jueves, 13 de agosto de 2009

Manuel Bartlett Díaz Espectáculo ligero

La reunión anual de los jefes de Estado firmantes del TLC es una sesión obligada por la interdependencia de nuestros países, es práctica diplomática, pero no necesariamente de trámite. Cada uno debe hacer valer sus intereses en un intercambio respetuoso.
Tema importante es la lucha contra el crimen organizado, pero la obsesión del presidente Calderón de ser reconocido por su arrojo, que no es el fondo, limita el problema y minimiza los demás, igualmente graves o más, como causantes del primero: la economía y la pobreza. El reconocimiento lo obtuvo. Obama expresó su confianza en la lucha de Calderón, que será —dijo— respetuosa de los derechos humanos. Pero queda allá la acusación de legisladores estadounidenses para escamotear los ínfimos recursos del Plan Mérida e imponer intromisiones crecientes. Mientras, nuestro gasto en seguridad crece, los sociales decrecen.


Esta lucha es de los tres países, particularmente los ricos, ávidos consumidores de tóxicos y exportadores de dólares y armas. Detener ese flujo allá es lo que necesitamos, no reconocimientos. El tema de la violencia aquí pintó la reunión; el de las armas provenientes de allá, que asesinan aquí, no destacó.


Obama reconoció la necesidad de una reforma migratoria, legalizar la entrada de trabajadores a Estados Unidos y regularizar a millones que ya están allá, explotados, con bajos salarios sin protección social. La reforma será difícil —nos dice—, se irá al 2010. Mientras, la explotación laboral sigue, los muros y los muertos crecen.

El plan económico de Obama, con billones de estímulos a bancos, financieras, industrias, obliga a éstos a “comprar productos americanos” (Buy American), brutal agresión proteccionista a sus socios comerciales. Harper lo reclamó públicamente, fue una tormenta en Canadá, aquí se diluyó.

Calderón en la pasada reunión del G-20 se presentó como apóstol del libre mercado, pero en Guadalajara guardó silencio. El TLC y sus acólitos mexicanos nos hicieron irracionalmente dependientes del mercado estadounidense; al caer su capacidad de compra se paró nuestra principal fuente de exportación, y con la obligación en Estados Unidos de comprar americano, la situación se agrava. Violan el tratado, como lo hacen al impedir que nuestros camiones transporten en Estados Unidos. Obama minimizó el reclamo de Harper, no somos proteccionistas —dijo—, es transitorio. Esto significa que debemos aprender que el comercio es libre en la medida de las prioridades de Estados Unidos.


Harper explicó, ante reclamos, que exigirán visas a los mexicanos porque miles de compatriotas fingiéndose perseguidos abusan de las leyes de asilo canadiense. Tiene Canadá el derecho a hacerlo, como lo tiene de beneficiarse de un tratado que les permite obtener ventajas económicas del comercio libre, pero sin gente, sólo la que ellos necesiten. Los mexicanos huyen de su país por falta de oportunidades, en gran medida por ese tratado que beneficia a Canadá.


Obama acusó de hipócrita el reclamo que se le ha hecho de tibieza en el caso de Honduras, y añadió: “Las mismas críticas que dicen que Estados Unidos no ha intervenido lo suficiente en Honduras son las personas que dicen que nosotros siempre estamos interviniendo. No se pueden las dos cosas”. Secundó Calderón: “Es paradójica esa postura”, y Harper terció: “Si yo fuera estadounidense, estaría harto de esa hipocresía”. Pese a la brillantez de Obama, es una paradoja fallida, no corresponde a la historia ni a las circunstancias. Él desató esta “intervención”, condenó el golpe y generó un coro de inverosímiles denunciantes en la OEA, que bien sabe de golpes.

Así, Calderón se apresuró a sumarse a esta condena junto a Chávez, Castro y otros réprobos. En cuanto a si pueden o no hacer más, The New York Times afirmó: “Estados Unidos, el más importante socio comercial de Honduras, ha sido reacio… en aplicar sanciones económicas más fuertes”. Bonito espectáculo en la cumbre, ningún resultado memorable.

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