Es obvio que la nota es el triunfo de Josefina Vázquez Mota en la interna del PAN. Pero la otra nota, a mi entender, es el simple hecho de que ya están los tres: el indiscutible, desde hace tres años, Enrique Peña Nieto por el PRI; el parejero, Andrés Manuel López Obrador, por la izquierda, y la recién llegada Josefina, proveniente de un proceso panista que empezó aburridísimo y terminó en un entretenido cochinero blanquiazul.
Por partes. No se trata de denostar sino de describir. Y eso y no otra cosa fue el capítulo interno en el partido en el poder. Que no se haya logrado torcer la voluntad de militantes y adherentes o que no haya terminado en rompimiento y acusaciones mutuas no lo hacen un proceso democrático. Ahí están las evidencias de una gigantesca operación de Estado a favor del delfín Cordero: los dineros públicos a raudales, los acarreos, la coacción y las amenazas a empleados oficiales. Y de ambos lados la operación de sus mafiecillas locales para embarazar o robar urnas y la mapachería hipócrita. Por eso el conteo final no fue el cuatro a uno que anticipaban las encuestas sino un apretado —aunque contundente— 53-38. Total, que en una de esas paradojas de la vida el PAN demostró que es igual a lo peor de los otros y que doña Jose les ganó a Calderón y Cordero “haiga sido como haiga sido”.
Por eso, después de la euforia dominical, la cosa no está tan sencilla para la candidata: por más que afirme que su enemigo es Peña Nieto, ignore a López Obrador e insista en brincarse etapas, una estrategia que le funcionó en la interna, pero que puede salirle muy cara, a pesar de la prematura soberbia que ya presume su equipo. Además de la bienvenida a la realidad que ya le han dado sus adversarios: los priístas cuestionando su desempeño como secretaria de Desarrollo Social con la generación de millones de pobres y como secretaria de Educación Pública con mínimos niveles de eficiencia, al tiempo que los perredistas le recuerdan su contribución al fraude de 2006 con los padrones asistencialistas y le advierten que le cargaran todos los fracasos y los muertos del foxismo y el calderonismo.
Por si fuera poco, a doña Jose le urge la fabricación de un discurso elemental que la comprometa con alguna idea, con cualquier propósito, con algo, lo que fuera. Que la identifique más allá de su única frase recordable: “Dios mío, hazme viuda”. Por eso es hasta lastimoso el argumento de su dirigente nacional, Gustavo Madero, para llevarla a Los Pinos: no nos alcanzaron 12 años para arreglar al país, necesitamos otros seis.
En la vía paralela, Enrique Peña Nieto y su equipo insisten en ser inalcanzables. No sólo en las encuestas sino para el resto de los mortales. Una suerte de deidad política. Un Olimpo cuasi divino al que no llegan las debilidades humanas. Nada hasta ahora les ha alcanzado: ni la desmemoria de los libros, ni los olvidos familiares, ni dislate alguno; nada detendrá su marca invencible. Para ellos, febrero es julio.
Mientras, en la acera contraria, justo frente a la Alameda, se produce al fin el reencuentro entre los dos líderes más significativos de la izquierda en los últimos tiempos. Seis años se tardaron Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas en reeditar esta especie de Abrazo de Acatempan posmoderno. Todavía hoy se habla de ayer. Y de lo que hubiera significado hace seis años, cuando la fractura entre los personajes pudo representar algo más que los 257 mil 532 votos de diferencia en el resultado oficial de 2006 de Calderón sobre López Obrador.
Vamos a ver si el tiempo ha sanado la profundidad de esa herida. Por lo pronto, ahí está la imagen insólita de Cuauhtémoc levantando la mano de Andrés Manuel y los dos muy sonrientes en la foto. Para muchos, una esperanza. Para otros, la maldición endémica de la izquierda sobre las poses instantáneas que luego nunca se traducen en los hechos. Para ellos dos, una responsabilidad histórica que estarán obligados a cumplir. A ver si es cierto.
Por lo pronto, y de última hora, crece un rumor minuto a minuto: que el Panal de La Maestra podría postular a un peso completo para la Presidencia de la República: Jorge Castañeda. Sin duda alguna una apuesta arriesgada pero muy llamativa.
Controvertido y controversial. Todavía hay huellas suyas como coinventor del voto útil que le dio la cancillería en tiempos de Fox, cantador del tango Te odio y te quiero con La Habana. Escritor y biógrafo brillante. Editorialista apasionado. Polemista formidable. Se puede o no estar de acuerdo con él, pero si se anima sería, aun no ganando, un enorme atractivo, un actor absolutamente inesperado y un catalizador espectacular en la contienda presidencial.
En suma, que lo piensen dos veces aquellos que crean que la suerte está echada.
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