lunes, 10 de junio de 2013

ABC de la impunidad

Epigmenio Ibarra

Cuando se miran de frente los
vertiginosos ojos claros de la
muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Gabriel Celaya.
Una vez más entramos al Zócalo.
Hoy no venimos solos.
Nos acompañan, mirándonos con sus ojos pasmosamente abiertos, 25 niñas y 24 niños que no debieron morir.
Al frente de la marcha, Abraham Fraijo, el padre de una de ellas, con una bandera blanca.
A estas horas, hace cuatro años, este hombre, 49 madres y 48 padres más vivieron el horror.
Un horror que no cesa.
Un horror que, a fuerza de no dejar de luchar, se ven obligados a revivir todos los días.
Llora Abraham. Lloran muchos esta tarde mientras marchan llevando a esas niñas, a esos niños.
Llora Abraham y lleva sobre los hombros ese infierno: el de perder a una hija y perderla, además, así.
En ese incendio que a la hora de la siesta, en una guardería subrogada por el Estado, desató la corrupción, la negligencia criminal de los mismos de siempre.
Detrás de él viene, en buenas manos, la fotografía de Emilia. Su hija.
Y luego 48 fotografías más de niñas y niños que han desandado en silencio el camino del Ángel hasta esta plaza corazón de México.
Eso mismo: que van sus hijas y sus hijos en buenas manos, les hemos dicho a las madres y padres coraje de guardería ABC, que en unas horas más recorrerán las calles de Hermosillo.
Así, en silencio, bajo un sol que cae a plomo, los acompañamos.
Llevamos en procesión solemne a sus hijas e hijos por las calles.
¿Cuántas veces más hemos de decir?
Dos de Octubre No se olvida.
10 de Junio Nunca Más.
Acteal Nunca Más.
Atenco Nunca Más.
Lomas de Salvarcar Nunca Más.
ABC Nunca Más.
¿Cuántas veces, carajo?
A veces hemos sido decenas de miles. Otras centenares. Muchas solo un puñado.
No importa mientras sigamos llegando a esta plaza.
Mientras sigamos llevando nuestros muertos por las calles.
A contracorriente del olvido, el acomodo, la resignación.
El grito ha sido siempre el mismo.
No a la muerte.
No a la impunidad.
¡Justicia!
Hoy no se trata de un poeta que entra a esta plaza, seguido por decenas de miles, con el cadáver de su hijo a cuestas.
Pero es como si ese poeta volviera a recorrer este camino.
Hoy son los niños que no debieron morir los que entran a esta plaza.
No puedo dejar de pensar en sus ojos inmensamente grandes.
Nos han visto.
Se ha dejado mirar por esta ciudad, por este país aletargado.
Luego de una marcha infinitamente triste.
Absolutamente necesaria.
Sus ojos pasmosamente abiertos nos miran y son también espejo.
Nosotros somos los culpables, no puedo dejar de pensar en el título del libro sobre guardería ABC de Diego Enrique Osorno, cuando los veo, cuando en ellos me veo.
Nos mataron, nos dicen esos ojos, los mismos de siempre: los impunes.
Los que desde el poder se han enriquecido y su parentela y sus cómplices y sus alcahuetes.
Los mataron esos que si hubiera justicia en este país no habrían gobernado ni tan solo un día.
Los que han hecho de la impunidad correa de trasmisión de un gobierno a otro por décadas.
Ensangrentando a México.
Saqueándolo.
Llegando al extremo de hacer negocio con sus niños.
Los mataron los Granier, los Montiel, los Marín, los Moreira.
Los mataron los Fox, los Sahagún, los Calderón, los García Luna.
Los mataron los que escudados en los colores de la izquierda también han robado, también han convertido en negocio sus puestos públicos.
Los mató Felipe Calderón y su profundo desprecio por la vida.
Los mataron los que hacen fraude en las elecciones, los que compran votos para sentarse en la silla.
Los mataron los que de nosotros se burlan sexenio tras sexenio e, impunes, disfrutan sus mansiones, sus Ferraris, sus enormes fortunas.
Los mataron los policías que han renunciado a perseguirlos.
Los fiscales que no los investigan.
Los jueces que los absuelven y que, peor todavía, ni siquiera permiten que lleguen a juicio.
Los legisladores que se acomodan en sus curules y cierran los ojos.
Los magistrados de la SCJN que los absuelven.
Los mataron quienes sucedieron a esos que gobernaban el día del incendio.
El día en que en esa trampa mortal que era la guardería ABC se desató un infierno, se consumó un crimen de Estado largamente anunciado.
Cínicamente preparado.
Los mató este régimen que descansa en la impunidad, que solo por ella subsiste.
Llegamos frente a Palacio.
Miran con sus enormes ojos, estas niñas y niños, la sede del poder que los ignora, que pretende borrarlos, olvidarlos.
Pero ya no están solos, pienso, están en buenas manos.
En las manos de sus madres y padres, que han convertido su dolor en valentía, en dignidad, en la más sagrada de las causas.
En las manos de mexicanas y mexicanos que seguimos sus pasos.
Que no olvidaremos sus enormes ojos.
Que, en torno al asta bandera, donde hemos colocado las fotos, respondemos: “No debió morir” al desgarrador pase de lista que hace, una vez más, Daniel Gershenson.
Y es que: “No debieron morir”. No debimos permitirlo.
Como no debemos permitir que queden impunes los culpables y si no quedan impunes tendrá, de nuevo, cabida, en este país herido, la esperanza

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