Bienvenida sea la revolución. Esa señal de vida, de vigor de un
pueblo al borde del sepulcro.
Ricardo Flores Magón
Invadido por el miedo y la zozobra, dividido, roto, ensangrentado y empobrecido, pulverizadas sus instituciones, quebrantada la confianza de sus ciudadanos en el Estado, marcha México, aceleradamente, hacia el pasado.
Fracasada rotundamente la supuesta alternancia —en la que, en su momento, se depositaron tantas esperanzas— parecen los ciudadanos pronunciarse, al menos si creemos en lo que dicen las encuestas, por la restauración del viejo régimen.
Medran los poderes fácticos con la desesperanza. Se aprovechan de la bancarrota democrática y se preparan para el asalto definitivo. De soldados del PRI, de servidores del mismo, pasan a ser hacedores del candidato de ese partido y se disponen a cobrar muy alto la factura.
De pantalla y por la pantalla han sido los gobiernos del PAN. Vicente Fox y Felipe Calderón doblaron la cerviz ante la tv, la Iglesia y los barones del dinero. Abdicaron, a cambio de una fugaz y desastrosa estancia en Los Pinos, ante los poderes fácticos.
Crimen de lesa democracia y lesa patria han cometido ambos.
La impunidad y la corrupción, marca de origen del sistema político mexicano, han escalado, en estos 11 años de cogobierno de PAN y PRI, a nuevos y muy escandalosos niveles, y tanto que la viabilidad misma de la nación está en peligro.
Un proceso agudo de descomposición social, acelerado por la guerra de Felipe Calderón y su rotundo fracaso en materia económica, se comienza a sentir en casi todos los órdenes de la vida pública.
Cincuenta mil muertos en cinco años —y los que faltan— son demasiados muertos. Ningún país resiste tanto decapitado, tanta masacre, tanta simulación sin resquebrajarse.
Hay heridas demasiado profundas en el cuerpo social; un cuerpo marcado, como los de las decenas de miles de víctimas, por la tortura, las mutilaciones, la barbarie y el odio.
Millones de jóvenes, sin otra alternativa, salen expulsados hacia el norte o caen en las manos de los únicos empleadores masivos; los capos del narco.
Como en otros momentos históricos y en otros países es el autoritarismo el que saca ventaja del caos imperante y la precaria e incipiente democracia mexicana incapaz de proveer paz, justicia, bienestar para los ciudadanos se tambalea.
La izquierda electoral ha hecho su parte en la debacle. No resistió, cuando y donde ganó, las tentaciones del poder y se tornó aparato burocrático, oficina de colocaciones, administradora de clientelas, prerrogativas, prebendas y beneficios.
Con una capacidad mimética asombrosa adoptó usos y costumbres del antiguo régimen. No tuvieron los votantes más remedio que echarla a patadas de Zacatecas, Baja California Sur y Michoacán.
Con trabajos y apoyándose en ex integrantes del PRI o estableciendo alianzas que han terminado por confundir al electorado ganó Oaxaca y conservó Guerrero. Perdió, eso sí, en el camino sus principios y el impulso ético primordial que debiera moverla.
Después de haber caído en todas las trampas que Fox, Calderón y los poderes fácticos le tendieron, ilegalmente, en 2006. Después de caer en las trampas que su propia soberbia le tendió no supo dar unida la lucha por la preservación de sus principios y la defensa de la democracia.
Profesionales de la derrota, sus dirigentes, se enfrascaron en pugnas internas, prestándose, consciente o inconscientemente, para hacer el trabajo sucio al gobierno panista y a los poderes fácticos.
Hoy esta misma izquierda, esa que ha dilapidado un enorme capital político que no le pertenecía, tiene ante sí una nueva y ultima oportunidad.
El haber superado, sin quebrarse, el proceso de selección de un candidato único. La lección de congruencia —que ojalá imiten dirigentes y militantes— de Marcelo Ebrard abre la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador encabece un esfuerzo de lucha por la transformación profunda de México.
Escribí en Twitter al conocer la noticia “divididos Ebrard y López Obrador con ninguno; juntos con cualquiera y con todo”. Este país necesita un cambio radical y urgente; un viento de esperanza que lo sacuda.
El PAN y el PRI han demostrado de lo que son capaces. Pagamos todos las consecuencias. Es tiempo de construir una alternativa distinta. Una alternativa que se separe, también, de esa izquierda que dio la espalda a sus principios.
Celebro y apoyo la unidad de una izquierda que tiene con el país, con los que la hemos apoyado, una deuda histórica.
Último valladar ante el autoritarismo celebro igualmente que López Obrador hable de ética en un país donde ese término ha perdido, casi, totalmente el sentido.
Celebro y apoyo su discurso incluyente. La tarea de transformación del país no es sólo de unos cuantos iluminados. Tampoco de aquellos que se dicen poseedores de la verdad, de esos que administran los dogmas ideológicos.
Es la última oportunidad; es tiempo de audacia.
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