¿Insana impunidad?
Epigmenio Ibarra
2012-12-21 • ACENTOS
No he de utilizar este espacio para responder la retahíla de insultos de Carlos Marín. Está en su derecho de pensar, decir o escribir de mí lo que se le dé la gana. No puedo, sin embargo, dejar pasar su grosería cuando, en su artículo “Alusiones personales de Epigmenio”, califica de “roñosas” las causas con las que simpatizo. Menos todavía si unas líneas más adelante las enlista así: “EZLN, Morena, Guardería ABC, #YoSoy132…”.
La rabia con la que escribe ciega a Marín y lo hace errar el tiro. Los movimientos de los que habla o son protagonistas de primera línea en la lucha por la justicia y la democratización del país como el EZLN, Morena y #YoSoy132 o son resultado de una tragedia atroz como la Guardería ABC que expresa el profundo nivel de descomposición de un régimen que no es capaz, ni siquiera, de cuidar a sus niños.
Operando con la lógica de esos que buscan “la mano que mece la cuna”, Marín parece desconocer la raigambre, el sentido, la dignidad, el origen mismo de estos movimientos. No se da cuenta que son la expresión auténtica, casi telúrica, de la demanda no atendida de justicia y equidad, de un reclamo en contra de la impunidad y la corrupción, de un descontento que recorre el país desde lo más profundo de la selva hasta las más céntricas avenidas.
No hay otro autor, detrás de estos movimientos, que el mismo régimen. Es la ceguera de quienes nos han gobernado durante décadas; su insensibilidad brutal la que ha hecho a la gente organizarse y luchar. Cae Marín en la lógica fácil de quien, insisto con la metáfora del titiritero, pretende desvirtuar, descalificar movimientos sociales considerándolos resultado de la acción de un personaje que, desde la oscuridad, mueve los hilos.
Dicho esto paso a reconocer que, en efecto, desde que fui invitado a colaborar en este diario no se ha tocado ni una sola vez, en 11 años, ni una sola coma de los textos que semanalmente he escrito y publicado. He gozado siempre de una libertad absoluta para escribir lo que pienso y lo que creo; ¿acaso hay otra manera de hacerlo?
No he recibido nunca llamadas ni del dueño del periódico, ni de la dirección del mismo para “orientar” mi trabajo. Tampoco he recibido “sugerencias” y menos órdenes para cambiar un texto o bajarle de tono. Por eso he permanecido aquí todos estos años. Por eso considero un privilegio escribir en estas paginas cada viernes. Por eso también es que he decidido permanecer aquí.
Tengo un deber primordial e ineludible con los lectores con los que desde hace años cumplo una cita semanal. No seré yo quien les falle. Menos por una polémica que, indebidamente, ha subido de tono. En el pasado he debatido con otros colaboradores, entre ellos el propio Ciro Gómez Leyva, con dureza pero con corrección. Jamás, hasta ahora, había recibido insultos y nunca, ni ante los golpes recibidos desde el 1 de diciembre, he insultado a nadie.
Respondí a los ataques que a través del diario, la radio y la Tv recibí. No lo hice a través de “alusiones” como escribe Marín pues en mi texto “¿Qué pretenden Marín y Ciro?” les puse nombre y apellido. Tampoco “me fui con insana impunidad contra esta casa editorial”. Critiqué, eso sí, el manejo de las encuestas en el periodo electoral, cosa que vengo haciendo hace meses y el pacto celebrado entre varios medios para “administrar”, más bien silenciar desde mi punto de vista, la información sobre la guerra de Felipe Calderón. Pacto que, por otro lado, denuncié desde el mismo día que se firmó.
No sabía que la libertad se puede volver insana, es decir inmoral, dañina para el espíritu, mala para la salud si se toca al director general. Si se cuestiona su proceder. Si se responde a su golpeteo. Si se reclama la reparación del daño que Marín, sin atender razones, continúa infringiéndome al calificar como “patraña”, “mentira o maniobra política” mi información, corregida unos minutos después en la radio y en el mismo tuiter, a propósito de que, uno de los heridos graves en los disturbios de San Lázaro, habría muerto.
Tampoco sabía que la libertad de esta “generosa casa” se tasara en pesos y centavos. Y que fuera tanta, como lo dice Marín, que hasta cinco artículos que no entregué me fueron pagados por el diario. Nunca solicité ese pago indebido. Ni siquiera me enteré del mismo. Le envié ya a Marín el dinero: me lo devolvió. Hago gestiones para entregarlo formalmente a la administración.
Dice Carlos Marín que he actuado con “insana impunidad”. ¿Debo entonces, ateniéndome al significado de la palabra impunidad, recibir el castigo merecido? ¿Es ese castigo la velada amenaza de despido; la promesa de extenderme una recomendación si decido irme a escribir a otra parte?
Escribí la semana pasada sobre la inversión que se ha producido en nuestro país en la relación entre medios y poder. Hablé de cómo medios y periodistas parecen haberse transformado en el poder mismo. ¿Será que ya se asumieron en la prensa los usos y costumbres de los jefes políticos a quienes nadie puede tocar? ¿Será que ya no se puede debatir con los directivos? ¿Que ha de dejarse pasar un insulto de los mismos? ¿Qué hemos vuelto a los tiempos del “Magister dixit”?
Lo dije antes y lo reitero, he gozado estos 11 años de una libertad que me honra y honra al diario en el que he escrito. Una libertad que no es dádiva sino conquista. Que no es patrimonio de unos cuantos. Que a todos pertenece y a todos, también, nos toca defender.
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