Alfredo Jalife-Rahme
Alas turbulencias bélicas de baja intensidad que se escenifican en varios países con abundantes reservas de hidrocarburos se les ha bautizado como segunda guerra del petróleo, que va desde Perú hasta Nigeria.
Bajo la ocupación anglosajona de una guerra formal, Irak, después de casi 2 millones de muertos y más de 4 millones de refugiados, ha sido obligado a adjudicar su petróleo a las trasnacionales de los países invasores.
Sin necesidad de ser ocupado por una guerra, el México neoliberal, en la peor etapa de su historia moderna de decadencia panista, después de la entreguista reforma energética calderonista-beltronista, está maduro para prodigar a las trasnacionales de Estados Unidos y Gran Bretaña su inmensa riqueza petrolera del Golfo de México (ver La desnacionalización de Pemex, editorial Orfila, 09).
Todo se vale para capturar los hidrocarburos ajenos: hasta el indigenocidio perpetrado en Perú por el gobierno del folclórico presidente Alan García y su primer ministro, Yehude Simon Munaro (con fuertes vínculos con Israel, es decir, con los infanticidas de Gaza), quien fue obligado a renunciar.
Las cifras del indigenocidio en la zona amazónica de Perú, curiosamente escamoteadas por la selectiva prensa anglosajona, tan tumultuosa en referencia a los disturbios electorales de Irán, van desde más (sic) de 60, según Marco Aquino, analista de Reuters (9/6/09), hasta más de 200, de acuerdo con las propias víctimas.
Aquino refiere que en la extensa región amazónica de Perú se ubican reservas de petróleo y minerales potencialmente lucrativas, pero sus moradores indios están furiosos por haber sido dejados fuera de los planes para obtener ganancias de la selva.
Un estudio de científicos de la Universidad de Duke, citado por Aquino, expone que el área total concedida a las trasnacionales cubre más de 70 por ciento del Amazonas de Perú. Por lo menos (sic) 58 de las 64 áreas se encuentran en tierras tituladas a los pueblos indígenas, que el impopular cuan locuaz presidente García, títere estadunidense, ha estigmatizado de terroristas y obstáculo para el desarrollo económico.
John Vidal, editor ambientalista del periódico británico The Guardian (13/6/09), devela lo que se encuentra detrás del ‘indigenocidio” en Perú: en todo el globo, conforme las trasnacionales de petróleo y minas compiten por los recursos declinantes, las poblaciones indígenas luchan por defender sus tierras y seguido salen perdiendo.
Perú, pletórico en reservas de hidrocarburos y minería (es el primer productor de plata del mundo), cuenta con 45 por ciento de indígenas, 37 por ciento de mestizos (indígenas mezclados), 15 por ciento de blancos y 2 por ciento de otros orígenes (negros, japoneses y chinos); ahora sufre la peor violencia de los recientes 20 años, lo que ha orillado al gobierno indigenocida de la dupla Alan García y Yehude Simon a derogar las leyes (impuestas por decreto presidencial y bajo fuerte presión de Washington) que permiten la privatización y lotificación de las tierras de los indígenas awajun y wambis, con el fin de expoliar sus hidrocarburos y sus bosques, en aplicación puntual del reciente tratado bilateral de libre comercio firmado con Estados Unidos.
Comenta Vidal que Perú constituye uno de varios países ahora en conflicto abierto (sic) con sus indígenas sobre los recursos naturales, y se asombra cándidamente del silencio de los multimedia anglosajones.
Alan García, presidente de Perú, luego de una conferencia el pasado 13 de junio en el palacio de gobierno de LimaFoto Reuters
¿No es, acaso, el silencio similar que operó en las carnicerías de Acteal y Aguas Blancas de la dupla Zedillo y Joseph-Marie Córdoba (otro íntimo aliado de los gobiernos infanticidas de Israel), también tratantes de comercio libre y sepultureros de la banca mexicana?
Vidal se aflige del silencio global de los multimedia sobre la expoliación del patrimonio de los indígenas: prácticamente sin ser reportadas por la prensa internacional (sic), han existido grandes protestas en torno de la explotación de minas, petróleo y bosques en África, Latinoamérica, Asia y Norteamérica. Las presas hidráulicas y plantíos de biocombustibles, así como las minas de carbón, cobre, oro y bauxita, se encuentran en el centro de las mayores disputas de derechos catastrales.
¿Ignora Vidal que los espirituales derechos humanos, ya no se diga los más materiales derechos castastrales, solamente son invocados cuando afectan los intereses unilaterales de la banca israelí-anglosajona y las trasnacionales que financia?
Los asesinos de indios en la gloriosa conquista del Oeste del siglo XIX en Estados Unidos no eran tan depredadores ambientales como sus sucesores neoliberales: las trasnacionales petroleras y mineras del siglo XXI.
Vidal aduce que lo que hasta ahora habían constituido incidentes aislados (sic) de los pueblos indígenas en conflicto con estados y trasnacionales se ha vuelto más común conforme las trasnacionales, apoyadas por los gobiernos, penetran en las tierras ignoradas, como salvajes o improductivas.
John Vidal cita a Larry Birns, director del Consejo de Asuntos Hemisféricos en Washington: Todo está en venta, incluyendo los derechos de los indios. Seguido los gobiernos no reconocen los títulos catastrales de los indios y los grandes (sic) terratenientes simplemente se quedan con las tierras. ¿Dónde radica la novedad?
Bajo la cobertura nuclear de Estados Unidos y Gran Bretaña y el gran engaño del libre comercio, lo único que innova el neoliberalismo es la legalización de la expoliación de los derechos de las poblaciones valetudinarias.
Vidal enumera las atrocidades contra el medio ambiente y los indígenas, ejecutadas por las trasnacionales petroleras anglosajonas en Nigeria, Ecuador y Papúa occidental (Indonesia), y puntualiza que en Nigeria una fuerza militar incursionó contra las comunidades opuestas a la presencia de las trasnacionales petroleras en el delta del Níger, que provee 90 por ciento de las ganancias del gobierno y donde Shell ha depredado el medio ambiente de los pueblos aborígenes Ijaw. Es la historia de siempre y por doquier con las trasnacionales petroleras anglosajonas.
No faltan sofismas interesados que culpan a la existencia misma de los indígenas, quienes se oponen a la modernidad, como es el caso de Víctor Menotti, director del Foro Sobre la Globalización, con sede en California, citado por Vidal: es una guerra (sic) paradigmática, que va del Ártico a la selva tropical. Donde se encuentren pueblos indígenas habrán conflictos de recursos. Es una batalla (sic) entre las visiones industrial e indígena del mundo. ¡Vaya fatalismo unilateralista! ¿No le pueden entregar sus derechos catastrales a los indios sin ofender la naturaleza ni el progreso?
El problema, gravísimo de por sí, es mucho más aterrador, ya que en el manual neoliberal de la plutocracia oligárquica y oligopólica anglosajona no tienen cabida el medio ambiente ni la clase media ni los pobres, ya no se diga los indígenas.
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