En mi artículo anterior comenté la necesidad de contar con un mecanismo de certificación de las competencias y valores éticos necesarios para obtener la candidatura de algún partido político para los puestos de elección popular, comenzando desde luego por el de la Presidencia de la República, con el propósito de minimizar los riesgos de seguir teniendo gobernantes tan lamentables como el actual presidente y su antecesor, sólo para no ir más lejos.
Si bien decidí escribir ese artículo, ante la revelación de la ignorancia absoluta de uno de los aspirantes a la Presidencia, el licenciado Enrique Peña Nieto, en realidad esta idea había estado rondándome recurrentemente desde tiempo atrás, al pensar que en todas las campañas electorales de los últimos 20 o 30 años nunca hemos tenido el personaje idóneo para dirigir al país, sino un individuo con una imagen totalmente artificial, creada por la televisión y la propaganda oficial, que poco o nada tenía que ver con el personaje por el cual la ciudadanía estaba votando, produciéndose un daño incalculable para la nación, a cambio de que una pequeña elite sin escrúpulos y un sector pequeño de la población, que le ha tocado en suerte beneficiarse de manera desmedida por estar cerca del poder.
Me preguntaba entonces, ¿por qué existen certificaciones para los medicamentos y para los alimentos que nos indican con claridad las fórmulas e incluso los riesgos de esos fármacos y la composición de los alimentos, y no exista nada similar para los riesgos políticos? En particular, para el caso de los alimentos, los ingredientes usados nos indican con bastante claridad lo que estamos a punto de ingerir, siendo ya nuestra responsabilidad si lo hacemos o no. En el caso de las elecciones, nunca sabemos de qué se trata, por lo que el proceso se reduce a un gran engaño colectivo, sin ningún elemento que nos permita conocer los riesgos en los que estamos incurriendo; lo que hemos visto y para lo cual tenemos hoy pruebas contundentes es que quien gana resulta ser siempre un disfraz, que nada tiene que ver cuando estos individuos asumen sus cargos; ciertamente en todos los casos hay siempre voces que llaman la atención de la sociedad al respecto, pero que son generalmente ignoradas, al ser consideradas opiniones interesadas y, por tanto, carentes de autoridad.
Un caso típico de este tipo de engaño fue el de Vicente Fox y su gobierno del cambio, como productos ideados por la mercadotecnia de la Coca-Cola, ofreciendo gato por liebre, pues tanto ellos como sus patrocinadores conocían de las serias limitaciones mentales del hombre al que estaban promoviendo y siguieron adelante con la más absoluta irresponsabilidad. En el caso de Felipe Calderón, es claro que el engaño fue aun mayor porque a la falta de las capacidades básicas de razonamiento y sensibilidad política, que requiere cualquier función de gobierno, se ignoró también su proclividad a la violencia, conocida y explotada desde el exterior para llevar al país al estado de descomposición social e inseguridad en la que ahora vivimos.
En estas condiciones, la reciente y previsible candidatura del licenciado Peña Nieto constituye un alto riesgo para la nación a partir de las desafortunadas intervenciones de las últimas semanas, que por lo demás explican algunas de las acciones de su gobierno en total consonancia con las del gobierno federal. El riesgo se concreta en virtud de los enormes recursos con que cuenta el grupo que lo propone para desarrollar una campaña publicitaria totalmente ajena a la realidad –orientada a vender un producto chatarra–, que está destinada a mostrarnos una nueva liebre para llevar a Los Pinos a otro gato, usando esta expresión sin intención de menospreciar al licenciado Peña Nieto en su condición humana.
Aunque es de esperarse un incremento en el número de votantes críticos, que habiendo aprendido las lecciones del voto útil y del voto del miedo, ante las consecuencias evidentes de éstos, razonen hoy de otra manera y ello pueda incluir a amplios sectores de trabajadores, empresarios, intelectuales, profesores y estudiantes, sobre todo ante las indicaciones de una posible integración de los grupos de izquierda como sucedió en 1988. Hoy no resulta despreciable la cantidad de sufragios que tanto el PRI como el PAN puedan obtener mediante la compra de votos de entre los grupos marginados, dados los recursos financieros con los que esos partidos parecen estar dispuestos a sustraer de las actividades educativas y sociales bajo su control y responsabilidad; la única posibilidad es compensarlos con votos razonados y una campaña para educar a la televisión, en lugar de ser alienado por ella. ¿Será esto posible?
Es por ello que no puedo dejar de pensar que un proceso de certificación de las capacidades, valores éticos e historia de vida de los candidatos constituiría un elemento fundamental para eliminar nuevos riesgos presentes y futuros, sobre todo para una nación en peligro como la nuestra, siéndome claro que la propuesta requeriría antes de una intensa labor de gestión y convencimiento de amplios y decididos sectores de la sociedad.
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