Corredor Chapultepec
Bernardo Bátiz V.
L
a democracia participativa gana espacios en la realidad política de nuestro país. Por todos los rincones de México, donde menos se piensa, salta la liebre de la participación ciudadana, de la exigencia, del reclamo, del ejercicio de la soberanía popular sin intermediarios, por el pueblo mismo, directamente y no mediante representantes que pierden día a día legitimidad y credibilidad.
En la ciudad de México veíamos el fenómeno de la exigencia de participación directa en la crítica, en la presencia y en la búsqueda de soluciones, como algo lejano que ocurría en ciudades más o menos apartadas, y si aquí afrontábamos marchas se referían a exigencias ajenas a la capital.
De un tiempo a esta parte, los capitalinos enterados y politizados, a veces medio broncos como en el norte, pero sin armarse para defender sus comunidades, como en el sur, han tenido que salir a las calles a exigir mesas de diálogo, a plantarse frente a maquinaria pesada o resistir garrotes y escudos de granaderos con mucha mayor frecuencia que antes.
Un caso entre otros es el de los vecinos de las colonias Juárez, Condesa y Roma, a quienes no pareció para nada bueno el proyecto de un Corredor Cultural a lo largo de la antigua y emblemática avenida Chapultepec, que une al casco antiguo de la urbe con lo que resta del bosque que le da nombre a la avenida.
A los vecinos no les gustó el proyecto porque les parece engañoso llamarle Corredor Cultural, cuando de lo que se trata, es hacer de esta vieja vía una especie de escaparate, plaza omall como está de moda llamar a esos espacios de tiendas amontonadas, pero glamorosas.
Cuando se habla en cultura, no se piensa en tiendas hacinadas o espacios ideados para atraer consumidores, sino en otra cosa; ese concepto se relaciona más bien con la búsqueda de expresiones artísticas, espacios para la lectura, lugares para escuchar música, como sería si de verdad estuviéramos hablando de cultura, al menos de lo que nosotros entendemos por esta palabra, que el diccionario define como
el resultado de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse las facultades intelectuales. Nada que ver con vender y comprar.
Como a los vecinos les pareció que se trataba más de un asunto de jugosos negocios, amenaza de alteración del sello de sus colonias tradicionales, protestaron y el gobierno capitalino tuvo el tino de aceptar una consulta al respecto, esto es, cedió a la exigencia de la democracia participativa, sólo que cayó en la tentación de intentar una simulación y a alguien dentro del equipo de Mancera, quizá al interesado más que nadie en el proyecto: Simón Levy, se le ocurrió formular unas preguntas inaceptables, no da el interrogatorio para una indagación real de la opinión de los titulares de la soberanía. De las tres preguntas, una contiene por si sola varios hechos, de tal modo que si se contesta si o no, se abarca toda una batería de posibilidades, las otras, son preguntas insidiosas y un Juez de Paz, las rechazaría en un interrogatorio judicial.
Si se encomienda al INE el proceso, como parece ya se hizo, las preguntas han de formularse por un profesional serio, especialista en encuestas y deberán formularse tomando en cuenta la opinión de los comités de ciudadanos organizados.
La credibilidad en las autoridades está en un nivel muy bajo, mucho más que en otros momentos de la historia de la capital. Es oportuno, por tanto, poner por delante cordura, buena fe y una actitud receptiva para hacer lo que los vecinos decidan y no lo que se les ocurra a los inversionistas inmobiliarios.
Con una asamblea conformada con la presencia importante de los diputados de Morena y con cinco delegaciones que gobernará este partido, será muy importante encargar la operación política del gobierno citadino, a funcionarios capaces y que inspiren confianza a la ciudadanía, mucho más avispada y exigente que en otros momentos y en otras latitudes
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