Carlos Fernández-Vega
El presidente Felipe Calderón, acompañado por el secretario de Gobernación, Francisco Blake, y el secretario de la Defensa, Guillermo Galván, en la ceremonia de izamiento de la bandera, a 25 años de los sismos de 1985 en el Zócalo de la ciudad de MéxicoFoto Cristina Rodríguez
Con motivo del 25 aniversario luctuoso de los sismos de 1985, el inquilino de Los Pinos aseguró que el México que nos hace falta es aquel que surgió durante el terremoto: el de la solidaridad, la fraternidad, más humano, de la unidad y el trabajo colectivo para superar los retos que nos ha tocado vivir; el que no se arredra ante la adversidad y encuentra el camino para salir adelante, es decir, reclama aquel México que él, su gobierno, los poderes fácticos que lo mantienen sentado en la residencia oficial y la clase política en su conjunto temen, abominan y mantienen permanentemente sedado.
Cinco lustros después de aquella tragedia, en su discurso de ocasión Felipe Calderón dejó a un lado el hecho de que el surgimiento de ese México solidario y movilizado se dio ante la vergonzosa incapacidad e inmovilidad gubernamentales para atender el desastre, con un ridículo cuan temeroso inquilino de Los Pinos encerrado bajo mil candados en la residencia oficial y sin voluntad para atender las urgencias nacionales, obsesionado no con la reconstrucción ni la superación de la emergencia, no con salvar vidas ni enterrar a nuestros muertos, sino con la peligrosa posibilidad de que la sociedad movilizada rebasara al aparato de Estado, lo que –muy a su pesar– sucedió de inmediato.
El fatuo discurso dominical de Calderón enaltece al México que él mismo aborrece, lo que demuestra con su propio ejercicio cotidiano de lo que llama gobierno (antisocial, sectario, excluyente, ineficiente, corrupto, enfermo). Para la ocasión, el inquilino de Los Pinos subrayó que el temblor de 1985 despertó el México que nos hace falta, el de la solidaridad, unidad y trabajo colectivo para superar los retos que ha enfrentado el país; pero también, dijo, del México que no se arredró ante la adversidad y encuentra el camino para salir adelante. Frente a los desastres naturales, como los que se están viviendo en estos momentos en diversos puntos de la geografía nacional, los mexicanos hemos sabido siempre cerrar filas como el gran pueblo que somos, y hemos dado una respuesta unida y eficaz. Esa es la fuerza que nos mueve a tender la mano a quienes sufren una emergencia, y la fuerza que nos impulsa a hacer de la prevención una tarea de todos. Esa, también, debe ser la fuerza que nos mueva para hacer frente, unidos, a todos nuestros desafíos.
¡Cómo se repite la farsa! Aterrorizado, Miguel de la Madrid permaneció cuatro días encerrado en Los Pinos, y dejó que el espontáneo movimiento solidario se hiciera bolas con la emergencia, el tiradero, la organización, el salvamento, los muertos y los heridos. Lo único que autorizó fue que los soldados tomaran las calles, lo que sólo entorpeció las labores de rescate. Fue la sociedad en su conjunto, no el gobierno, la que vigorosamente atendió la emergencia, ofreció esperanza y comenzó a dar salidas y soluciones al desastre. Cuatro largos, decisivos días duró el asalto del movimiento solidario; después, el temeroso aparato de Estado se dedicó a combatirlo, a minimizarlo, a sedarlo, a corromperlo (de allí surgieron oscuros liderazgos populares que prevalecen con todo y video difusión de pacas de dinero con sus respectivas ligas) para tomar las riendas y normalizar la situación a golpe de discursos y corrupción. Veinticinco años después, que involucran a cinco gobiernos (de MMH a Calderón) aún hay damnificados del terremoto, familias enteras que se mantienen sin recibir la oportuna respuesta prometida tras aquel aciago 19 de septiembre de 1985, sin olvidar que buena parte de la clase política que hoy dice gobernar y asegura que sacará del hoyo al país, de una u otra suerte formó parte del aparato de gobierno de aquel entonces.
La magnitud del terremoto nos tomó por sorpresa, y tuvimos que actuar sin el apoyo de un plan de emergencia a la altura de las circunstancias. Al ver el desquiciamiento de la ciudad me di cuenta de que lo primero que tenía que hacer era transmitir la sensación de que había mando, pues lo peor que puede ocurrir ante situaciones como éstas es dejar que cundan la anarquía, la agitación y el desorden. Resultaba necesario conservar la serenidad, pero al mismo tiempo mostrar decisión (Memorias de Miguel de la Madrid, Cambio de rumbo. Testimonio de una Presidencia, 1982-1988, FCE).
El pánico real del ex mandatario, del aparato de Estado, él mismo lo resume en uno de sus apuntes en el mismo libro: “sea como fuere, los terremotos provocaron una movilización social masiva que, desde nuestro punto de vista, abría la posibilidad de que brotara, en forma espontánea o provocada, la violencia social; en los primeros cinco u ocho días posteriores (al terremoto) percibí esta posibilidad, pues la energía generada por la movilización, al combinarse con los sentimientos de dolor, coraje o insatisfacción por la insuficiencia institucional para atender la situación, creaban el fermento necesario para desatar la violencia. Afortunadamente, la realidad fue otra. En el caos surgieron los líderes naturales, pero éstos y sus seguidores se dejaron orientar por las instituciones para prestar su ayuda” (el subrayado es mío), o lo que es lo mismo, se dejaron orientar por el burocratismo, el clientelismo político, y –el sello de la casa– la corrupción a manos llenas.
Pues bien, aterrorizado, Felipe Calderón acumula cuatro años encerrado en Los Pinos. Como MMH, ha sido un fracaso, con un gobierno igual de excluyente que de ineficiente, dedicado no sólo a desatender las urgencias nacionales, sino a profundizarlas. Según su propio dicho, la magnitud del crimen organizado que dice combatir también lo tomó por sorpresa y sin un plan de emergencia. Ha sido igual de inmóvil que de incapaz, pero eso sí, se ha mantenido muy activo en eso de orientar a los líderes naturales para desactivar eventuales movimientos sociales, y ha sido afanoso en eso de sedar permanentemente a la sociedad para evitar que reaccione, que se organice y responda.
Entonces, ¿en serio Felipe Calderón quiere ese México solidario y movilizado que despertó en los sismos de 1985?
Las rebanadas del pastel
¿Quiere el inquilino de Los Pinos un México solidario, fraterno, más humano, de unidad y, sobre todo justo? Bien, fuera discursos y que empiece con el caso de la guardería ABC de Hermosillo, con enjuiciar a los suyos como responsables de la muerte de 49 bebés, y que atienda de inmediato los justos reclamos de las madres de los niños que quedaron marcados por aquel incendio. Lo demás es puro bla, bla, bla.
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