En política en México nada está escrito. O lo que es lo mismo, quienes se creen ya con un triunfo en la bolsa, están sujetos a las inesperadas situaciones que ponen el azar y la causalidad. Por eso, no les creo a quienes afirman que ya está decidido y que Enrique Peña será el triunfador de la elección presidencial porque así lo indican las encuestas, que particularmente este 2012, han sido muy variantes. Del plato a la boca se cae la sopa, he escuchado decir a políticos experimentados y a analistas que saben de cómo se mueven las tuercas de la política mexicana y que todo puede cambiar radicalmente.
En el viejo sistema priísta, el fenómeno del “tapado” era tan complejo de descifrar que, dice la leyenda urbana, hasta politólogos de todo el mundo venían a tratar de entender cómo funcionaba la maquinaria de un modelo de cuasi partido único para elegir sucesivamente por más de 70 años al sucesor del presidente en turno. Aunque el que “tapado” o candidato natural creyera que ya tendría el beneficio del dedo del mandamás en turno, todo podría pasarle y al final sólo quedaría en un frustrado intento.
La historia reciente de México cuenta que con Miguel de la Madrid, primero Jesús Silva Herzog Flores se sentía con el triunfo en la bolsa, teniendo el control de la hacienda pública y que era el candidato natural. Hasta Julio Scherer en un libro sobre presidentes que publicó en aquella época ya lo consideraba el “tapado”. Pero la grilla del grupo de Carlos Salinas terminó por provocar su salida del gabinete. Aún así, llegó Alfredo del Mazo con la bendición del grupo Atlacomulco en la ruta sucesoria priísta y todos hablaban de él, la cargada mediática lo perseguía, y no llegó porque en el ánimo de De la Madrid estaba ya Carlos Salinas de Gortari y su oferta de “política modernizadora”. Grandes derrotados fueron Silva-Herzgo y Del Mazo González, quienes ya se sentían en la silla presidencial.
La propia sucesión de Salinas estuvo muy atropellada. Y aunque en la recta final llegaron Manuel Camacho y Luis Donaldo Colosio, ninguno de los dos llegó por las situaciones de todos conocidas. El beneficiado fue Ernesto Zedillo, quien también jugó al demócrata y con su sana distancia promovió en el PRI a Francisco Labastida pero su corazoncito estaba ya preparado para permitir la alternancia. Cuentan que Emilio Chuayffet, a quien veían como poderoso secretario de Gobernación perdió la carrera no por el caso Acteal, sino porque “desde los Estados Unidos habían decidido que fuera un panista”, según ha trascendido ahora en estos días. Y así fue, aunque Labastida era el candidato del poderoso PRI, la voluntad presidencial zedillista era que no pudiera ganar y así fue.
La historia del 2006 está llena de situaciones controversiales y no termina de estar enterrada. De hecho no lo está porque Andrés Manuel López Obrador, como lo he reiterado, sigue atrapado en el trauma de esa elección, a pesar de que ha dicho que ya perdonó a todos los que complotaron en su contra: al PAN, Felipe Calderón, Vicente Fox, PRI, Roberto Madrazo, Televisa, los empresarios, las iglesias, los gringos, los de las guerras sucias, los chuchos, los amalios, etc. Esta misma semana, so pretexto del debate convocado por Carmen Aristegui, de manera poco explicable, AMLO terminó entrampado con sus justificaciones de por qué no acudió al primer debate auspiciado por el IFE. Lo que era un ambiente mediático de presión contra Enrique Peña Nieto terminó en un dimes y diretes contra los periodistas de Televisa y Milenio.
También varios políticos cercanos a AMLO, periodistas profesionales como Oscar Camacho y Alejandro Almazán, han documentado los errores cometidos en la fase final de la campaña y de cómo se fue acotando la ventaja del candidato de las izquierdas frente a los adversarios. A pesar de que su equipo y los oportunistas que nunca faltan, se sentían con el triunfo en la bolsa, por fraude o porque así lo quiso la divina providencia (como lo refiere Calderón), AMLO no llegó y no tuvo el poder presidencial legalmente instituido.
En el 2012 las condiciones son otras. El país es muy distinto, pero también hay factores que pueden cambiar de un momento a otro lo que parece una irreversible victoria tricolor. Nadie ha descartado el escenario violento de 1994 y está latente al grado de que el propio candidato ha tenido que ser reconvenido a cambiar de agenda. El miedo no anda en burro. Los debates son fundamentales, y Enrique Peña sabe que no puede eludir a todos. En 1994, Diego Fernández de Cevallos apabulló a Cuauhtémoc Cárdenas –el entonces candidato a derrotar— y a Ernesto Zedillo, pero como el ex Jefe Diego “se enfermó”, el impulso de su candidatura se cayó y dejó el camino libre para que Zedillo ganara.
Tampoco está descartado que de pronto estalle un escándalo de dimensiones inesperadas alrededor del mexiquense, como el tan rumorado caso de la detención del “Chapo” Guzmán o quizá hasta de Heriberto Lazcano “El Lazca” o algún capo de alto nivel que de buenas a primeras destape una cloaca donde los priístas salgan muy mal parados.
Pero lo que parece ser un plan mayúsculo es lo que se está preparando con el asunto de los “excesos” de campaña del PRI y el trato “inequitativo” que recibe en los medios electrónicos de comunicación, según las denuncias que están presentando el PAN y el PRD. A estas alturas muy poca atención se ha puesto al escenario de la judicialización del proceso electoral y muy pocos citan lo que ocurrió en la elección de Morelia, Michoacán, en que por mayoría, la Sala Regional del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) se detectaron violaciones al artículo 41 de la Constitución General de la República, que se refiere precisamente a la equidad de acceso a los medios, al financiamiento y a la ampliación de pruebas para la impugnación de una elección.
¿Les suena conocida la película que estamos viendo ahora? La moneda sigue en el aire.
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