Desde luego quisiera estar contando esta historia al revés, celebrando la victoria.
Soy un convencido de que los criminales le habían arrebatado territorio y mando al Estado y había que salir a frenarlos para rescatar la vida cotidiana de millones de mexicanos. Creo que las fuerzas federales se han batido con lealtad y, para el tamaño y malignidad del enemigo, con un más que razonable cuidado por las garantías y derechos de los terceros.
Pero los resultados no han llegado y difícilmente llegarán en 365 días. ¿Cómo se debe evaluar una ofensiva que, a fin de cuentas, prometió mejorar la calidad de vida? Sólo con resultados. Y no hay elementos ni datos ni sentimientos para pensar que el grueso de los mexicanos viva mejor.
Las imágenes difundidas ayer por Reforma sellan el quinto año de la guerra contra el crimen. Un comando que aterroriza a sus anchas en Monterrey con método, organización, solvencia, dominio del terreno. Y facilidad. No hay capo capturado ni cargamento decomisado que compense una imagen así. Es la derrota.
Algo falló. Algo grave. Los mexicanos tienen hoy menos espacios públicos y de acción que en diciembre de 2006. Las policías locales no son mejores. Ahora se convive con la extorsión a gran escala. El secuestro sigue estando ahí. Más gente consume drogas. Y muchos han muerto. Hay miles de huérfanos y dolor, desconfianza y resentimiento, por aquí y por allá.
La lucha continuará: sería demencial detenerla. Seguramente tomará otras modalidades. Pero al presidente Calderón, al comandante en jefe de la Fuerzas Armadas, Felipe Calderón, ya no le tocará encabezar la marcha de la victoria. Si es que algún día la hay.
Duele escribirlo: se marchará derrotado.
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