Será que el mundo gira de diferente manera, pero frente a tanta sangre, frente a tanta muerte, no alcanzamos a entender por qué los gobiernos de un signo, y los que se suman a ellos desde trincheras supuestamente diferentes, se niegan a poner fin a la masacre torciendo el rumbo de la guerra.
Es verdad que en el ámbito nacional, pero principalmente aquí en el DF, se han instrumentado programas de gran calado social que dentro de algún tiempo podrán, eventualmente, contrarrestar el poder del narco en el país, pero las soluciones hoy no se quieren ver por ningún lado.
La fórmula parece fácil, pero, obnubilados por el tufo de la muerte, los gobernantes no se atreven a atacar la causa de la gran tragedia, porque eso iría en contra del trazo que la derecha ha impuesto a una gran masa de desgraciados que no encuentran puerta de salida.
Es inobjetable señalar que a estas alturas de la matanza el gobierno de Felipe Calderón fracasó. El principal dique en contra de esta guerra fue su promesa de campaña: crear empleos, y eso se debe de muchas formas, o de todas, a que la iniciativa privada se niega a crear puestos de empleo que no le reditúen grandes ganancias.
Los señores del dinero quieren invertir siempre que la explotación de los trabajadores les permita acumular ganancias con mayores márgenes, y si esa condición no se cumple, no hay trabajo, aunque el resultado sea una sentencia de muerte en contra de la sociedad.
Ante esa postura, los gobiernos no han hecho nada más que crear programas de alivio momentáneo, que además les permiten manipular electoralmente a las masas necesitadas, pero ni en broma toman el lugar de esa iniciativa privada criminal para evitar las razones de la violencia que ahoga a México.
Quienes dispararon afuera del estadio de fultbol de Torreón, Coahuila, o los que incendiaron el apostadero de Monterrey, son seres a los que ya no les importa morir o ser encarcelados de por vida. Nada tienen que perder.
Sin empleo es imposible mantener a la familia. No tienen servicios de salud; a los jóvenes se les dan becas para que estudien, y a veces esa beca es todo el dinero que llega a la familia, y es poco, así que mejor es arriesgar la vida por una tajada que los salve del médico inescrupuloso, que resuelva la vejez de los padres, y que abra futuro para lo más pequeños.
Esas condiciones, que deberían dar el empleo que cumpla con los requisitos de la ley, son las que no quiere cumplir la iniciativa privada; por eso éste es el momento de que el Estado invierta en activar el campo donde no entra la IP, aunque casi se les regaló la tierra. Por ejemplo, crear las fábricas de todo aquello que hace falta al país y que ahora se importa, a veces sin calidad y a precios muy altos.
Es tiempo, se diga lo que se diga, de volver a poner en operación los laboratorios que alguna vez dieron prestigio al país; es hora, por fin, de terminar la guerra de la única manera posible, desarticulando el ejército de desempleados, desesperados y miserables que ha creado la derecha.
Claro que un proyecto de esa índole sería atacado por todos los flancos con todos los adjetivos que se tengan a la mano, pero las preguntas son obligadas: ¿hay otro camino? ¿Lo mejor es seguir el sendero de la muerte? ¿Lo mejor es gastar el dinero, que hace falta para crear nuevas empresas nacionales, en fusiles y chalecos antibalas? Es muy difícil pensar en ese esquema mientras los señores del dinero sigan al mando del país, pero alguien debería intentarlo, cuando menos, ante tanto fracaso.
De pasadita
La encuesta de este mes de la empresa Mito-fsky dice que el PRI, y menos aún el PAN, podría ganar la elección para jefe de Gobierno en esta ciudad, aunque los riesgos existen. Ya les hablaremos de esto en la siguiente entrega.
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