domingo, 17 de abril de 2011

El horror cotidiano-- Marcela Turati

La morgue de Matamoros es una sucursal del purgatorio. Tras hacerse público el hallazgo de fosas llenas de cadáveres en San Fernando, Tamaulipas, cientos de personas de todo el país acudieron para saber si sus desaparecidos –de los que no habían hecho la denuncia por puro temor– están ahí, entre los ejecutados. Los trámites son lentos y dolorosos... más cuando las respuestas tardan en llegar y más aún cuando se sabe que muchos cuerpos fueron enviados al Distrito Federal porque esta ciudad, “La Meca” de los desaparecidos, ya no se da abasto...

MATAMOROS, TAMPS.- El hedor traspasa las paredes de la morgue. Se cuela por escuelas, negocios y casas, impregna la ropa, atasca las gargantas, encoge la nariz, provoca náusea, obliga a apurar el paso. En el edificio blanco donde se origina la peste hay 71 cuerpos en el piso, unos sobre otros, que esperan su turno para la autopsia.

En el estacionamiento, un tráiler de esos que podrían transportar frutas, sirve como depósito para otros 74 cadáveres envueltos en bolsas de basura y amortajados con cinta adhesiva que lleva escrito el lugar de su hallazgo.

Las carrozas fúnebres llegan cada tanto con otros cuerpos recién desenterrados. En el último conteo eran 145.

Los cementerios clandestinos descubiertos en el municipio bisagra de San Fernando –que une a Reynosa y Matamoros con Ciudad Victoria– evidencian el nivel de descomposición de la narcoguerra.

Cada fosa es prueba del encubrimiento oficial a la anormalidad cotidiana: las carreteras controladas por criminales, las matanzas cotidianas, el subregistro de muertos, las desapariciones masivas de personas, la primitiva barbarie de los grupos enfrentados, el reclutamiento forzado de jóvenes para la guerra, la cómplice indiferencia de la justicia y el obligatorio silencio ciudadano.

“Hasta ahora se dieron cuenta de lo que pasa. ¿Ya cuándo?, si mi marido y su compadre iban a León a dejar unos carros y nunca llegaron a Victoria y vivo sin una noticia, ¡nada!”, reclama una rubia con lentes oscuros y palabras atascadas por las lágrimas.

Extracto del reportaje principal que se publica en la edición 1798 de la revista Proceso, ya en circulación

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