11 de Marzo, 2009 - 00:00
La justicia mexicana no es merecedora de juzgar al extranjero, y las víctimas del europeo no merecen justicia. Es ofensivo que dos jefes de Estado se tomen siquiera una hora de su agenda para tratar el caso de una secuestradora cuando no puede el que dice ser presidente, tomarse cinco minutos para atender cualquier caso de feminicidios en Ciudad Juárez.
Es como que la sangre y carne mexicana fuera dispensable, de segunda mano, pues en un intento de legitimar su engaño, ha declarado una guerra contra la delincuencia de la que es rehén, una guerra en que han muerto miles de mexicanos, supuestamente en nombre de una causa, erradicar la delincuencia organizada. Y por otro lado manda este mensaje escalofriante en el que esta sangre derramada por soldados y ciudadanos es lo de menos cuando en los jaloneos políticos es un extranjero quien le jalonea las orejas al dizque ejecutivo mexicano para presionarlo a doblegarse, como buen mexicano, ante la gracia del europeo.
Sarkozy suelta una frase maravillosa: “Y me imagino que si un mexicano se encontrara en una situación como ésta, el presidente de México, sea cual sea, sentiría la misma responsabilidad”. Pero los mexicanos sabemos perfectamente que esto no aplica. Recojo algunos fragmentos escritos por payasoo el 24 de Julio de 2008 en una página titulada Jóvenes Despiertos, al respecto de los estudiantes asesinados en Ecuador a manos del gobierno colombiano.
“Los familiares de los estudiantes han iniciado una gira por distintos países de Latinoamérica para explicar lo sucedido y reclamar justicia. El gobierno mexicano no les ha dado ni el pésame. Al contrario, Lucia Morett ha sido denunciada por una asociación privada de ultra derecha por terrorismo internacional y podría ser detenida en caso de pisar suelo mexicano…El silencio europeo es tan criminal como las bombas de Uribe. Y tiene algo de racista. ¿Qué se estaría diciendo si en lugar de ser estudiantes mexicanos hubieran sido suecos?... ¿Cómo reaccionaría Europa si el gobierno español bombardeara el sur de Francia para matar a un supuesto etarra y asesinara a un ciudadano francés y cinco estudiantes belgas?”
¿Entonces en qué quedamos? ¿En tolerar a un supuesto jefe de Estado que no respeta las leyes mexicanas, a los poderes de la unión, a la sangre mexicana, al estado de derecho, a la integridad de nuestras instituciones? ¿A un supuesto jefe de Estado que declara la guerra contra la delincuencia, y mientras mueren miles bajo este emblema, él no recibe un solo rasguño y declara la paz contra victimarios especiales? No todos los mexicanos tenemos escoltas armadas hasta los dientes, ni podemos cerrar calles enteras para proteger toda el área alrededor de nosotros cada que salimos a la calle; nosotros sí estamos a la merced de una guerra declarada por un pelafustán que no sabe qué hacer con su ilegitimidad y su falta absoluta de poder real ante la delincuencia organizada, los gobiernos extranjeros y las grandes corporaciones nacionales y extranjeras.
Ya estuvo.
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