La temporada política de elecciones en México ya está en marcha. 2012 empezó para todo efecto práctico con el anuncio de la candidatura de López Obrador representando a aquello a lo que llaman fuerzas progresistas. Este hecho define ya en buena medida el debate que se entablará el año entrante, no sólo entre los políticos, sino de modo amplio en la sociedad. A partir de esto es de alguna manera irrelevante, por bien sabidos, los contenidos que tendrán las campañas por la Presidencia. Así será quien sea el candidato del PRI, más aún si resulta nominado Peña Nieto como todos esperan. Y del lado del PAN, sea a quien escojan para dar una pelea que se antoja bastante cuesta arriba.
Hablar de las fuerzas progresistas en el país es un eslogan útil a estas alturas en que se lanza la campaña. Pero, sin duda, habrá que definir mucho mejor qué es lo que esto significa realmente para, así, identificar de modo claro su sentido, sumar a quienes refuercen y empujen, y poder convencer. Me refiero a que deberá aclararse a quién incluye el progresismo amplio hoy en México y en qué condiciones se conformaría un movimiento posible y útil. Será, pues, igualmente necesario descartar decisivamente y separarse de personas y grupos tan desgastados que sólo estorbarán. Pero, ¿podrá liberarse de tanto lastre el progresismo de nueva estirpe? Ese me parece uno de los desafíos más grandes del liderazgo de AMLO. Ganará mucho siendo claro y decisivo al respecto.
No hay en el país un monopolio del progresismo, nadie puede pretender tenerlo; tan sólo sugerirlo será una torpeza enorme y, más todavía, actuar como si así fuera. Deberá distinguirse nítidamente de su antagónico y confrontarse con lucidez con las fuerzas conservadoras. Estas pueden reconocerse de manera clara, lo cual es una ventaja; aunque esto tampoco puede hacerse por completo.
Aunque así sea, ello no garantiza que necesariamente se articule un discurso y se conforme una propuesta que superen el predominio efectivo que tienen el conservadurismo y los grupos más reaccionarios en esta sociedad. Vaya si esto lo sabe bien AMLO, luego de las elecciones de 2006; ¿podrá capitalizar dicha experiencia? Más vale que así sea. El asunto clave es que tales fuerzas conservadoras y reaccionarias no pueden dejarse al margen si se quiere gobernar con eficacia, sin demasiado antagonismo y llevar adelante una visión distinta del país.
Habrá que pensar que AMLO y quienes lo acompañen ahora aprendieron, y mucho, de la disputa de hace seis años y de su resultado, ese 0.56 por ciento de diferencia en los votos que tan rentable fue para el PAN y el PRI y para los más poderosos grupos económicos. Ya lo veremos, y más pronto que tarde. Tiene en su contra todo un aparato de desinformación muy bien armado que no quiere siquiera oír y tiene preparadas sus respuestas de antemano. También tiene en su contra una estructura de prejuicios bien instalada entre grandes segmentos de la población que, bien debe saberlo, se oponen casi por instinto a lo que representa su persona y a sus propuestas. El ambiente político en torno de AMLO es intenso en esos prejuicios, mucho más de lo que ocurre con otros políticos abiertamente cuestionables.
Hoy no hay otro político que desate tanta animadversión e, igualmente, que tenga seguidores tan exaltados. La política se manifiesta como un verdadero arte para este tipo de liderazgo, aunque no puede olvidar las técnicas que la definen en un exacerbado mercado electoral. Si la sociedad es eminentemente mercantil, la política no puede asilarse del entorno de las mercancías y del dinero. AMLO habrá de aprender a venderse, aunque eso choque, si así es en efecto, con la visión que tiene de sí mismo.
La campaña será, pienso, más relevante e intensa con AMLO en ella, si así resulta será ya una ganancia. Además, abre posibilidades que, siendo más radicales en un sentido de transformación, pueden ser más eficaces para movernos de un estado de relativo estancamiento en casi todas las dimensiones de la existencia colectiva (exceptuando la violencia reinante alrededor de la delincuencia y el crimen). El límite de las posibilidades de evolución y transformación es manifiesto en el marco de lo que pueden ofrecer el PRI y el PAN con sus respectivos socios.
La próxima elección va a ocurrir en el marco de un enorme déficit, si no es que de una gran crisis de la democracia a la mexicana, hecha a modo de unos partidos rentistas. Una expresión de esto es el caos en el IFE, que institucionalmente está desahuciado. Igual pasa con las prácticas de alianzas que promueve la dirigencia del PRI, conforme a los modos más primitivos de los que no puede librarse ese partido y que son repulsivas. Pero las fuerzas autodenominadas como progresistas no están libres de señalamientos, como sucede con el PRD, un partido que se devora a sí mismo y se exhibe lastimosamente con un liderazgo insalvable.
En fin, que la temporada electoral tiene muchos claroscuros. El liderazgo de AMLO habrá de atraer y aglutinar y, al mismo tiempo, rechazar decisivamente para botar los lastres. Ya veremos. Pero algo que podrá hacer es que la campaña sea más interesante en sus contenidos y propuestas, más productiva y, por qué no, más entretenida. Eso será bienvenido.
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