martes, 21 de febrero de 2012

Columna Incómoda. IFE y la maldita desconfianza-- ALEXIA BARRIOS G.

Una carta imaginaria ha escrito Enrique Peña Nieto a los legisladores que en 2007 aprobaron la reforma electoral, en especial a los senadores Manlio Fabio Beltrones, Arturo Núñez Jiménez y Alejandro Zapata Perogordo, donde les agradece infinitamente todas las aberraciones, confusiones y limitaciones de la reforma y sobre todo el actual periodo de veda electoral en tiempos de “intercampañas”. Y lo haría, encantado, porque a la luz de todas las encuestas, cuchareadas o no, lo colocan mínimamente con 16 puntos arriba de su cercano rival, lo que le da amplias ventajas sobre los otros aspirantes presidenciales que no han logrado asestar un buen golpe político-mediático que lo ponga a temblar, a pesar de todos los escándalos, denuncias y evidencias sobre su persona y su partido.

Si bien la veda electoral deja espacio para la reflexión y ajustes en los equipos y estrategias de campaña, también es cierto que le da ventajas al candidato del PRI para eludir el golpeteo y que se sostenga en los actuales niveles de preferencia.

Ni modo, así son las reglas del juego a la que los partidos políticos principales estuvieron de acuerdo y hasta gozosos echaron campanas al viento de que la elección de 2012 sería más equilibrada y menos complicada que la del 2006.

Sin embargo, conforme pasan los días salen a la luz nuevas dudas sobre los alcances y limitaciones de la ley, que ha puesto en capilla a varios precandidatos, partidos, comunicadores y concesionarios de radio y televisión.

Por ejemplo, el periodista José Fonseca pregunta si el IFE y los partidos ya saben cómo contarán los votos de Enrique Peña Nieto, que aparecerá dos veces en la boleta electoral (una por el PRI, y otra por el PVEM) y de Andrés Manuel López Obrador, cuyo nombre estará en tres casillas (PRD, PT y PMC). La duda es si contará el voto en caso de que un ciudadano tache dos o tres veces el mismo candidato en la boleta o se anulará. Otro trompo más a la uña.

La elección de 2012 representa el ejercicio más acabado de nuestra cultura política de la desconfianza. Está confeccionada por y para los partidos políticos que en su mayoría surgieron del viejo régimen, del cuasi partido único, de la manipulación del voto, del chantaje y de la compra de conciencias; de todo aquello que le valiera a México ser calificado como la dictadura perfecta.

El modelo actual de competencia electoral surgió con tantos candados y tantos considerandos que han caído en el absurdo de la sobrerregulación, en debates prolongados, en decisiones obvias y muchas horas perdidas en interpretaciones de la legislación electoral. Es el proceso electoral más caro y más enredado del que se tenga memoria. Millones de pesos tirados absurdamente a la basura, miles de horas laborables dedicadas a resolver impugnaciones y denuncias.

Sin embargo, lo más crítico de todo ello es que son los mismos arquitectos de la legislación electoral los que se han encargado de violarla, de encontrarle los vacíos para operar sus campañas, y que dicha legislación fracase, que no funcione, que no sirva y que la ciudadanía incremente su enojo hacia los partidos políticos.

Por eso no es extraño que los estudios de opinión más serios prevean índices de abstencionismo históricos en la próxima jornada electoral. Ello significaría no sólo un fracaso más de los partidos políticos sino que nuevamente millones de pesos se estarían destinando a la nada, porque nuestra democracia nomás no avanza ni convence a la ciudadanía, que se ubicaría aún más lejos de poder participar con confianza plena en un ejercicio avanzado de democracia participativa. El mensaje pareciera ser que si los ciudadanos no somos capaces de manifestar nuestro voto en un ejercicio abierto para elegir a nuestros representantes populares, menos para participar en la toma de decisiones trascendentales para el país.

Peor aún, en estos días, como ocurrió en el 2009, tomó fuerza la promoción del voto en blanco o voto nulo, más por la reacción del IFE y de los partidos políticos y magnificada por los medios de comunicación. De pronto, como por arte de magia, alguien con el ingenio suficiente para detectar ese malestar ciudadano, hace surgir un movimiento para anular nuestro voto con el argumento simple de que decirle a los candidatos y partidos que no estamos de acuerdo con ellos.

¿Una nueva modalidad del “repudio total al fraude electoral”? ¿En verdad existen ciudadanos que han hecho suya la teoría de José Saramago para votar en blanco? ¿O se trata de una nueva treta de quienes vienen operando la teoría de la disuasión y las campañas del miedo? ¿Quiénes salen beneficiados y perjudicados con esta campaña?

Lo voy a decir con todas sus letras: al promoverse el voto en blanco, legalmente no tiene ninguna repercusión, pero sí favorece, y con mucho, al candidato que va arriba en las intenciones de voto. Porque si quienes promueven este ejercicio, realmente hablan en serio y son honestos, representaría un desafío al sistema político en su totalidad, en su reprobación a los partidos políticos y a sus candidatos y justo sería que muchos, que vemos las cosas desde el lado crítico del ejercicio del poder, lo apoyáramos.

Por ello, es que algunos partidos políticos y sus candidatos tienen gran preocupación, porque un rechazo generalizado en las boletas a todos, representaría el riesgo de que los pequeños que no hayan hecho coaliciones con los partidos grandes, pudieran perder su registro.

Y tal vez ahí se encuentre el trasfondo de la dichosa campaña por el voto nulo; como sucedía en el pasado al no votar, que se favorecía al PRI, ahora votar en blanco apoyaría a los partidos grandes, que fueron finalmente los que se impusieron en la reforma electoral.

La campaña no está desligada de otras que corren paralelamente en algunos medios y por internet, en donde se cuestiona si estamos los ciudadanos dispuestos a “regalar” millones de pesos para los partidos pequeños como el PT, Convergencia, Panal, y Partido Verde.

Sin duda, existe la necesidad de que el sistema de partidos se depure y que los institutos políticos de dudosa reputación dejen de percibir recursos públicos. Pero, esa decisión debe hacerse acudiendo a las urnas votando por otro partido y otros candidatos y no llamando a anular el voto o votar en blanco, porque esa figura nadie la va a contabilizar, nadie la va a evaluar y la legislación actual no contempla ninguna acción para atender el reclamo de los ciudadanos que así lo hagan.

El rechazo o la reprobación a las prácticas tradicionales del sistema tienen que hacerse en las urnas; no hacerlo por esta vía sería hacerle el juego a otros intereses y abonarle más a las causas de Peña Nieto y el PAN, que son los más beneficiados con este tipo de iniciativas.

APOSTILLAS: Por cierto, una maldita duda, ¿Sabrá Andrés Manuel López Obrador que uno de los reportajes publicados en Milenio Diario fueron escritos por un comunicador cercano a Arturo Núñez Jiménez?

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