15 de Abril, 2009 - 00:00
El rescate, la deuda, la especulación, la crisis, son todas partes de una misma secuencia, de un círculo vicioso del que no estamos dispuestos a salir. Hay una élite y una gran masa que no están dispuestos a dejar un estatus tan frágil como la moneda que lo sustenta, una ilusión. No estamos hablando de este lado, de abrazar la pobreza, sino de todo lo contrario, de asumir una riqueza sustentable para la gran mayoría. Estamos diciendo que este déficit está dado por cada hombre y mujer muerto de hambre en este mundo, que se está convirtiendo en una peculiaridad del sistema, en un mal “necesario” que va a comer hasta a las minorías ricas.
Lo estamos viendo, en todos los ámbitos, con la violencia desbordada en nuestro país, que impide que continúe el turismo y que la inseguridad sea un asunto cotidiano. Lo estamos viendo en la pobreza que obliga al hambriento a robar comida, o a unirse al crimen organizado para aspirar a una vida (quizá efímera), o en el mejor de los casos, a abandonar a su familia, su pueblo y su identidad para buscar una manera de afrontar el hambre. No es una amenaza, es una promesa; cuando el hambre se convierte en la regla que rige una sociedad, cada vez hay menos voluntarios y más rebeldía.
Todavía habemos algunos que queremos cambiar este modo de hacer las cosas para que se acomode naturalmente al tejido social y lo respete, pero tampoco somos la mayoría. También la violencia, el miedo y la apatía nos están ganando terreno, y es precisamente lo que no queremos. No queremos que gane la fuerza sobre la justicia ni la rebeldía sin sentido sobre la razón: queremos un cambio pacífico, pero necesariamente un cambio.
Queremos decirle a los burócratas, a los políticos, a los empresarios, a los consorcios de comunicación que todos aspiramos a lo mismo: la paz. Que la perpetuación de la injusticia, la negativa a escuchar, la negación de la democracia, son el camino contrario. Que dejen de continuar este modo de vida opresivo por el bien de todos nosotros, de todos ellos, de todos ustedes.
Podemos hacer algo al respecto, acabar con este círculo vicioso. Pero no basta con que haya un gran grupo de personas dispuestas a trabajar con buena voluntad y buenas intenciones, sino que hace falta además romper con este hermetismo desesperanzador del que nos hacen víctimas todas las élites.
Queremos la paz, pero no la de los sepulcros; queremos la justicia, no la arbitrariedad; queremos la comunicación, no la persuasión; queremos trabajar, pero no para pasar hambres de todas maneras; queremos educación y no control; queremos sensibilidad. ¿Será mucho pedir? Pues entonces no lo pediremos; lo exigiremos y trabajaremos por ello.
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