lunes, 29 de abril de 2013


Denise Dresser: La progresista perdida

 
 
 
 
 
 
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RosarioRobles

La progresista perdida

Denise Dresser
29 Abr. 13

Se busca progresista perdida. Pelo café, ojos castaños, lentes grandes, sonrisa abierta, entusiasmo contagioso, don de mando, compromiso con el país. Se busca política de principios. Sin maquillaje, sin pretensiones, sin aviones privados, sin afiliaciones priistas, sin helicópteros, sin alianzas con Enrique Peña Nieto, sin zapatos de tacón, sin bolsas de marca. Se busca a la Rosario Robles que México conoció y admiró cuando ingresó por primera vez a la política. Fue vista por última vez en los noventa al frente del Gobierno del Distrito Federal. Si tiene información sobre su paradero, comuníquese de inmediato con los ciudadanos que la recuerdan como alguna vez fue.
En su lugar, desde hace más de una década, está una mujer desconocida. Una secretaria de Desarrollo Social a la que parece importarle más seguir en la vida política que vincularse con un partido que la ensucia. Una líder a la que parece preocuparle más defender al PRI que recordar los años que pasó denunciando sus peores prácticas. Una mujer sin principios claros ni compromisos firmes. Transformada. Una mujer cuyo destino quedó trastocado por haberse enamorado del hombre equivocado.
Como escribí poco después del “Ahumadagate”, a nadie le importaría la historia sentimental de Rosario Robles si su pareja hubiera sido un biólogo molecular o un vendedor de coches. A nadie le hubiera preocupado que Rosario Robles le rentara la casa a su novio si él no hubiera tenido contratos multimillonarios con la ciudad que el PRD gobierna. A nadie le hubiera interesado la relación que mantenía con Carlos Ahumada si él no hubiese declarado su intención de sabotear a Andrés Manuel López Obrador. Rosario Robles no pagó el precio de la pasión desatada; pagó el precio de la corrupción facilitada. No pagó el precio de una relación sentimental; pagó el precio de la ignorancia criminal. No pagó el precio del corazón ardiente; pagó el precio de los ojos cerrados. No pagó el precio del enriquecimiento personal; pagó el precio por aprovechar el de su pareja. Quizás tenía las manos limpias pero el juicio desactivado.
Y ese desfase entre la inteligencia y el buen juicio merece ser revisado ahora a la luz del escándalo desatado en Veracruz. Como en otros momentos de su vida profesional, Rosario Robles no alcanza a comprender la dimensión del problema. Lo más desconcertante de los últimos días no ha sido su evasión ante lo ocurrido sino su autismo. Lo más sorprendente de los últimos días no ha sido su actitud defensiva frente al clientelismo electoral del PRI, sino su incapacidad para entender cuán ofensivo es. Se defiende pero no entiende. Como no comprende el contenido de las preguntas sobre lo que implica trabajar en una organización que compra el voto, no ofrece una buena respuesta. Porque hay algo fundamental que la ahora experredista no logra vislumbrar.
En este asunto pierde el país. En este asunto pierde la población. En este asunto pierde el interés público; un concepto que Rosario Robles desconoce o rehúye. ¿Dónde estaba el interés público cuando Rosario Robles permitió que la Cruzada Contra el Hambre determinara los municipios con criterios políticos-electorales en lugar de índices de pobreza? ¿Dónde estaba el interés público cuando dio instrucciones para encender la maquinaria electoral veracruzana, y si no fue ella entonces quién lo hizo? ¿Dónde estaba el interés público cuando aceptó la distribución de dinero turbio en aras de promover una elección que después defendería como limpia? ¿Dónde quedó el interés público cuando ignoró el clamor creciente en torno al video revelado y el modus operandi tan atávico que contenía? ¿Dónde quedó el interés público cuando Rosario Robles decidió cambiar de piel?
Rosario Robles responderá que todo es una calumnia, que todo es un cohecho, que todo es una embestida de sus enemigos. Pero tiene razón cuando declara “no me han hundido ni me hundirán”. Se ha hundido sola. Rosario Robles lleva años arrastrando acusaciones; lleva años pagando deudas; lleva años explicando irregularidades; lleva años intentando evadirlas. Para Rosario Robles, el fin siempre justifica los medios y sus declaraciones -una y otra vez- lamentablemente lo demuestran. Se vale ser clientelar si los demás también son clientelares. Se vale caminar por el lodo si de ganar elecciones se trata.
Rosario Robles está allí desde hace tiempo cuando se transforma en otra cosa, cuando se vuelve otra persona. Cae en él cuando deja de ser ella misma, cuando le importa más su imagen que los pobres en cuyo nombre dice hablar. Se hunde cuando abandona el lugar que tenía en el corazón de muchos mexicanos para resguardarse primero en el corazón de Carlos Ahumada, y segundo en el equipo de Enrique Peña Nieto. O peor aún: quizás la Rosario Robles de hoy es la misma de ayer y el escándalo lo ha hecho evidente. Quizás muchos mexicanos -incluyendo a la autora- se empeñen en encontrar a la mujer que conocieron y admiraron, pero no tenga sentido hacerlo. Quizás nunca existió y nos veremos obligados a “aguantar” a quien la reemplazó.

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