Dice la sabiduría china (bueno, en realidad no sé exactamente la nacionalidad de la siguiente expresión) que la primera vez te engañan por culpa de la habilidad del mentiroso, pero que si te vuelven a engañar el culpable eres tú mismo por idiota. Ocurre así tanto en la política como en el comercio y, sobre todo, en las relaciones personales.
El problema es que sin mentiras no se puede vivir. El engaño es parte de la naturaleza humana. No hablo del error o de la equivocación. Si se pensaba que el sol giraba alrededor de la tierra, no era una mentira, sino una verdad expresada de buena fe y basada en ciertos datos que, con el avance de la ciencia, resultaron falsos. Mentir no es eso. Mentir es otra cosa. Se miente, por ejemplo, cuando se le dice al jefe "voy camino a la oficina atorado en el tráfico" cuando, en realidad, uno sigue en la cama sin ganas de levantarse.
El día que lo conocí, Luis Donaldo Colosio me regaló el libro "El arte de la guerra" de Sun Tzu. Yo no había leído esa obra, como no he leído muchas otras, así que el sonorense, entonces presidente nacional del PRI, me pidió que lo hiciera y que le comentara cualquier cosa que entendiera de la misma. La leí y le hablé por teléfono. Le dije: "Lo único que me quedó claro es que el arte de la guerra es el arte del engaño, y la política también". Me preguntó Donaldo esa vez al saludarme: "¿Dónde estás ahora?", y respondí con una mentira: "En la oficina". Estaba yo en mi casa. ¿Por qué mentí? No lo sé.
Solo el político que miente, avanza. Pasa lo mismo con el empresario.
Los hombres y las mujeres de negocios detestan a los gobernantes. Por igual, califican de "pendejos" y "corruptos" a presidentes, alcaldes, diputados, senadores y gobernadores. Pero, cuando los visitan en sus despachos, lo primero que hacen es elogiarlos.
Y al revés, los gobernantes piensan de los empresarios que todos son unos rateros que se acercan al gobierno solo para hacer negocios chuecos. Pero cuando los tienen enfrente, los alaban. De creadores de empleos no los bajan.
En las relaciones personales sin engaños las cosas no se dan ni para bien ni para mal. Es así que el bolero perfecto es "La mentira" de Álvaro Carrillo.
Un amigo me contó recientemente un episodio de su vida privada. Una mujer le había mentido. La dama era la segunda vez que lo engañaba. En la primera ocasión cayó en el juego de falsedades, pero aprendió la lección y se dio cuenta de que, de nuevo, lo estaban enredando. Como el embuste en lo que se le decía, cortó por lo sano y decidió actuar en consecuencia. Así, no le compró un regalo que tenía penado darle a esa señora. Estaba feliz. Se había ahorrado mil 200 pesos.
Pero no todas las mentiras generan ahorros. Algunas, tristemente, incrementan los gastos. Como el engaño de que todo el pueblo de México quedó contento con los festejos de la Independencia. Felipe Calderón y sus colaboradores dicen eso y quizá hasta lo creen y ya andan diciendo que, para las celebraciones de la Revolución, harán lo mismo. Carajo, otros cientos de millones de dólares que se tirarán a la basura. Y todo porque no sabemos decir ni decirnos la verdad.
Y mientras, que los damnificados de Veracruz, Tabasco, Nuevo León y el resto del país, se jodan.
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