Los resultados de la encuesta que nos dieron a conocer Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador, que definió al candidato de las izquierdas para la Presidencia de la República, no son, de ninguna manera, el retrato caprichoso del momento que pudiera reflejar el ánimo cambiante, por ello mismo, de la medición. No. Es, no cabe duda, el reflejo fiel del trabajo que López Obrador ha ido levantando, pueblo por pueblo, año tras año para construir una conciencia colectiva que, más allá de las despensas o los cincuenta pesos por voto, defienda, sin titubeos, la necesidad del cambio.
Por vez primera una contienda de este tipo transcurre, cuando menos en el PRD, sin insultos ni trácalas, sin la toma de alguna oficina del partido y sin escándalo. Hay, sí, un ganador y un perdedor, pero hay algo mucho más importante: la unidad que promete dar una batalla ejemplar en la carrera por la Presidencia.
Y, tal vez, un cambio en el PRD que arrebate de las manos de quienes lo han hecho una porquería, para convertirlo en el organismo, en la institución partidista que reclama buena parte de la sociedad, cansada de las alianzas y los arreglos que nunca la benefician.
Decimos que tal vez porque nadie puede asegurar qué va a pasar con el grupo hoy dominante en ese partido: los chuchos. Ni López Obrador ni ningún candidato puede ir al triunfo electoral si tiene en contra a la dirección del partido que lo postula, o más claro, si son sus enemigos.
Dado que entre Nueva Izquierda y López Obrador hay una historia de cochupos y traiciones en contra del tabasqueño, lo primordial será, que no quepa duda, el cambio en la dirección de ese partido. Dormir con el enemigo es un suicidio, y de nada servirá la entereza de la gente si desde la cúpula partidista se dinamitan los esfuerzos del candidato. El anuncio de Ebrard y López Obrador da por muerto el chuchinero, cierra la etapa más vergonzosa de ese organismo y promete una reconstrucción en la que no caben quienes hoy dirigen al PRD.
Esa tarea parece ahora destinada a Marcelo Ebrard. El jefe de Gobierno ha dicho que no buscará ningún puesto de elección popular, lo que de ninguna manera quiere decir que se alejará del quehacer político. Por el contrario, sus tareas se multiplicarán.
La pregunta es: después de diciembre de 2012, ¿hacia dónde? La respuesta está en las necesidades a que obliga la política en general, y la partidista en particular. El PRD debe ser sometido a una limpieza profunda y a una recomposición que le permita convertirse en una alternativa real para la sociedad, y no en el adefesio al que lo tiene sometido Nueva Izquierda.
Entonces, para esas fechas, Ebrard deberá tener en las manos las riendas del PRD, y para eso primero debe pavimentar el camino a López Obrador, vereda que seguramente, dentro de algún tiempo, él recorrerá. En otras palabras, la seguridad que él le ofrezca al candidato a la Presidencia será la misma que él tenga en el futuro. De ahí que seguir cargando con los fracasos de Manuel Camacho, y las trácalas de los chuchos, sería tanto como preparar su propio cadalso.
Por ello, además de la muy difícil tarea de gobernar la ciudad, Ebrard parece tener frente a sí una serie de labores que más allá del momento deberán tejer su propio destino político. La decisión de proponer a quien lo suceda en el cargo, que como todos lo entendieron está en sus manos, es el paso que modelará, lejos de los intereses tribales y del lustre de personajes ajenos al interés público, la posible nueva forma de hacer política que busca establecer Marcelo, así que, como muchos dicen, lo mejor que le pudo haber pasado a Marcelo ya sucedió.
De pasadita
Eso del progresismo, hijo bastardo de la social democracia, no es mas que una idea sin fondo. El progresismo tiene que ver con ese tipo de progreso que avanza por sobre todo, avasallándolo todo, y esa no es izquierda, sólo es un disfraz.
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