sábado, 11 de septiembre de 2010

La paternidad, pese a todo


A la madre corresponde, en forma preponderante, la tarea de enseñar a vivir. Al padre le toca —debe tocarle— un trabajo ni más ni menos arduo, que es el de anclar al crío a la vida. Para empezar, en el momento cero, hay que empujarlo para que se decida a poner un pie en el planeta, y después, persuadirlo para que no lo abandone antes de tiempo. Hay que convencerlo de que, entre la nada y la existencia, opte por la segunda, y luego, recordarle constantemente que la vida, a pesar de todo, vale la pena. Sí; el mundo es a veces un lugar aburrido, peligroso y hostil, pero a cambio de eso hay el olor ácido de las fresas silvestres, la sábana tibia contra el frío de la mañana, el tambor que evoca el corazón de tu madre, las aventuras de comer, de respirar, de hacer caca, de caminar, de vencer los obstáculos:

“No le tengas miedo al miedo ni a la vida. Doblega la tristeza de abandonar la nada. ¡Nace, nace, nace! Niñita, abróchate el cinturón, que vamos a dar una vuelta.

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