viernes, 14 de junio de 2013

Fotos de @ManceraMiguelMx con @EPN ¡qué problema para el gabinete presidencial!

FEDERICO ARREOLA@FedericoArreolavie 14 jun 2013 09:05
  
En los viejos tiempos, cuando el PRI ganaba de todas, todas, los aspirantes a la Presidencia de México solo necesitaban conseguir un voto, uno solo: el del presidente en turno.
Aquellos políticos del gabinete presidencial no buscaban ser populares porque, en primer lugar, no lo necesitaban en la lucha por el poder, y en segundo término porque el presidente no se los permitía.
Todos los reflectores eran para la persona que ocupaba el despacho principal en Los Pinos. El que se movía no salía en la foto.
La primera vez que hubo elecciones más o menos libres en México, con Ernesto Zedillo en la Presidencia, este hizo lo mismo que sus antecesores, es decir, no permitir el crecimiento en popularidad de ninguno de sus subordinados y elegir, cuando llegó el momento, al que se le pegó la gana.
Zedillo, así, escogió como candidato presidencial del PRI a un político que, como el resto de su gabinete, no era conocido por la gente, Francisco Labastida.
En aquella lógica priista, una buena campaña, con mucho dinero para pagar medios y propaganda durante varios meses, era suficiente para elevar la popularidad de cualquiera.
Eso funcionó cuando la oposición no presentaba candidatos fuertes y, además, en la época en la que el PRI, para asegurar la victoria, además de gastar en promoción para su candidato invertía muchos más recursos en operativos descarados de robo de votos.
El problema de Labastida fue que el PAN nominó un candidato que había trabajado durante años para hacerse de una imagen de político popular en todo el país, Vicente Fox.
La candidatura de Fox fue diseñada por expertos en mercadotecnia que consiguieron dinero para invertirlo en una larga y bien elaborada campaña de publicidad y relaciones públicas en las principales ciudades mexicanas e incluso en el extranjero.
En el sexenio de Fox, este se sintió tan presidente como los del viejo PRI y no permitió el crecimiento de ninguno de sus colaboradores. Tenía a su favorito, Santiago Creel, pero este no era popular; así que en las internas del PAN fue derrotado, hasta con facilidad, por el todavía menos popular, pero experto en las intrigas panistas, Felipe Calderón.
Fue la izquierda la que, durante el gobierno de Fox, se preocupó por construir una candidatura poderosa a la Presidencia, la de Andrés Manuel López Obrador, el tabasqueño que aprovechó todas las oportunidades y todos los medios para lograr popularidad.
Televisa le dio muchas horas de difusión a las actividades de López Obrador como jefe de gobierno del Distrito Federal, y lo mismo hicieron los otros medios.
Pero lo que mejor manejó Andrés Manuel para hacerse popular fue su relación con Fox.
Cada encuentro entre AMLO y Fox era una noticia de impacto que beneficiaba al izquierdista.
Y, también, cada desencuentro entre AMLO y Fox (sobre todo el enorme enfrentamiento por el desafuero) fue aprovechado por López Obrador para hacerse de una imagen nacional.
Por eso AMLO ganó las elecciones del 2006 a Felipe Calderón (hubo fraude electoral, y esa es otra historia; la gente seria sabe lo que pasó).
Ya en el sexenio de Calderón, este también sintió que era un presidente como los del viejo PRI y no permitió que ninguno de los enanos de su gabinete creciera, y ninguno creció. Por eso el PAN perdió espantosamente (se fue hasta el tercer lugar) las presidenciales de 2012.
En la izquierda AMLO volvió a construir una candidatura poderosa. Tuvo un rival, que también lo intentó, el jefe de gobierno Marcelo Ebrard, pero a este le faltó habilidad y astucia para vencer al tabasqueño.
Como quiera que sea, Ebrard sin tener que rendirle cuentas a ningún presidente consiguió popularidad usando los medios (Televisa se le entregó, sin duda) y manejando para su provecho las complicadas relaciones que tuvo con Felipe Calderón.
Durante años, Ebrard decidió no reunirse con Calderón, y eso lo convirtió en noticia que le daba una imagen de hombre duro, de carácter, digno de estar en la oposición.
Después, cuando decidió estar cerca de Calderón, Ebrard aprovechó sus encuentros con este para hacerse publicidad.
Ebrard, lo que sea de cada quien, manejó muy bien las cosas, pero no pudo con la estrategia de AMLO: la de ser rebelde de principio a fin.
Otro problema tuvo Ebrard durante el sexenio pasado: no fue él el consentido de los medios ni, tampoco, el que tuvo la mejor campaña para promover su imagen.
El que mejor trabajó para lograr popularidad fue el priista Enrique Peña Nieto. Sin presidente emanado de su partido al que tuviera que disciplinarse, Peña Nieto trabajó con libertad y, usando a Televisa y a los otros medios basado en la fuerza que le daba gobernar el Estado de México (como AMLO y Ebrard desde el GDF), se convirtió en un político mucho muy popular, tan popular que el PRI está otra vez en Los Pinos.
¿Qué pasa ahora? Que el presidente Peña Nieto al parecer no permite a nadie de su gabinete, o así lo interpretan sus colaboradores, trabajar para hacerse de popularidad.
Otra vez, todos los reflectores para el presidente. Pero esto empieza a representar, lo dicen las encuestas, un problema para los priistas.
La izquierda tiene tres figuras conocidas con posibilidades de buscar la Presidencia en 2018, a saber: López Obrador, que sigue en la rebeldía que tanto le ha redituado en otras ocasiones; Ebrard, que ha perdido el paso pero que conserva un buen nivel de popularidad, y el actual jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, cuyas actividades difunden todos los medios, en especial Televisa.
Ebrard, si no hace algo pronto, va a salir de esa lista.
López Obrador no dejará de ser el que siempre ha sido: el rebelde que espera volver a conquistar a la opinión pública mexicana no negociando absolutamente nada con el gobierno federal y el PRI.
Mancera seguirá en los medios, para eso es el mero jefe del DF, y continuará aprovechando sus encuentros con Peña Nieto, como el de ayer jueves, para incrementar su popularidad.
Desde luego, se nota más la presencia de Mancera al lado de Peña Nieto que la de cualquier priista. En el acto de ayer, nadie se fijó en que ahí estaba el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila. Pero todos vimos al gobernante del DF.
Ya llegará el tiempo de los desencuentros entre Mancera y Peña Nieto, y el jefe de gobierno capitalino los aprovechará todavía más para consolidar su imagen.
En el PAN, hay que decirlo, el que más se mueve, con el apoyo de Televisa, es el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle. Si se sale con la suya y gana su candidato la alcaldía de Puebla, se lanzará a una enorme campaña nacional de promoción. Si el PRI lo derrota en la capital poblana, Moreno Valle quizá abandonará la jugada.
¿Y en el PRI? Como antes, nadie busca los reflectores porque estos son del presidente.
Tres priistas del gabinete (Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong y Jesús Murillo Karam) han dado motivos para que se hable de ellos. Pero es poco, demasiado poco, lo que hacen en términos de promoción personal.
Si los priistas confían en que, como antes, la fuerza del PRI bastará en 2018 para superar la prueba de las presidenciales, están equivocados.
El voto ahora se respeta y el PRI tiene muy mala imagen. De hecho, Peña Nieto llegó a la Presidencia a pesar del PRI. Si se metió en problemas durante la campaña se debió al desprestigio del priismo, sobre todo entre las clases media y alta.
No veo ni un proyecto para cambiar al PRI ni, tampoco, la construcción de una candidatura capaz de levantar el vuelo cargando el lastre de la horrible imagen de ese partido.

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