La decisión de pagar más o menos impuestos el próximo año, será tomada en la Cámara de Diputados, no con base en cifras y sesudos análisis económicos, sino como resultado del balance entre dos absurdos extremos: el catastrofismo panista y el revanchismo priísta.
Desde siempre, la labor del partido en el gobierno ha sido magnificar los riesgos, mientras que la oposición busca crear dificultades al grupo en el poder para hacerlo tambalear. Sucede en todas partes. En el caso de México, por desgracia, esa cómoda inercia legislativa lleva ya más de 15 años, lo que nos ha dejado con crecimientos económicos mediocres.
Por un lado, el PRI amenaza con reducir el Impuesto al Valor Agregado (IVA) de 16% a 15%, eliminar el Impuesto Empresarial a Tasa Única (IETU) e impedir al gobierno federal endeudarse. Desde luego, la reducción que propone no la hace extensiva a los estados, gobernados en su amplia mayoría por priístas y donde la rendición de cuentas es casi nula. Con franqueza, la actitud del viejo partido es de quien busca salir poco gastado políticamente en un tema que siempre genera inconformidad entre la población. A la postre es de esperar que los dichos priístas no se transformen en hechos, pues al partido tricolor le conviene todavía guardar cierta responsabilidad para con las finanzas públicas de cara al cambio de gobierno en 2012.
Por otro lado, el gobierno federal del PAN, quien todavía no se sienta a negociar, anuncia la llegada de “el lobo feroz” que a todos devorará si se reducen los impuestos. Ese discurso del secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, augura una catástrofe poco creíble dado que bien pudo sobrevivir a tiempos de crisis con todo y subejercicios presupuestales, condonaciones a grandes contribuyentes y gastos superfluos.
Cada uno de los partidos, PRI y PAN, se ha “montado en su macho” y niega la posibilidad de alternativas. La radicalización prueba que el PRIAN ya no existe, si es que alguna vez existió.
Los puentes de negociación están quebrados, las posiciones mezquinas se han afilado y posiblemente se acabará la ortodoxia financiera mexicana. ¡Qué tiempos aquellos!, cuando Agustín Carstens se sentaba en la misma mesa con los priístas para formar un presupuesto de ingresos y egresos consensuado y sin aspavientos. Hoy los dirigentes del PRI respetan poco a Ernesto Cordero.
Frente a la mutua inflexibilidad, a la Secretaría de Hacienda sólo le queda seguir alertando a los cuatro vientos que el lobo está por venir. Mientras, a los mexicanos no les queda más que olvidar por un momento el triste y recurrente episodio, y disfrutar las fiestas.
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