Julio Hernández López
La identidad del Coloso de las Fiestas Patrias añadió certezas a la conmemorativa saga felipista de despilfarro, frivolidad, irresponsabilidad e inducción contrarrevolucionaria. El enigmático cuerpo en partes –¡en época de descuartizados!– que fue llevado a la Plaza de la Constitución para ser armado y levantado como aparatosa presunción de una suerte de Hombre Nuevo, proveniente de luchas varias, pero decidido a avanzar y triunfar, resultó tener el rostro de Benjamín Argumedo, el León de la Laguna, cuyos cambios de bando combatiente en la Revolución Mexicana acabaron ubicándolo en el catálogo negativo, en la estantería de quienes habiendo peleado desde flancos revolucionarios terminaron siendo considerados traidores o, cuando menos, inconsecuentes crónicos: Argumedo, preservado en el recuerdo más por un corrido que por su tino histórico, combatió a Madero y Villa, reconoció a Huerta y terminó sus días peleando al lado de Zapata.
A pesar de ese carácter, cuando menos polémico o dudoso, la cara de Argumedo fue usada por el escultor Juan Carlos Canfield para el famoso Coloso de la noche del 15. Él mismo lo reconoció así en su página de Internet, aunque, con sentido culposo, quitó la referencia horas después de que en las redes sociales comenzó una intensa discusión sobre el tema; aun así no pudo evitar reconocer en otros espacios que había usado el rostro del general lagunero como referencia, todo ello como parte de una serie de enredos y tropiezos que coronó ayer la SEP al dictaminar, mentirosamente, que: El rostro del Coloso no retrata ningún personaje en particular. A la mendacidad absoluta, la oficina de prensa de Alonso Lujambio pretendió añadir un regaño o advertencia a quienes critican o disienten, pues la tal SEP considera indebido que se busque politizar la producción artística de los creadores del Coloso con alegatos que quieren generar división donde no debe haberla. ¿No retrata ningún personaje en particular? Lean lo que en una entrevista declaró el escultor Canfield: Yo le comento, con toda sinceridad, que nuestro director escénico es Jorge Vargas, él es del estado de Durango y al principio, dado que teníamos que darle una identidad al Coloso, Jorge sugirió que tomáramos únicamente el rostro de Benjamín Argumedo, por el tremendo carácter que tiene este retrato.
No es un dato desdeñable ni aislado el de la personalidad tomada como base para la construcción de una obra que se pensó en términos de recrear y consolidar la conciencia histórica de los mexicanos. Mucho menos si esa reivindicación o exaltación encubierta tiene como compañía otros esfuerzos de la administración calderonista por disminuir, confundir o combatir la visión histórica, hasta ahora dominante, que proviene justamente de la victoria de las posiciones independentistas, nacionalistas, revolucionarias y populares, a contrapelo de las entreguistas, conservadoras, elitistas y reaccionarias a las que el panismo gobernante se adhiere activamente. Calderón dedicó el año entero a desinflar cualquier espíritu genuino de celebración épica relacionada con la Independencia y la Revolución mexicanas, convirtiendo su organización en botín político y económico, fuente de nuevas riquezas particulares, motivo de más desánimo popular. Por ello se pretendió instaurar como tema oficial del bicentenario una pésima tonadilla (letra de Jaime López y música de Aleks Syntek), cuya ejecución fue repudiada el propio 15; por ello se pervirtió el significado de la serpiente en el escudo nacional, según las cartas ansiosas de legitimación que Felipe envió a millones de domicilios asegurando que representa a los enemigos del país. Y el hecho de que la serpiente esté siendo devorada por el águila, significa que el pueblo mexicano vence a sus enemigos. Felipe ansioso de legitimar su guerra sangrienta, al grado de acomodar el sentido de las fiestas patrias y la interpretación de los símbolos patrios a sus obsesiones belicistas.
A la extrema desesperación ha llevado a Ciudad Juárez el Padre de la Patria Fallida, el comandante Calderón. Luego que un joven fotógrafo fuera asesinado en una plaza comercial y otro fuera herido, el Diario de Juárez ha llegado a un punto doloroso: pedir tregua al narcotráfico gobernante y solicitar indicaciones respecto a lo que ha de publicarse o no. En su editorial de ayer, disponible en http://bit.ly/aAt6ns y titulado: ¿Qué quieren de nosotros?, los directivos de esa publicación expresan: “... queremos que nos expliquen qué es lo que quieren de nosotros, qué es lo que pretenden que publiquemos o dejemos de publicar, para saber a qué atenernos. Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad, porque los mandos instituidos legalmente no han podido hacer nada para impedir que nuestros compañeros sigan cayendo, a pesar de que reiteradamente se los hemos exigido”.
Las palabras de los periodistas juarenses se producen al mismo tiempo que va confirmándose la versión, dada a conocer por algunos de los secuestrados en Durango y luego supuestamente rescatados por las labores de inteligencia de la Secretaría federal de Seguridad Pública: no hubo tales hazañas liberadoras, pues los captores soltaron a los periodistas y éstos, luego de correr por las calles, encontraron a policías federales, en una peculiar sucesión de acontecimientos que han hecho cuando menos a uno de los camarógrafos involucrados hablar de montajes, procesos éstos de fabulación de los que ha sido insistentemente acusado el secretario García Luna.
Y, mientras las desgracias de origen natural golpean con fuerza en lugares como Veracruz, dañados estructural e institucionalmente por la corrupción y el desorden gubernamentales, y mientras la Iglesia católica entra en Oaxaca a tratar de mediar en el conflicto de San Juan Copala para impedir la masacre anunciada que el ulisismo no quiere impedir, ¡hasta mañana, con los priístas buscando diseminar por el país los candados contra alianzas partidistas que están produciendo en Toluca!
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