En el atribulado escenario que contextualiza la selección del candidato perredista a la jefatura de Gobierno llama particularmente la atención el hecho de que sin el apoyo de prácticamente nadie más que bases y simpatizantes perredistas, con el veto y el arrinconamiento del propio Marcelo Ebrard y sin más recursos que sus propias reuniones con vecinos de diferentes partes de la ciudad, Martí Batres Guadarrama, el lopezobradorista secretario de Desarrollo Social, se mantenga al lado de la diputada Alejandra Barrales, al frente de todas las encuestas serias, como los precandidatos mejor posicionados para competir por el PRD en 2012.
Cuando los rumores de su remoción esparcidos por Joaquín López Dóriga no se confirmaron, Batres atestiguó cómo, a pesar de mantenerse en el cargo, era desmantelada la otrora poderosa Secretaría de Desarrollo Social para entregarle el manejo de la mayor parte de sus programas a la Red Ángel, operada por Mario Delgado, el secretario de Educación.
A la Sedeso de Batres le dejaron sólo los comedores comunitarios, el mejoramiento barrial y los uniformes escolares. Con eso se quedó y con eso se ha dedicado a hacer política, más a ras de tierra a estilo López Obrador que en los medios de comunicación.
Es evidente que a pesar de ser un miembro fundador del PRD, o quizá precisamente por eso, el ex diputado local y federal no forma parte del primer ni del segundo, ni del tercer círculo de Marcelo Ebrard. Las razones, además de su pedigrí perredista, se ubican entre otras cosas en su decisión de combatir abiertamente las alianzas electorales del PRD con el PAN, al estilo AMLO, a pesar de formar parte del equipo de gobierno de Ebrard, su principal promotor.
Lo llamativo en este caso es que con todo y el veto encima, sin recursos abundantes a su disposición ni múltiples programas a su cargo, ni tampoco medios que todos los días destaquen su imagen y su trabajo, Batres se mantenga entre la población abierta, según prácticamente todas las encuestas, como uno de los dos mejores candidatos que el PRD podría postular en 2012 para tratar de refrendar su dominio en la Jefatura de Gobierno.
Esa situación de un perredista demasiado bien calificado para la moderada exposición mediática que tiene y los pocos programas de gobierno que realmente maneja, no ha pasado inadvertida ni en el PRI-DF ni en el PAN capitalino. A pesar de estar perfectamente claro que no es el candidato de Ebrard, hace apenas unos días el diputado priísta Fidel Suárez, se hizo acompañar de un puñado de vecinos de Tlalpan para lanzar una burda campaña orientada a golpear a Batres con la acusación de malversar recursos destinados a la compra de uniformes y útiles escolares. Sin embargo, la maniobra perdió fuerza cuando resultó evidente que el priísta carecía de pruebas para sustentar sus dichos y él mismo prefirió no presentar la denuncia penal que el titular de la Sedeso le solicitó. Pero aunque rápidamente quedó aclarado que sólo había denuncias sin sustento ni manera de probarlas, la acusación pronto fue retomada por el PAN a través del diputado Rafael Medina, quien hizo eco de las acusaciones priístas sin ofrecer, igual que los primeros, una sola prueba que sirviera para cuestionar sólidamente al titular de la Sedeso por el manejo del programa de útiles escolares.
Hace unas semanas, el PRD-DF pretendió organizar una pasarela de precandidatos a la jefatura de Gobierno. Lo que pudo ser un ejercicio democrático útil para encauzar el proceso de selección del abanderado perredista, fue saboteado desde el propio GDF. Ebrard ordenó no asistir a los miembros de su círculo cercano y hasta el guanajuatense Carlos Navarrete atendió la orden. Pero lejos de acabar con el encuentro, la prohibición lo convirtió en un escaparate exclusivo para un Batres que no canceló, asistió y lo aprovechó para presentar su tesis de la cuarta etapa de la izquierda en el DF y sus 50 puntos de propuesta para hacerla posible.
Aunque parezca increíble, en los tiempos de la televisión como herramienta de promoción favorita de los políticos, y de las alianzas pragmáticas que diluyen las diferencias ideológicas, en una comunidad absolutamente urbana como el Distrito Federal hay un precandidato del partido en el gobierno que, sin televisión ni radio, y a base fundamentalmente de trabajo a ras de tierra (al más puro estilo de López Obrador) y de refrendar todos los días su condición de perredista químicamente puro, está ubicado como uno de los dos personajes mejor posicionados de su partido al punto de ser la preocupación de los otros partidos. El hecho es tan claro que si en el DF se aplica el método de encuesta para elegir al candidato a la jefatura de Gobierno, el mismo que el Congreso Nacional votó para definir la candidatura presidencial, la competencia estaría entre Batres y Barrales.
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