestos, causándose enorme daño. En estas circunstancias, consideramos que, en beneficio de los pobres, es nuestro deber, incluso para aquellos que pueden hacerlo, no pagar los impuestos”.
No puedo dedicar muchos capítulos a esta lucha. Aunque ciertas experiencias por demás interesantes deben ser dadas a conocer. Los que deseen hacer un estudio más profundo y completo de esta importante lucha, harán bien en leer la completa y auténtica historia del satyagraha en Kheda, por Sjt. Shankarlal Parikh, de Kathlal, Kheda.

XLII- LA MAREA CRECE

No es necesario que dedique más capítulos a la descripción del progreso alcanzado por el movimiento khadi. No corresponde al objetivo de estos capítulos historiar mis distintas actividades, ya que por otro lado eso requerirá un tratamiento imposible de cumplir en estas líneas. El objeto de estos capítulos se reduce a describir simplemente cómo ciertas cosas eran consideradas por mí en el curso de mis experiencias con la verdad.
Trataré de resumir, por lo tanto, la historia del movimiento de no-cooperación. Mientras la poderosa agitación sobre el asunto del Khilafat asumía gran desarrollo impulsada por los hermanos Alí, yo sostenía intensas discusiones sobre el tema con Maulana Abdul Bari y el otro Ulema, especialmente, en relación con la posible adopción por los musulmanes del principio de la no-violencia. Por último, estuvieron de acuerdo en que el Islam no prohíbe a sus partidarios seguir una política de no-violencia, y si se comprometían a hacerlo debían intentar llevarla a cabo con toda sinceridad. Mientras tanto, la resolución de no-cooperación fue presentada a la conferencia Khilafat, y determiné que se realizaran largas deliberaciones al respecto. Recuerdo vivamente cómo en cierta oportunidad, en Allahabad, una comisión estuvo reunida toda la noche discutiendo el asunto. En un principio, Hakim Saheb se mostró escéptico sobro las posibilidades prácticas de una no-cooperación no-violenta. Pero después que su escepticismo fue superado, se lanzó con cuerpo y alma a la lucha, y su ayuda resultó inestimable al movimiento.
A continuación, la resolución de no-cooperación fue presentada por mí en la conferencia política de Gujarat, que tenía lugar poco después. La primera consideración hecha por la oposición, manifestaba que no competía a una conferencia provincial adoptar una resolución antes que lo hiciera el Congreso. Para rebatir este argumento, manifesté que una actitud como esa no correspondía a un movimiento que estaba planeando su acción para el futuro. En movimientos en desarrollo, las organizaciones subordinadas no sólo están en condiciones de plantear este tipo de problemas, sino que incluso es deber de ellas hacerlo mientras se tratara de resoluciones que significaban una preocupación por los problemas del país. La proposición fue discutida, y el debate estuvo marcado por un deseo de razonar y encontrar la verdad. Por último la resolución fue aprobada por una gran mayoría, y esto se debe no poco a la personalidad de Sjt. Vallabhbhai y a la acción de Abbas Tyabji. Éste era el presidente de la conferencia, y sus argumentos se inclinaron siempre en favor de la resolución de no-cooperación.
El Comité del Congreso de toda la India, resolvió realizar una reunión especial del Congreso en septiembre de 1920 en Calcuta, para deliberar sobre esta cuestión. Se realizaron preparativos en gran escala para esta reunión: Lala Lajpat Rai fue elegido presidente. Delegados especiales llegaron de todos lados. Calcuta fue inundada por delegados y visitantes.
A pedido de Maulana Shaukat Ali, redacté un proyecto de resolución sobre la no-cooperación mientras viajábamos juntos en el tren. Hasta ese momento, en cierta medida evité la utilización del término no-violencia en mis escritos. Pero invariablemente hacía uso de esta palabra en mis discursos. Mi vocabulario en este sentido se hallaba en pleno desarrollo. Encontré que no podía explicar el sentido de mis opiniones a una audiencia musulmana con la ayuda de los equivalentes en samskrit al término no-violencia. Por lo tanto, solicité a Maulana Abul Kalam Azad que encontrara algún equivalente. Sugirió la palabra ba-aman. Para la palabra no-cooperación el equivalente que encontró fue tark-imavalat.
De modo que mientras aún me hallaba enfrascado en la tarea de encontrar una terminología adecuada en hindi, gujarati y urdu para el movimiento de no-cooperación, fuí llamado a un Congreso fundamental para presentar un proyecto de resolución sobre la no-cooperación. En el proyecto original, la palabra no-violencia fue dejada de lado. Estaba en el tren que nos llevaba a Calcuta haciendo este trabajo. Le entregué el borrador a Maulana Shaukat Ali, que se hallaba en el mismo compartimiento, sin notar la omisión. Durante la noche descubrí el error. Por la mañana envié a Mahadev con un mensaje para que se hiciera la rectificación antes que el borrador fuera enviado a la imprenta. Pero el proyecto fue impreso antes que la corrección pudiera ser hecha. El Comité de Asuntos debía reunirse esa misma noche. Por lo tanto, debía hacer la correspondiente corrección en las copias impresas. Pero comprendí que eso era imposible, ya que no estarían listas para el momento necesario.
No tenía ni la más mínima idea de quiénes apoyarían la resolución y quiénes la rechazarían. Tampoco tenía idea de cuál sería la actitud de Lalaji. Únicamente ví que la mayoría de los líderes veteranos se hallaba en esa reunión: doctor Besant, Pandit Malviyaji, Bjt. Vijayaraghavacbari, Pandit Motilaiji y Deshabandhu entre ellos.
En mi resolución, la no-cooperación era postulada como un medio para que se rectificaran las injusticias del Punjab y del Khilafat. Esto, sin embargo, no encontró aprobación en Sjt. Vijayaraghavachari.
—Si debe ser declarada la no-cooperación —dijo— ¿por qué referirla únicamente a esos hechos? La ausencia de swaraj es una de las mayores injusticias que soporta la nación. Contra esto debiera esgrimirse la no-cooperación.
Pandit Motilalji estuvo de acuerdo también en que se incluyera una demanda por swaraj en la resolución. Inmediatamente acepté la propuesta, e incluí la demanda por swaraj en mi resolución que fue aprobada después de una exhaustiva, seria y en cierta forma tormentosa discusión.
Motilalji fue el primero en unirse al movimiento. Aún recuerdo la agradable conversación que mantuvimos sobre la resolución. Sugirió algunos cambios en la terminología, cosa que acepté. Asumió la tarea de conquistar a Deshabandhu para el movimiento. El corazón de Deshabandhu se inclinaba hacia ello, pero se sentía escéptico en cuanto a la capacidad del pueblo para llevar adelante el programa. Sólo en el Congreso de Nagpur él y Lalaji aceptaron de todo corazón unirse al movimiento.
Sentí muy profundamente en esa sesión especial la pérdida de Lokamanya. Había sido mi firme apoyo hasta ese día, y si Lokamanya hubiese estado vivo, estoy seguro que habría dado sus bendiciones a mi proyecto. Pero incluso si, por el contrario, se hubiera opuesto a él, yo hubiera estimado su oposición como un privilegio y un elemento de educación para mí. Siempre teníamos nuestras diferencias de opinión, pero nunca llegaban a enojarnos. Siempre me permitió creer que nos unían lazos muy íntimos. Incluso mientras escribo estas líneas, las circunstancias de su muerte se hallan presentes ante mí. Fue hacia medianoche, cuando Patwardhan, que trabajaba conmigo, me hizo saber por teléfono la noticia de su muerte. Me hallaba rodeado de mis compañeros. Espontáneamente exclamaron mis labios: “Mi más poderoso refugio se ha ido”. El movimiento de no-cooperación se hallaba por comenzar en ese momento, y yo esperaba aliento e inspiración de Lokamanya. Cuál hubiese sido su actitud con respecto a la no-cooperación, será siempre tema de especulación. Pero algo es indudable: que su ausencia significó un rudo golpe para todos los que estábamos presentes en Calcuta. Todos sentimos la falta de sus consejos en esa hora crítica de la historia del país.

XLIII- EN NAGPUR

Las resoluciones adoptadas en la reunión especial del Congreso en Calcuta, debían ser confirmadas en la reunión anual de Nagpur. Aquí también, al igual que en Calcuta, era enorme la afluencia de delegados y visitantes. El número de delegados al Congreso aún no había sido limitado. Como resultado, y en la medida que recuerdo, el número de delegados llegaba a los catorce mil. Lalaji presentó una ligera enmienda a la cláusula sobre el boicot a las escuelas, que acepté. Enmiendas similares fueron hechas por otros participantes, entre ellos Deshabandhu, después de lo cual la resolución de no-cooperación fue aprobada por unanimidad.
La resolución que contemplaba la revisión de los estatutos del Congreso, también debía ser considerada en esa ocasión. El proyecto del subcomité había sido presentado en la reunión especial de Calcuta. Por lo tanto, el asunto estaba ya discutido y analizado. En la reunión de Nagpur, que debía legislar en última instancia, actuaba de presidente Sjt. C. Vijayaraghavachariar. El Comité de Asuntos presentó el proyecto con sólo un cambio importante en su texto original. En mi proyecto, el número de delegados fue fijado en mil quinientos, el Comité de Asuntos puso la cifra de seis mil. En mi opinión, este cambio fue el resultado de un juicio apresurado, y la experiencia de estos últimos años sólo sirvió para confirmarme en mi opinión. Yo consideraba que era ingenuo suponer que una mayor cantidad de delegados ayudaba a conducir mejor los asuntos del partido, o salvaguardar mejor el principio de democracia. Mil quinientos delegados, celosos de los intereses del pueblo, amplios de espíritu y honestos, constituían mejor salvaguardia de la democracia que seis mil hombres elegidos de cualquier manera para salvaguardar la democracia, el pueblo debe tener un estricto sentido de independencia, autorrespeto y unidad, y debe saber insistir en elegir como representantes únicamente a esas personas que son realmente buenas y honestas. Pero si se estaba obsesionado por los números, como lo estaba el Comité de Asuntos, incluso podía superarse la cifra de los seis mil. Por lo tanto, creo que el límite de seis mil fue más bien fijado como un compromiso.
La cuestión de los objetivos del Congreso dio lugar a agudas controversias. En los estatutos que yo había presentado, el objetivo del Congreso era la obtención de la independencia de la India, con el Imperio británico, si fuese posible, o sin el Imperio si era necesario. Un sector del Congreso quería limitar la obtención de la independencia a los límites del Imperio británico exclusivamente. Este punto de vista fue planteado en primer lugar por Pandit Malaviyaji y Mr. Jinnah. Pero no pudieron obtener muchos votos. Asimismo, mi proyecto sostenía que los medios para obtener la independencia debían ser pacíficos y legítimos. Esta condición también encontró oposición, argumentándose que no debía haber restricciones en cuanto a los medios a ser adoptados. Pero el Congreso aprobó la redacción original del proyecto después de una discusión instructiva y franca. Es mi opinión que si estos estatutos hubiesen sido puestos en práctica por la gente en forma honesta, inteligente y respetuosa, se hubiera convertido en poderoso instrumento para la educación de las masas, y el proceso de su desarrollo hubiese determinado la obtención de la independencia. Pero una discusión sobre este aspecto no tendría sentido aquí.
Resoluciones sobre la unidad hindú-musulmana, la abrogación del principio de la intocabilidad, y el apoyo al movimiento khadi, también fueron aprobadas por el Congreso, y desde ese entonces los miembros hindúes del Congreso tomaron sobre sí la responsabilidad de remover de la vida diaria el principio de la intocabilidad y la tarea de expandir el movimiento khadi. La adopción de la no-cooperación en la lucha por el Khilafat, constituyó asimismo un gran intento práctico hecho por el Congreso para afianzar la unidad hindú-musulmana.

DESPEDIDA

Ha llegado el momento de terminar con estos capítulos. Mi vida a partir de este momento ha sido tan pública, que difícilmente exista algo que el lector no conozca. Más aún, desde 1921 he trabajado en asociación tan estrecha con los líderes del Congreso, que resultaría imposible describir cualquier episodio de mi vida sin referirme a mi relación con ellos. Aunque Shraddhanandji, Deshabandhu, Hakim Saheb y Lalaji no están ya entre nosotros, todo un núcleo de otros veteranos líderes del Congreso vive aún y se encuentra trabajando en nuestro seno. La historia del Congreso, desde los grandes cambios a que me he referido, aún se está haciendo. Y mis principales experiencias en los últimos siete años, fueron cumplidas a través del Congreso. Es así que una referencia a mis relaciones con los líderes resulta imposible. Por otro lado, mis conclusiones sobre las experiencias que recibo cada día, no pueden considerarse aún como definitivas. Creo que mi deber es terminar aquí mi narración. Más aún, instintivamente mi pluma se niega a seguir trabajando.
No es sin esfuerzo que debo separarme del lector. Concedo un alto valor a mis experiencias. No sé si he podido hacerles justicia. Lo que puedo afirmar es que no he ahorrado energía en ofrecer un testimonio veraz. Describir la verdad, tal cual la entendí, y en la forma exacta en que llegué a ella, ha sido mi objetivo. Esta tarea ha significado para mí una gran paz mental, porque mi profunda esperanza consistía en despertar la fe en la verdad y en ahimsa.
Mis experiencias me han convencido de que no existe otro Dios que la verdad. Y si cada una de estas páginas no proclama ante el lector que el único medio para la realización de la Verdad es ahimsa, tendré que aceptar que todo mi trabajo al escribir estos capítulos ha sido vano. Y si mis esfuerzos en este sentido no han de rendir sus frutos, sepa el lector que esto prueba que el instrumento es falso, y no el gran principio. Después de todo, por más sinceras que hayan sido mis búsquedas de ahimsa no dejaron de ser imperfectas e inadecuadas. Los chispazos de verdad que he podido entrever y transmitir, apenas si pueden expresar la luz maravillosa que emerge de la Verdad, un millón de veces más intensa que la del sol que diariamente ven nuestros ojos. Pero lo poco que he obtenido, bien puedo decirlo, es un resultado de todas mis experiencias, que me han indicado que una visión perfecta de la Verdad únicamente puede responder a una realización completa de ahimsa.
Para contemplar cara a cara al Espíritu de la Verdad, uno debe ser capaz de amar la menor expresión de la creación como a uno mismo. Y un hombre que aspira a eso, no puede permanecer fuera de cualquier manifestación de la vida. Por ello, mi devoción a la Verdad me llevó al campo de la política; y puedo afirmar sin el menor asomo de duda, y por supuesto con toda humildad, que aquellos que sostienen que la religión nada tiene que ver con la política, no conocen el significado de la religión.
La identificación con todo lo que vive, es imposible sin una autopurificación; sin autopurificación la observancia de la ley de ahimsa no resulta más que un sueño vacío; Dios nunca puede ser comprendido por quien no es puro de corazón. Autopurificación, por lo tanto, debe implicar una purificación en todos los aspectos de la vida. Y la purificación de uno debe, necesariamente, llevar a la purificación de quienes lo rodean.
Pero el camino de la autopurificación es difícil y pausado. Para alcanzar la perfecta pureza, es necesario liberar totalmente de los elementos pasionales el pensamiento, la palabra y la acción; estar por encima de opuestos como odio y amor, atracción y repulsión. No ignoro que aún no he alcanzado esa triple pureza, a pesar de que constantemente vivo buscándola. Se me ocurre que el dominio de las más sutiles pasiones y deseos resulta más difícil que la conquista del mundo por la fuerza de las armas. Desde mi regreso a la India he tenido experiencias con las pasiones que duermen en mí. El comprobar esto me ha humillado, pero no vencido. Las experiencias realizadas me han sostenido y llenado de felicidad. Pero sé que aún tengo ante mí un camino lleno de dificultades. Debo reducirme a cero. Hasta tanto un hombre, por propia voluntad, no se considere el último entre las otras criaturas, no hay salvación para él. Ahimsa es el más lejano límite de la humildad.
Al despedirme del lector, por lo menos por el momento, le ruego que se una a mí en una oración al Dios de la Verdad, para que me permita alcanzar ahimsa en la mente, en la palabra y en la acción.



FIN

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