Un habitante del Valle de Chalco damnificado por el desbordamiento del río La Compañía, el sábado pasado, realiza labores de recuperación de mobiliario en su viviendaFoto Cristina Rodríguez
S
e extiende por el país una sensación sobrecogedora de fragilidad. Salvo algunas ciudades venturosas, donde la violencia y la impunidad aún parecen poco frecuentes, en el resto de la República se va consolidando la convicción de que el sistema se ha desfondado, que no hay leyes ni autoridades con capacidad ni disposición para enfrentar la criminalidad desatada y que las cosas no pueden seguir así por demasiado tiempo más.
La contabilidad macabra de San Fernando parece constituir un recuento acusatorio, una enumeración condenatoria, una confesión de dantesca claudicación institucional, sobre todo ante la posibilidad de que aparezcan otras narcofosas y la suma de muertes sin sentido aumente y aumente. Y frente al horror de San Fernando sólo atinan a erguirse las siluetas de la burocracia tragicómica que apenas alcanza a emitir declaraciones torpes y a simular indagaciones judiciales a fondo, cuando lo que se tiene a la vista es el fracaso de las instituciones.
El responsable histórico del baño nacional de sangre, el comandante en jefe rigurosamente blindado, ha ido perdiendo serenidad ante las evidencias, y se muestra descompuesto en la misma proporción en que la barbarie mexicana es conocida y denunciada en foros internacionales y en la misma medida en que segmentos sociales comienzan a perder el miedo y se muestran dispuestos a levantar la voz y reiterar marchas y manifestaciones como la convocada para el próximo 8 de mayo.
Pero no debe creerse que la debilidad, el encajonamiento y la histeria de Los Pinos han de traducirse necesariamente en correcciones, es decir, en la supresión de las campañas militares y la búsqueda de fórmulas de pacificación. Por el contrario, el desquiciamiento palaciego suele llevar a recursos desesperados en busca de retener poderes idos y de castigar a los presuntos culpables de la derrota que las alucinaciones cortesanas no adjudican a causas propias, sino ajenas. Ahora es más peligroso, aunque sí lo parezca.
Tamaulipas ha llegado a la sublimación del abandono. Virtualmente no tiene gobernador, pues el ocupante fortuito de la silla de mando de esa entidad vive políticamente a salto de mata, haciendo como que algo hace, atrincherado en el dominio mercantil de buena parte de los espacios locales de comunicación social, perseguido siempre por el recuerdo de la suerte de su hermano asesinado por el narco y al que ni siquiera ha podido hacer un remedo de justicia. Tamaulipas está en la peor de las situaciones, con las carreteras tomadas a partir de ciertas horas por los delincuentes, con balaceras, persecuciones y enfrentamientos en distintas ciudades y con un galopante miedo que se esparce por todos lados.
No es un asunto de narcotráfico, pero sí de justicia y gobernabilidad. El gobierno de Gabino Cué ha hecho saber que diversas auditorías al último año de gestión de su antecesor, Ulises Ruiz, han reportado irregularidades administrativas por más de mil millones de pesos. Conforme a las prácticas usuales en ese tipo de revisiones, las tales irregularidades bien podrían ser subsanadas y quedar como simples equívocos reparables. O constituirse en moneda de cambio político, conforme a una extendida tradición de apuntalamiento de gobernantes recién llegados, frente a marrulleros mandatarios salientes, que se niegan a dejar plenamente el poder o que tratan de obstruir al entrante. Cué tiene una gran deuda de justicia con la mayoría social que le llevó al poder, una deuda que no se debe quedar en acomodos políticos en las élites, sino en el procesamiento y castigo de quienes saquearon y agredieron a ese pueblo oaxaqueño.
Astillas
Aun cuando la temporada es propicia para ese tipo de declaraciones, no es sólo por motivo de Semana Santa que Andrés Manuel López Obrador ha vuelto a colocarse en posición de predicador: los párrafos del amor y la promoción de los valores espirituales forman parte de las convicciones profundas de un político que en esos terrenos es marcadamente conservador (recuérdense los exhortos a candidatos a presidentes municipales del estado de México, años atrás, cuando era presidente del PRD, para que no tuvieran segundos frentes, entre otras inmoralidades condenables). Por cálculo electoral, pero también por conservadurismo moral, el tabasqueño cerró el paso en su momento a reformas propias de la izquierda, como la legalización del aborto en tramos iniciales del embarazo y los matrimonios entre personas del mismo sexo, temas que en todo caso retomó e impulsó Marcelo Ebrard aun al costo político de ser suciamente confrontado por la élite clerical más cavernaria... Y, ya que de AMLO se habla, este díscolo tecleador ha de dejar constancia de que le parecen equivocados el tono y el enfoque usados epistolarmente por el virtual candidato presidencial de izquierda para enfrentar lo escrito por Carlos Loret de Mola en una columna de El Universal en días pasados. No enaltece al perredista con licencia la manera en que trata de desacreditar al periodista y conductor de televisión, al endilgarle a Carlos Salinas de Gortari, Emilio Azcárraga Jean y otros personajes innombrados la presunta autoría de las letras bajo la firma del mencionado Loret de Mola. Tampoco abonan tales respuestas airadas los necesarios títulos de tolerancia, templanza y equilibrio que debe cultivar y demostrar quien aspira a ejercer el máximo poder del país. Respuestas, precisiones y, en su caso, debate productivo y sensato es lo que debería provocar una pieza periodística así, por equivocada o sesgada que fuera... Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto abusaron de la palabra cuando aseguraron a habitantes del estado de México que no habría más inundaciones relacionadas con La Compañía. Más que demagogia, mendacidad... Y, mientras en Guerrero crece el enojo por la maniobra federal para quitarles el tianguis turístico, ¡hasta mañana, con Cuba asomándose de cuerpo entero a la irrebatible realidad económica!
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