miércoles, 26 de diciembre de 2012


EZLN: final y principio
Luis Linares Zapata/ I
J
usto cuando gozaba de sus ilusiones por trascender como personaje de prestigio mundial, Carlos Salinas recibió demoledor golpe en su inflada imagen. Apareció el EZLN allá lejos, en aquel rústico San Cristóbal de las Casas, tan folclórico, también en el sangriento mercado de Ococingo, en las desconocidas Margaritas y otras localidades remotas.
Sorpresivamente un tropel de indios se había alzado en armas en la madrugada del primer día del 94. Los sucesos que siguieron durante ese año terminaron por derrumbar sus pretensiones de señorón global. Y, junto con él, cayó el espejismo de transformar al país para insertarlo, de sopetón y por dictado, en el primer mundo. Lo que en efecto devino fue una quiebra que todavía hoy se paga con múltiples penurias.
A partir de entonces Salinas inició su viaje al destierro perseguido por la furia de sus coterráneos y aterrado de que lo fueran a encarcelar por sus tropelías. Todavía hoy sufre variadas consecuencias de aquella terrible cadena de sucesos sin que acaben de contrariar sus ensoñaciones de gran poder.
Pasaron 19 largos y pesados años para que un contingente de indígenas chiapanecos, ahora en perfecto orden, en paz y crecido número, hicieran acto de presencia en la escena nacional. El elocuente mensaje, de ser ignorado o menospreciado, tendrá graves consecuencias para la vida organizada, política y cultural, del país.
Ahora, como entonces, las bases del ejército zapatista, con su sola presencia y silencio, ponen en entredicho no sólo a dos administraciones de priístas, que mucho tienen en común, sino a toda una estructura que las encajona. Ambas se injertan dentro del mismo modelo, comparten incluso colaboradores y pretensiones de eficaz grandeza. Tienen, las dos, mero en frente y aunque ahora aparenten atenderlo, ese enorme hueco que forma la desigualdad, la pobreza y la marginación, un pesado lastre para el desarrollo con justicia.
Tres sexenios han pasado desde su irrupción violenta y las promesas de su rescate, las crisis de conciencia subsiguientes (que las ha habido aunque sea en algunos funcionarios) olvidos con sabor a desidia criminal, traiciones de firmantes, malversaciones de fondos, descoordinación del oficialismo, intemperancia del conservadurismo, racismo feroz de muchos y otras variadas causas, han llevado a revivir las viejas y dolorosas estampas harto conocidas. Ahí están esos millares de personas: los olvidados, los despojados, esos que han quedado al margen de las fatuas historias de los augurados y, por desgracia, fugaces éxitos mexicanos.
Así han aparecido los zapatistas dando palparia muestra de humilde reciedumbre, memoria viva y constancia de sus pretensiones. La engañifa salinista de entrar al primer mundo, a partir de esa madrugada lejana, se quebró sin remedio. Arrumbadas quedaron las falsas ilusiones de formar parte de una generación de triunfadores de clase mundial. Aspiraciones locas que tan cínicamente esparcieron los cómplices de aquel corrupto priísmo decadente y que también difundieron con celo patriótico contratado sus muchos difusores.
De similar manera aparecen, en nutridas filas, en el actual momento inaugural. Y lo hicieron días después de que Peña Nieto declarara, con entusiasmo voluntarista, que una nueva era se inicia en Chiapas y en todo México. El mentís a la nube de horizontes recién formada no puede ser más dramático. Del mismo modo como su rebelión trastocó el triunfalismo salinista, su silenciosa marcha hoy abre, de nueva cuenta, la visión de los méxicos que corren simultáneos, paralelos, sin tocarse, salvajemente diferenciados. Los escenarios de esperanzas fabricadas, pero sin asideros reales, comienzan a ser picoteados por la terca realidad.
El que, de inmediato, haya salido el secretario de Gobernación (Osorio Chong) a sosegar inquietudes, alegando ser diferentes, poco cambiará la inercia de una continuidad ya en plena marcha. Las figuras enmascaradas con pasamontañas pasaron casi desapercibidas en el espacio público. El seguimiento ha sido, tal como se esperaba, de restringido alcance. Los tozudos indígenas volvieron, por arte del ocultismo vigente, al oscuro rincón desde donde, sin duda, intentarán, de nueva cuenta, participar en la marcha y orientación del país. El modelo económico y de gobierno simplemente no los toma en cuenta. Son, para las cúpulas y la plutocracia mandona, un molesto grupo de prescindibles.
La sesgada referencia que a tal conjunto humano se hace en el Pacto por México quedará, como tantas otras cosas que debían priorizarse, en el archivo de los pendientes históricos. El enclenque gobernador chiapaneco, recién impostado en el puesto, pasará a ocupar, como lo han hecho otros tantos simuladores que lo han precedido, el triste lugar que le tiene reservado la picaresca local.
La Federación volverá a destinar considerables recursos con la intención de apaciguar iras y voluntades de cambio. Pero la ya enorme maquinaria de mediación que se ha creado en Chiapas absorberá eso y más todavía, tal como lo ha venido haciendo durante los últimos 19 malogrados años de salvaciones inminentes. Esta vez no será, desgraciadamente, distinto. Las enseñanzas de los sabines, albores o mendiguchías se han impregnado en las cleptoburocracias locales como destino manifiesto, tan arraigadas como indelebles.

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