Una jornada poco particular
Rolando Cordera Campos
La semana se cerró con dos cátedras magistrales para México y el mundo. Agustín Carstens, sucesor de Francisco Primero de Hacienda, hizo honor a las lecciones de su tutor, reconoció que nos quedamos cortos” en el cálculo de la crisis pero postuló que vamos por más reformas de mercado, estructurales al estilo americano, como única e inmortal receta contra esta y las crisis por venir. En Washington no perdió el tiempo y pidió a las calificadoras comprensión y clemencia… al maestro con cariño.
Gil Díaz, convertido en gran visir de la competencia en los bueyes de su compadre (a favor de Telefónica y en contra del malo Telmex), lord protector del liberismo, como propuso Norberto Bobbio llamar al liberalismo económico extremo, había proclamado unas semanas antes, en ocasión de su doctorado honoris causa del ITAM, que no era el mercado sino su ausencia o poca presencia lo que explicaba la situación desastrosa en que nos encontramos, y a partir de ahí volvió a llamar a filas a la nueva cruzada neoliberal, esta vez no para hacer otra revolución como la de los años 90 sino para conservar puestos, poder y palancas en el Estado y fuera de él armados de una fe renovada en el credo de la libertad económica, ahora reforzado por el fideísmo político de los que llaman a anular el voto para defender la libertad de expresión e impedir que alguna vez se anule lo que en verdad debe anularse: el veto de los poderes de hecho a cualquier intento por desplegar la democracia más allá de sus confines electoralistas y procesales.
La segunda cátedra la ofreció nuestro citoyen du monde de exportación, el licenciado Gurría, preceptor universal desde la OCDE, quien nos anunció que según sus cálculos lo peor había pasado y la economía podía mirar a la recuperación con modestia realista. El cálculo diferencial acudió en auxilio del otrora “Ángel” de la deuda externa y los expertos advirtieron con solemnidad que, ¡por fin!, la “segunda derivada” de la caída productiva iba al cero y podía esperarse que el descenso tocara fondo para remprender el regreso a la mediocridad económica del pasado. Todo bien por casa, pues, porque como diría Giuseppe Tornatore, “aquí todos estamos contentos”.
Poco caso hace la realidad del discurso catedrático, y las cuentas del Banco de México nos informan de una severa contracción mientras el Inegi nos habla del tropezón estrepitoso de la industria en su conjunto y en particular de las manufacturas, en otros tiempos la fuente de la esperanza nacional en un desarrollo moderno e incluyente. Lo que tenemos hoy es la muerte sostenida de capacidades instaladas y emprendimientos individuales o de grupo, la resignada reconversión de empresarios en importadores o rentistas y la pérdida imparable del interés público y privado en la industrialización nacional y su transformación en fuente efectiva de innovación y estímulo a las ingenierías y la investigación básica y aplicada.
En lugar de todo esto, tenemos la changarrización total del país, como lo profetizara el ahora procaz Vicente Fox, quien desde su nanomentalidad quiso que México y sus inteligencias y sensibilidades se reprodujeran a su imagen y semejanza. Y casi lo logra cuando gobernó y no ceja en su campaña, mientras insiste en ensuciar por la peor de las vías, que es su peculiar lenguaje, un sistema electoral que ya no tiene quien le escriba.
El círculo de la vuelta a la (a) normalidad, entendida como salmo, se cierra con la adopción del voto nulo por parte del inefable Germán Martínez, para quien las demandas disparadas de los anulistas desembocan en el apoyo nacional al “presidente valiente”, que no encontrará oposición ni rezongo en una legislatura amedrentada por la campaña de desprestigio de la política y de los políticos por igual y disminuida en su poca legitimidad por la abstención de todas maneras anunciada. Según el silogismo (¿?) del Parnassus michoacano, sucede que el valiente es del PAN, que sucede que es el partido único de la decencia, la memoria bien administrada que exime a Fox de cualquier responsabilidad de la explosión criminal que nos ahoga, y de la disposición modosita a seguir la receta de una ortodoxia que no tiene cobijo en el resto del mundo y que ha encontrado aquí, en playas guadalupanas, el casi único bastión de la nueva contrarreforma, de la última cruzada, del Santo Grial redescubierto en las ruinas de Wall Street. Y así, hasta la salvación de los justos.
La semana termina en santa paz, apenas interrumpida por la rabia de las familias michoacanas cuyos miembros transitaron sin más del arraigo al encierro mientras su parentesco las priva ipso facto de toda ilusión de ciudadanía. Pero todo va bien y el Estado que no puede ser de derecho se vuelve de derechas a velocidad de trueno.
Este artículo está dedicado a la memoria de doña Hortensia Bussi de Allende y en solidaridad con Isabel y sus compañeros socialistas del Chile democrático
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