Perdona, Javier. Como te dije, no puedo compartir tu dolor. No puedo siquiera imaginármelo. Sólo puedo dolerme de tu dolor.
Al desgarrar el velo del lenguaje encubridor, lograste que de pronto los 40 mil muertos empezaran a tener cara y cuerpo de Juanelo. Dejaron de ser daños colaterales… Empezamos a verlos y vivirlos en carne y hueso. Sus muertes, que eran ya costumbre cotidiana, se volvieron de pronto insoportables.
Lograste dar expresión clara al estado de ánimo general. Estamos hasta la madre. Personas muy propias, que jamás se hubieran atrevido a decir eso en público, fueron ahora capaces de proclamarlo a voz en cuello. Adquirió legitimidad y valor político un sentimiento general que no nos atrevíamos a expresar.
Me pareció admirable, Javier, tu gandhiana apelación a la moralidad de los criminales y políticos que nos tienen hasta la madre. No se trata del perdón cristiano a quien ofende, sino del respeto a la condición humana del otro, a pesar de sus infamias o irresponsabilidades.
Salimos a la calle a manifestar nuestra solidaridad contigo y nuestro estado de ánimo. Fue un auténtico movimiento, con su dispersión, su iniciativa múltiple, su impulso desde abajo, su carencia de líderes y cuadros. Creo que en ninguna parte tomó la forma de movilización, como la que dirigen y controlan desde arriba los líderes, los partidos, los sindicatos –movilizaciones en que la gente es movida como se mueve un paquete y las personas mismas quedan in-movilizadas, expuestas a la instrucción, a las indicaciones dadas desde arriba. No fuiste un dirigente presto a llevar agua a su molino político e ideológico. Tu voz era una invitación feroz y dolorosa, con la cualidad peculiar de la poesía, en la que cada lectura y cada lector encuentran un sentido diferente… En cada geografía, por eso, la iniciativa tomó perfil distinto.
Fue espléndido, catártico, expresar libremente lo que sentíamos y ver a tantos, en tantas partes, con una voluntad común. Sabíamos que era sólo el primer paso. No se trataba solamente de desahogarnos y enviar un mensaje a los causantes de nuestra rabia. Salimos a la calle decididos a actuar, aunque el camino a seguir fuese aún difuso.
Como dices, Javier, debemos mantener viva la unión que empezó a manifestarse ese día, para romper miedos y aislamientos. No basta la indignación. Estamos en emergencia nacional. Es hora de actuar. Tenemos que parar esta guerra insensata que hasta sus patrocinadores estadunidenses reconocen perdida; atar las manos de esta clase política que sigue destruyendo lo que queda de país; regresar el Ejército a los cuarteles…
Tu discurso del día 6 aclaró el siguiente paso. Tu valiente escalpelo fue revelando los tumores: los poderes constituidos; las policías; los partidos políticos; el capital; los medios; las iglesias; los sindicatos… Acotaste bien sus omisiones y complicidades en la destrucción de nuestros ámbitos de convivencia, nuestro suelo, nuestras relaciones de soporte mutuo, hundiéndonos en el horror de la violencia, la miseria y el miedo. No olvidaste, Javier, nuestras propias traiciones, nuestra propia irresponsabilidad.
Se hizo evidente lo que necesitamos hacer: remendar el tejido social que desgarraron. Apelaste a la inspiración zapatista para decirnos cómo: desde abajo, podemos tener asambleas constituyentes y reconstituyentes en cada colonia, en cada barrio, en cada comunidad. Sólo así podemos conseguir auténtica gobernabilidad y seguridad en las calles y crear una oportunidad de vida distinta para nuestros jóvenes.
Propones que cuantos denuncias, las elites políticas y económicas, se comprometan ante nosotros a celebrar un pacto. Nos citas para el 8 de mayo, en el Zócalo de la ciudad de México. Porque vivimos un tiempo límite, vamos a ir también allí a preguntarles: ¿cómo pretenden ir a las elecciones si no son capaces de ponerse de acuerdo entre ustedes para defender la vida de los hijos y las hijas de nuestro amado México?
Me conmueve la propuesta, Javier. Eso significa que me pone en movimiento contigo. Espero que muchos se con-muevan también y el día 8 estemos ahí hasta aquellos, como yo, que no podemos creer en esos poderes y jerarquías y les tenemos bien fundada desconfianza.
Calderón, probablemente, seguirá esperando la gloria del triunfo. Surgirán los desacuerdos de costumbre en esas clases políticas y económicas que nos tienen al borde del desastre. Hagan o no lo que les toca, Javier, nosotros debemos hacer lo nuestro. Ningún truco de ingeniería social puede enfrentar la emergencia. Pero desde abajo, unidos en la pasión amorosa por todo lo que es nuestro, nos podremos entregar a la inmensa tarea de reconstituirnos. Empezaremos por resanar el tejido social desgarrado, para salvar lo que queda del país y transformarlo.
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