viernes, 14 de junio de 2013

El berenjenal

Granaderos el dos de octubre de 2008
La violencia siempre ha estado ahí. No sorprende a nadie, salvo a los que no han asistido en años anteriores a las marchas conmemorativas de las matanzas de Tlatelolco en 1968, los días 2 de octubre, y las de «el halconazo» en 1971, los días 10 de junio de cada año, la presencia de estos grupos de jóvenes con el rostro cubierto que acaban invariablemente enfrentándose a los granaderos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal. Basta ver las imágenes del enfrentamiento bajo los portales del edificio del Gobierno del D.F. con los granaderos al final de la marcha del “40 aniversario” del 2 de octubre o, al año siguiente, cuando varios elementos de la fuerza pública fueron agredidos con una granada de gas lacrimógeno frente a Bellas Artes. Similares embozados, similares granaderos, similar violencia, pero acciones y resultados muy diferentes.
Los operativos implementados para estas marchas por la Secretaría de Seguridad Pública del Gobierno del Distrito Federal en años anteriores habían tenido como objetivo cerrar el paso a estos grupos violentos, evitando que pasaran más allá de la avenida Eje Central y afectaran los comercios y negocios de las calles Madero y Cinco de Mayo, cosa que no siempre lograban hacer con los mejores resultados.
En 2008, tras un enfrentamiento con granaderos frente al edificio Guardiola, grupos de jóvenes embozados, enmascarados y algunos armados con palos, lograron avanzar hasta el Zócalo. Ahí, bajo los portales del edificio del Gobierno del D.F., se enfrentaron contra varias docenas de granaderos que se protegían tras sus escudos de las patadas a discreción y los golpes de sillas, cajas y otros objetos que les eran arrojados mientras eran iluminados dramáticamente por ráfagas de luz de los flashes de los fotógrafos. En esta escaramuza resultaron heridos algunos elementos de las fuerzas del orden, además de fotógrafos y transeúntes.
Un año después, en 2009, una granada lacrimógena es lanzada desde donde se encontraba uno de estos grupos frente al Palacio de Bellas Artes en dirección de la fila de granaderos que custodiaba la acera del edificio del Banco de México. El gas se introdujo con rapidez tras el plexiglas de sus cascos al tiempo que se dispersaba hasta donde se encontraban observando el paso de la marcha varias personas, afectando a muchos, incluidos menores de edad, mujeres y varios ancianos.
Todos los años, como también sucedió el lunes pasado, estos jóvenes toman parte de un violento intercambio de golpes e insultos contra una pared de escudos que resisten la carga. Para quienes lo hemos presenciado, estos enfrentamientos se han convertido en un elemento más, propio de la fecha.
Esta beligerancia siempre ha sido muy apreciada por la prensa. Los fotógrafos no pierden detalle de las más violentas y llamativas acciones: la flama del soplete improvisado, la piedra, el macanazo, y no resulta raro escuchar a estos reporteros azuzar a los agresores pidiéndoles que repitan la acción una vez más “para la cámara”, pues saben bien que son esas imágenes y no las de la pacífica marcha con mantas ilustradas con el símbolo de la “paloma de la paz” las que aparecerán en las portadas de los diarios los días 11 de junio y 3 de octubre respectivamente.
La violencia por parte de jóvenes –ocultando o no su rostro– contra los granaderos que ahora parece indignar a algunos, no difiere de la que ha habido en fechas similares en años anteriores: casi pareciera un obligado ritual. Lo que sí resulta diferente es la respuesta de los representantes del Gobierno Central del Distrito Federal y de los mandos de la SSP local al frente de los granaderos, que ahora exhiben una baja capacidad de negociación, una deficiente organización o simplemente la fabricación de una artera y velada provocación, tal como se puede ver en los múltiples videos que recogen lo sucedido este lunes 10 de junio durante la marcha y al llegar esta al Zócalo.
La danza entre los jóvenes frente a la muralla de escudos, cascos y espinilleras, agrediendo a los granaderos a golpes, patadas y a pedradas se ve interrumpida a momentos por provocadoras cargas de la policía. Esta acción se repite una y otra vez sin concretar nada.
¿Por qué los granaderos no encapsulan a los agresores en ese momento si los superan por mucho en número? Quién sabe. ¿Qué obtienen los jóvenes al patear los escudos de plexiglas de los granaderos, más allá de descargar una muy justificada y predecible rabia contra la autoridad? Tampoco lo sé. Incluso la siempre tan vistosa y tradicional agresión con el aerosol convertido el lanzallamas tiene pocos resultados, pues el escudo detiene la flama sin mayor problema. ¿Entonces?
Los agresores llevarán su rostro oculto o no, lanzarán mentadas de madre además de piedras, patadas y fuego, pero el granadero está equipado y entrenado para repeler esa agresión perfectamente. Pertrechado con casco, máscara de plexiglas, juego de espinilleras, rodilleras, protectores de antebrazo y muñeca, además de portar guantes, botas, escudo y tolete, ha sido adiestrado para usar ese equipo y salvaguardar su integridad al tiempo que realiza su trabajo, actividad que básicamente se limita a reprimir conciudadanos que no están de acuerdo con el hacer de las personas que les pagan a ellos.
Esta ocasión fue diferente, se mencionan elementos del grupo de granaderos que fueron heridos –cosa que solo exhibe su mal entrenamiento y las deficientes órdenes que reciben de sus mandos– y 22 ciudadanos detenidos, la mayoría de forma arbitraria. Al igual que en la protesta del primero de diciembre del año pasado, fueron privados de su libertad personas que solamente estaban ahí haciendo uso de su derecho de libre manifestación y que las fuerzas del orden público del Gobierno del D.F. se llevaron detenidas como si tratara de cumplir con una cuota.
Resulta también grave la percepción que de estos hechos tiene la sociedad, donde los medios de comunicación equiparan impúdicos la protesta con la violencia y al manifestante con el agresor. Las imágenes de los “enmascarados” agrediendo a laindefensa fuerza pública son utilizadas para justificar decenas de detenciones arbitrarias, de numerosos casos de abuso de autoridad y de ignorar derechos constitucionales.
Sin parecer importar lo anterior y agravándolo, surgen voces, auspiciadas por el gobierno capitalino o por la propia estupidez, que denominan delincuentes a cualquiera que haya participado en la protesta, a priori y, sin saber exactamente por qué, se acusa de defender la violencia a cualquiera que levante la voz en favor de los detenidos arbitrariamente ese día, como si la violencia fuera algo nuevo. Y no, la violencia siempre ha estado ahí.

Pero antes el Gobierno del D.F. implementaba estrategias de contención más inteligentes y eficientes, y su actuar era conciliador al enfrentar casos como este. Hoy no, ahora es un berenjenal

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