Hace ya más de cinco años que, en sus mítines de campaña, Felipe Calderón proclamaba a voz en cuello la siguiente perorata: yo le digo a los estadunidenses que no gasten tontamente su dinero en muros, que de todas maneras nos lo vamos a brincar. Luego se supo, por las revelaciones de Wikileaks (06MEXICO255) publicadas en La Jornada, que Calderón había ido a la embajada de Estados Unidos el 10 de enero de 2006 a informar que sus alegatos sólo eran retórica, una estrategia de campaña, que no quería atizar el debate, pero dadas las circunstancias no podía darse el lujo de perder ningún voto frente a AMLO.
Ahora, en Estados Unidos sucede algo similar. Los candidatos republicanos, que ahora están en campaña, se dedican a perorar sobre la urgente necesidad de continuar con el muro y prometen terminarlo en un año, cuando llevan construyéndolo 25. Pero que se sepa ninguno de los candidatos ha ido a la embajada mexicana a matizar sus opiniones y justificarse de que están en campaña.
Sin embargo, en Estados Unidos el asunto no está tan claro en cuanto a la ganancia de votos. Ciertamente contarán con los sufragios conservadores, que han declarado la guerra a los migrantes, pero hay una gran interrogante sobre el voto de los hispano-latinos que en su mayoría tienen contactos y relaciones con la migración indocumentada.
Se supone que los migrantes legales, muchos de ellos naturalizados y con derecho al voto, no están de acuerdo con las medidas draconianas en contra de los indocumentados. Pero nunca se sabe. En 1994 una mayoría de latinos votó en favor de la Proposición 187, que marcó el comienzo de toda esta pesadilla persecutoria.
En efecto, los migrantes recién legalizados se quieren diferenciar de los otros, de esos mojados, que están en situación irregular y que han sido estigmatizados. Pasa lo mismo con los conversos de la religión o de bando político, que se convierten en más papistas que el Papa o son los más recalcitrantes.
Como quiera, las alarmas se han disparado y algunos republicanos, como Jeb Bush, ex gobernador de Florida, piden moderación a sus partidarios para atraer al voto latino, que puede resultar crucial en estados con muy alta representación y en los que, coincidentemente, hay muchos latinos: California, Florida, Texas, Nueva York e Illinois.
La migración ha entrado en el campo de las posiciones maniqueas, donde no hay marcha atrás, donde matizar o encontrar una fórmula intermedia es considerado traición a la causa. Hay que elegir entre el bien y el mal, entre la legalidad y la ilegalidad. No hay términos medios.
El principio escolástico del mal menor no rige entre los fundamentalistas. Pero sin lugar a dudas es un principio básico del quehacer político, en cualquiera de los bandos. Se hace lo que se puede, no lo que se debe. Así es la política.
Es imposible expulsar de manera masiva a 11 millones de migrantes que trabajan y que son necesarios para la marcha de la economía, pero sí es posible deportar de manera sistemática a cientos de miles de migrantes y justificarse en que eran delincuentes, como lo ha hecho Obama en estos años recientes. No es posible detener la migración irregular, pero sí es posible construir un muro para que todo el mundo lo vea, para que se publicite en los medios y para que el público y los electores se sientan satisfechos.
Nos guste o no los muros funcionan, como en China hace milenios, en Alemania hasta hace unas décadas o en la actualidad en Corea, Marruecos, Ceuta, Melilla, Cisjordania y tantos otros. Pero para que funcionen hay que darles mantenimiento y poner detrás a todo un ejército de vigilantes y dispositivos tecnológicos.
El muro de la vergüenza o de la tortilla, que todavía está en busca de un nombre adecuado, ha servido para frenar, en cierta medida, la migración irregular. No es el único factor, pero ciertamente ha contribuido. En 1993, cuando empezó la operación Guardián, en San Diego, 50 por ciento de los migrantes irregulares pasaba por Tijuana. Pero eso ya es historia, son tiempos pasados, sólo algún despistado va a Tijuana y pretende ir al otro lado de manera irregular. Aquella frase retórica sobre el muro de que de todas maneras nos vamos a brincar, no se comprueba en la realidad.
Pero no hay mal que por bien no venga. Irse de mojado a Estados Unidos es una desgracia, una tragedia. El sueño americano, para la mayoría de migrantes ha sido siempre una pesadilla. Si se cierra la salida fácil del norte habrá que aprender a luchar y a exigir para que no haya tanta desigualdad, dispendio, corrupción, nepotismo e impunidad en nuestro país.
Tiene otra ventaja. Cuando se cierre definitivamente el muro, no tendrán otra salida que abrir la puerta para que pasen los trabajadores de manera legal, segura y ordenada.
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