Aseis días de anunciada la emergencia sanitaria por el surgimiento de un nuevo virus de influenza, el gobierno federal se empeña en compensar por medio de discursos tranquilizadores y casi triunfalistas la imprevisión, la desorganización y la impericia con la que ha hecho frente a la crisis epidémica. A las indicaciones y contraindicaciones sobre medidas de prevención elemental como el uso de cubrebocas, a la ligereza en el manejo en las cifras de muertes –que, en boca del secretario de Salud federal, José Ángel Córdova Villalobos, disminuyeron de 29 a ocho– y a las colisiones declarativas entre los más altos funcionarios, ha de sumarse la marginación regular, por parte de los funcionarios federales, de la prensa escrita, y el improcedente favoritismo a los medios electrónicos, en lo que constituye una preocupante muestra de incomprensión en torno al funcionamiento complementario de la primera y de los segundos, especialmente en circunstancias críticas como la presente.
El manejo informativo deficiente contribuye a alimentar rumores, desorienta, desalienta y dificulta, en última instancia, la contención de la epidemia. Con todo, en el desempeño gubernamental hay problemas mucho más graves. Por ejemplo, poco a poco han ido saliendo a la luz pública historias sobre la indolencia, el descuido y hasta el maltrato que han sufrido en hospitales del sector salud, en días pasados, pacientes afectados por el nuevo virus, en algunos casos con consecuencias fatales. Tales episodios, narrados a diversos medios informativos por familiares de los enfermos o de los fallecidos, tendrían que ser investigados a fondo y, en su caso, admitidos y sancionados.
En otro sentido, se ha hecho patente la falta de reflejos por parte de la Federación para actuar ante las consecuencias económicas –obligadamente desastrosas– que provocará, y que ya está provocando, el estallido de la epidemia, así como la adopción de medidas para contenerla.
El anuncio de un programa específico orientado a corregir las inocultables carencias del sistema de salud pública y a atenuar las penurias agudizadas por la emergencia sanitaria, así como una explicación de las inconsistencias informativas cometidas hasta ahora, habría sido una buena manera para que el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, restañara, en su mensaje de anoche, la erosionada credibilidad de sus colaboradores inmediatos en materia de salud pública.
Sin embargo, el político michoacano optó por minimizar su propio mensaje al reducirlo al anuncio de un asueto oficial que de todos modos se daba por hecho, en el puente del primero al 5 de mayo, y a la presentación de un panorama tranquilizador que, en la presente circunstancia de zozobra y desinformación, carece de sustento. Más preocupante aún, Calderón buscó desautorizar, de manera más bien explícita, la determinación del Gobierno del Distrito Federal de suspender las actividades de los restaurantes en tanto persista la emergencia. El gesto es lamentable por partida triple: porque no se justifica en el contexto de lo dicho por el propio orador horas antes, en el sentido de evitar las aglomeraciones en locales cerrados si éstas no son indispensables, porque se percibe como un intento de aprovechar la crisis para emprender un nuevo golpeteo político contra el gobernante capitalino, Marcelo Ebrard, y porque siembra confusiones y dudas entre la población, en momentos en que el combate a la epidemia requiere de certidumbres, de acciones coordinadas y de una imagen de colaboración entre las autoridades de los distintos niveles de gobierno.
No es el presente un momento oportuno para buscar la descalificación de adversarios políticos, de recurrir al optimismo injustificado para procurar beneficios de imagen ni de perseguir réditos electorales y de popularidad a costa de la eficiencia en las acciones de contención sanitaria. Se requiere, por el contrario, de capacidad de decisión para emprender las medidas suficientes para evitar la continuación de los contagios, por impopulares que éstas resulten –como lo han hecho, a fin de cuentas, las autoridades del Distrito Federal–, y dejar de lado actitudes de especulación política y de promoción de imagen.
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