El manantial
José Agustín Ortiz Pinchetti
Cuando me preguntan mis amigos, con un poco de ironía, qué gano recorriendo semana tras semana villas, pueblos, ciudades y aldeas de Puebla en el humilde” trabajo de constituir comités del gobierno legítimo, les contesto sin vacilar: busco sentirme feliz. Esto los desconcierta y entonces les cuento una anécdota que hoy comparto con mis lectores.
Una noche de diciembre del año pasado, en el pueblo de Tepatlaxco, a unos 30 kilómetros de la capital poblana, con miembros de 10 comités municipales, se acercaba el fin de año y calaba el frío. La junta se realizó en una casa en proceso de construcción. Juntamos las mesas metálicas, cubiertas con manteles de manta, bordados a mano. Había 20 o 30 personas que venían de varios pueblos de la región. Nos ofrecieron un refrigerio: tamales, pan dulce, café, refrescos, atole y, sobre todo, cordialidad.
Para ser miembro de un comité, la gente tiene que renunciar a puestos remunerados o candidaturas. Sólo les ofrecemos trabajo duro, dignidad y capacitación para transformar México. En aquel anochecer brindamos por el avance de nuestro movimiento en Puebla. Para entonces teníamos 100 comités (llegaríamos a mediados de marzo a 175). También nos deseamos mutuamente suerte para 2009. Platicamos sobre los asuntos políticos del día y la formación de nuevos comités. Ya para entonces no nos asombraba lo bien informados que estaban. Entienden e interpretan los problemas sociopolíticos y económicos con más penetración y claridad que la mayoría de los opinadores y analistas.
Cuando constato la fe rotunda que los mueve recuerdo los coros en las plazas: “este es el pueblo de López Obrador”. Ahí están las miradas brillantes de esperanza. Nada más estimulante que fraternizar en el mismo ideal político.
Esa noche, cuando terminó la reunión y salí a un enorme patio donde crecía la hierba, miré la bóveda celeste y sentí intensa alegría. Nuestros compañeros y nosotros somos descendientes de generaciones sometidas al autoritarismo con dádivas o amenazas. Hoy se levantan las conciencias. Hoy estamos de pie y empezamos a marchar. En ese momento recordé una tarde que, caminando con mis hijos en un pinal tupido de la alta montaña, buscábamos un manantial. Oíamos su fragor, pero no lo veíamos. De pronto lo descubrimos en un pliegue del monte. Brotaba el agua purísima, fuerte. Luego, incontenible, resbalaba en torrentes cerro abajo. En los pueblos de México está brotando la esperanza del cambio pacífico y su fuente es la organización popular. Y esto nos hace felices a quienes participamos en esta tarea.
jaorpin@yahoo.com.mx
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