GRAN DESASTRE.
Guillermo Almeyra
Para los economistas más cautos la crisis se arrastraría con altibajos hasta el 2014 y sólo entonces el sistema capitalista volvería a estabilizarse… hasta una nueva crisis, preparada por la continuidad de las políticas actuales. Pero eso sucedería solamente si las víctimas del sistema, los oprimidos y explotados de todo el mundo, no pueden impedir con sus movilizaciones la reconstrucción del poder de los oligopolios y del capital financiero y abrir el camino a una economía y una sociedad alternativas, que supere el capitalismo.
Desgraciadamente, hasta ahora, el capital financiero ha podido descargar sobre los trabajadores los costos de esta crisis que utiliza para concentrar aún más las riquezas y el poder y reducir aún más los ingresos reales de los oprimidos, que han visto aumentar en decenas de millones el número de los desocupados y de los desprovistos de todo. Las respuestas de los oprimidos a este uso capitalista de la crisis han sido insuficientes y han tenido más que todo expresiones indirectas, como el reforzamiento del papel del Estado en la economía y en la sociedad. En los casos más avanzados eso se dio deformadamente mediante el desarrollo, bajo su presión, del capitalismo de Estado (Venezuela, Bolivia, Cuba) que sustituye su poder por el de una burocracia y sustituye también parcialmente el poder del capital privado y, en los países imperialistas, esa presión se sumó a las necesidades del gran capital y condujo a remplazar el “libre juego del mercado” por el estatismo de guerra practicado en las guerras mundiales en el que el Estado actúa como capitalista colectivo y salva a algunos grandes capitalistas y grupos financieros claves con el dinero de los contribuyentes. A la aceptación de la rebaja de salarios muchas veces por debajo de las condiciones de subsistencia con tal de mantener el empleo, y a la miseria creciente se agregó así un reforzamiento del poder concentrado del gran capital y de su Estado y una ofensiva feroz contra lo que quedaba de las conquistas sociales, muchas de las cuales están siendo anuladas.
La nueva estabilización del capitalismo pero a los niveles de producción y de consumo popular de hace 40 años y con la población actual siempre creciente y cada vez con menos empleos requeriría reducir los salarios reales (en particular, los indirectos, como jubilaciones y pensiones, educación, seguro social, etcétera), alargar los horarios de trabajo, anular conquistas de civilización que parecían afirmadas, ya que habría una sobreoferta de trabajadores y muchos, por miedo, aceptarían rebajas salariales y pésimas condiciones de trabajo. O sea, dicha estabilización transitoria impondría condiciones sociales semejantes a las de la época de Dickens. Para evitar las protestas y también, ante la exigencia de orden resultante del aumento inevitable de la criminalidad y la delincuencia masiva, aumentarán por consiguiente la represión y el control militar-policial, incluso con el respaldo de las clases medias que se van a pique y de sectores importantes de los más pobres urbanos. También crecerían brutalmente el consumo de drogas –el paraíso artificial de quienes viven en el infierno– y las sectas religiosas, que preservan la ilusión de fraternidad y solidaridad entre sus fieles y los consuelan del calvario cotidiano con la promesa celestial. Por el contrario, los sindicatos, los esfuerzos colectivos de todo tipo se debilitarían aún más o serán semiclandestinos, pues las burocracias sindicales corporativas actuarán como agentes frenadores del Estado y las luchas deberán hacerse contra la triada patrón-Estado-burocracia y en el aislamiento informativo resultante de la concentración capitalista de los medios de información.
En el horizonte aparece un mundo de barbarie cotidiana barrido además por grandes enfermedades resultantes de la destrucción ambiental por el capitalismo, del hacinamiento urbano en tugurios y de la reducción de los sistemas de prevención y de asistencia social. Aunque gente desembarcada de otro planeta diga que no hay que luchar para acabar con el poder cada vez más salvaje y feroz de los capitalistas e implantar el de los trabajadores o sostenga que el Estado ha desaparecido, la condición fundamental para preservar la democracia, la civilización y las condiciones naturales para la vida de nuestra especie es construir un poder democrático basado en la autogestión de los trabajadores, es reconstruir los consumos y la producción en armonía con el ambiente, es destruir al Moloch capitalista que devora cientos de millones de víctimas por año y crear las condiciones para que el aparato estatal sea simplemente administrador de las cosas y no opresor de las personas.
El capitalismo de Estado, que mantiene los valores y las políticas del capital, o el neoliberalismo apenas modificado de los gobiernos “progresistas” (Lula, los Kirchner) no tienen perspectivas. La resistencia a la crisis no puede llevar, por lo tanto, a pedirles que defiendan los intereses generales de los trabajadores. Por el contrario, hay que exigirles medidas anticapitalistas reales (estatización del comercio exterior y de los bancos, estatización de las empresas que cierren o suspendan) y la elaboración de planes alternativos de desarrollo y de organización de la distribución y del consumo, bajo autogestión de los trabajadores y coordinados por éstos mediantes sus organizaciones territoriales y por empresa, independientes de los gobiernos y de los instrumentos de éste (Iglesia, partidos y otros órganos de mediación).
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