En materia de políticas públicas hay dos costos que deben evitarse: el no hacer nada (la inacción) o el hacer mucho, pero mal o “a la mala”. El costo más alto de la inacción es la parálisis. En cambio, el costo de hacer mucho, pero mal o “a la mala”, es similar a un bumerán: termina revirtiéndose y golpeando a sus promotores. Es un “costo de aprendizaje” alto e indeseable.
Tenemos tres ejemplos de decisiones públicas que, para evitar el daño de la inacción y la inercia, han terminado o pueden terminar reportando más daños colaterales que beneficios directos. Las medidas contra la influenza, la guerra contra las drogas y, en proceso, las iniciativas contra el lavado de dinero.
A más de un año de su aplicación, las medidas contra la influenza lograron aislar y contener el virus, pero también aislaron al país y afectaron su economía en casi 1punto porcentual del PIB (110 mil millones de dólares). Hay consenso de que el gobierno hizo bien en actuar y evitar una pandemia, pero también que se excedió en su reacción y causó un daño a la economía. Todavía hoy existen sectores turísticos que no se recuperan de los efectos secundarios de la terapia aislacionista y, aunque la emergencia ya pasó, el declive económico no se ha revertido. Por ejemplo, la “puntilla” a Mexicana de Aviación se dio durante la emergencia de la influenza, no tanto por el llamado “costo laboral”.
La “guerra al narco” es otro ejemplo de un costo de aprendizaje alto. Además del sacrificio en vidas humanas que cada vez pesa más en la evaluación social y política, tenemos el creciente peso presupuestal y fiscal. México es el único país en que su gasto militar crece año con año (12 por ciento en promedio los últimos cuatro años contra 4 por ciento en el mundo). Y los recursos no alcanzan. Nunca como hoy los gobiernos de los tres órdenes habían dispuesto de cuantiosos recursos económicos y humanos en materia de seguridad, y nunca como hoy la delincuencia y la violencia han estado al alza. La relación costo-beneficio de esta guerra está invertida y no hay visos de corrección.
A diferencia de la curva de aprendizaje en el caso de la influenza, cuando se logró actuar con mayor precisión frente a la amenaza de un segundo brote a principios de año, en el caso de la “guerra al narco” la curva sigue ensanchándose. En su reciente reunión con las dirigencias partidistas y parlamentarias, el Ejecutivo federal planteó un falso dilema: más presupuesto o más impuestos para financiar esta cruzada. Para el Ejecutivo el problema no es la ausencia de una estrategia integral, sino la falta de recursos.
No se ha querido aprender de otras experiencias. En Brasil, por ejemplo, en los últimos ocho años Lula da Silva ha invertido 85 mil millones de dólares para transformar las favelas o ciudades del crimen brasileñas en zonas de paz y seguridad, mediante construcción de escuelas, becas para estudiantes, rehabilitación del mobiliario urbano, internet público gratuito, alimentación, cultura y autoempleo a más de medio millón de jóvenes maginados, bajando el índice de criminalidad hasta un 60 por ciento en ciudades enteras. Aquí, cuatro años de guerra han significado 120 mil millones de pesos y el gobierno solicita más combustible para seguir transitando por el mismo camino equivocado: más armas, más policías, más cárceles, más patrullas.
Otra llamada de atención son las iniciativas contra el lavado de dinero. Un verdadero bumerán en la puerta. Repentinamente se intenta pasar de cuatro años de inacción a un exceso de regulación que pude sacar no sólo el dinero sucio, sino el dinero legal de una economía que en 60 por ciento de sus operaciones se hace en efectivo y 40 por ciento de su comercio se encuentra en la informalidad, dándole un tiro en el pie a la única extremidad buena de una economía tambaleante y anémica. La restricción de operaciones en dólares está obligando a personas y comercios fronterizos a abrir cuentas en Estados Unidos, o de plano, a cerrar establecimientos o a mudarse de ciudad.
Está demostrado que el lavado importante de dinero en México no es el llamado lavado hormiga, sino el de grandes inversiones en sectores turísticos, farmacéuticos (¿a qué se dedicaba oficialmente Zhenli Ye Gon?), inmobiliario y financiero, especialmente el mercado de inversiones offshore. Los grandes lavadores son también grandes evasores fiscales (remember Al Capone), por lo que un verdadero combate al lavado de dinero debe traducirse también en un combate a la evasión. Hay que sacar el dinero sucio de la economía, expropiándolo; no hay que secar el dinero legal de los ciudadanos, restringiendo el comercio y la inversión.
Las curvas muy cerradas y prolongadas de aprendizaje de los gobiernos pueden llegar a descarrilar y desbarrancar a los gobernados.
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