Termina este año sin que muchos se atrevan a decir lo necesario: sí, una democracia deslavada y simulada, un grave desequilibrio local y mundial entre riqueza y pobreza, un abismo de vida entre los incluidos y los excluidos, la globalización que sólo favorece a los pocos, con educación y salud para los menos, e ignorancia y muerte para las mayorías: un indigno mundo prepotente y dominador en manos de minorías con altanero desprecio para el resto, que muchos dicen no vale la pena ser vivido, y que demanda ser transformado y regenerado cuanto antes, so pena de desplomarse en el vacío. También como desaparición física –el efecto más grave de todos– de una sociedad de rapiña que no se detiene ni ante el peligro de la destrucción de la Tierra misma.
Pero parece que pocos se atreven a completar el consecuente razonamiento elemental: si las cosas son así, debemos procurar un cambio drástico en las actuales relaciones sociales, no solamente para hacerlas más llevaderas, sino para salvar a la sociedad misma de su hundimiento y crisis profundas. En ello, debería decirse, nos va la vida y no cabría la vacilación o la duda ni por un segundo.
Sin embargo, vemos que ante las crisis más hondas que vive hoy la humanidad: la de las economías, la de las migraciones, la del narco devastador, la de las carencias abismales en todos los terrenos (salud, empleo, educación, por ejemplo), los hombres y mujeres progresistas, o liberales, o de izquierda, como se guste llamarlos, prefieren escamotear los reales problemas, aquellos de fondo, y se conforman con apelar a ciertas medidas o fórmulas que han sido utilizadas por largo tiempo: el incremento de la productividad, o invocar la moralidad o buena conciencia de los poderosos, o pensar que el pillaje de los capos de los grupos de interés va a atenuarse para regresar, digamos, a las prácticas del Estado benefactor, menos agresivas que la estafa del neoliberalismo en marcha.
Históricamente existe un número abrumador de ejemplos, incluso recientísimos, que confirman lo dicho: ante la última crisis del capitalismo, y sus consecuencias también autodestructivas, se pensó, por ejemplo, en la posibilidad de que en Estados Unidos se abandonaran o modificaran las prácticas más rapaces del sistema financiero (su definición asumida de casino). No fue así: apenas recibido el muchas veces billonario refuerzo del gobierno, los capos se dedicaron a distribuirse esos despojos, sin pensar siquiera en el futuro más sólido del propio sistema.
Guerras, muertes hasta en el último rincón del mundo, destrucción de pueblos y regiones, y la propuesta es apenas la de un conjunto de tímidas reformas que olímpicamente son rechazadas por los jefes oligárquicos, antes incluso de que sean mencionadas.
Valga como ejemplo de lo dicho la actual situación en México: frente a la gravedad y cúmulo de los problemas únicamente se piensa casi exclusivamente en las elecciones próximas, no como indispensable tránsito a una más vivible sociedad, sino como instrumento de futuras canonjías y privilegios, como juego de poder en que los actualesjefes han de conservar sus posiciones y en que su única preocupación es la de aferrarse a las mismas y a la eliminación de sus adversarios, por las buenas o por las malas.
Lo que sostengo es que ha llegado el tiempo de ser verdaderamente radicales, rechazando de raíz la situación imperante por devastadora y antihumana, y de proponer transformaciones profundas que otorguen nuevos horizontes de vida a la sociedad actual tan maltratada, en todas partes. El periódico mensual que publica en alrededor de 5 millones de copias el movimiento de Andrés Manuel López Obrador, y que se distribuye puerta por puerta y casa por casa, se llama Regeneración, y esa voz expresa con mucho acierto lo que requiere la sociedad mexicana hoy, y más allá.
En reciente seminario universitario discutí hace unas semanas ciertas ideas de Slavoj Zizek, filósofo y sicoanalista esloveno, en que aboga por la actualidad de Lenin precisamente por el radicalismo político del fundador del partido bolchevique ruso, que rechaza sin concesiones la deshumanización y explotación del sistema capitalista y propone un comunismo que, en su idea original, debió ser una suerte de comunitarismo (dice Zizek) en que se recogen los más altos valores civilizatorios de una sociedad, de un pueblo. La actualidad de Lenin residiría sobre todo en la radicalidad del rechazo y en esa idea civilizatoria de rescate que contiene su propuesta, más que en el aspecto organizativo y estrictamente partidista de su táctica revolucionaria.
En todo caso, vale la pena profundizar en esta hipótesis: aceptada generalmente la actualidad de Marx, meditemos sobre una equivalente actualidad de Lenin, en sus distintos aspectos y dimensiones. Trabajo teórico atractivo hoy por excelencia.
En todo caso, el cambio profundo a que aludo ha de resultar de un movimiento nacional, de una amplitud, por los componentes civilizatorios que implica, tanto en el rechazo como en la propuesta constructiva, que difícilmente (tal vez imposible) puede ser el hijo de una sola mirada, grupo, sector o clase social, sino que ha de abarcar pujantemente al conjunto social, a la totalidad de la sociedad, si en verdad ha de afirmarse y constituir el arranque de una nueva época para la nación. Con el mayor número posible de mexicanos comprometidos con la transformación y regeneración del país.
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